(SIGUIENDO EL MANUAL DE HISTORIA DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN, CAPÍTULO XI) Los años oscuros La segunda mitad del siglo XVII fue para Polonia una época terrible. A principios del siglo el estado polaco estaba en un apogeo territorial. Luego, perdió a Livonia en 1629, pero en las paces con Rusia, fue compensada agrandando su territorio, llegando a una superficie de 999.000 km2 (casi tres veces más extenso que su territorio actual). La población era de 10 millones de habitantes. El 23% vivía en las ciudades mientras que el 77% vivía en el campo. La mayoría de la población era católica, pero existían minorías ortodoxas y protestantes que se sentía perseguidas por un catolicismo vigoroso. Para esta época, la religión era intensamente sentida por el pueblo y favorecida por la aristocracia, a diferencia de los tiempos de Segismundo II Augusto, el rey que favoreció la reforma y el paso de muchos nobles al protestantismo. Fruto de esta religiosidad es el grito de “Jesús y María” con el que cargaban contra los turcos los escuadrones de caballería, así como la consagración del Reino a María en 1655. Entró con pujanza la reforma católica y por todas partes surgieron iglesias y monasterios. La iglesia polaca emprendía el camino de las decisiones tridentinas. Sin embargo, Polonia era un verdadero gigante con pies de barro, a diferencia de las potencias europeas que se fortalecían con el absolutismo, los polacos no habían sabido acompañar las conquistas militares con una adecuada estructura civil y social. Desde 1660 hasta 1686, año en el que perdieron a Ucrania, Polonia vivió en una secuencia de conflictos bélicos. Los misioneros en Polonia entre 1660 y 1685 En este marco trágico y sublime se encuadra el trabajo evangelizador de la CM, Polonia era un país ideal para la presencia vicenciana. Los paúles habían llegado en tiempos de San Vicente, llamados por la reina Luisa María de Gonzaga. El hecho de que llegaran en el séquito de una reina francesa ha sido interpretado políticamente como con la intención de reforzar la influencia francesa y contrapesar la preponderancia jesuítica en la corte. Sin embargo esta interpretación desconoce a todas luces el verdadero carácter de San Vicente, quien entendió aquel hecho como un verdadero “envío a misión”. Misión difícil por los azotes de la guerra, la peste y el hambre. Vicente tenía en mente la formación del clero y las misiones populares. La primera casa se alzó en Varsovia, a la sombra del palacio real. Al comienzo los ministerios se hacían en francés, pero muy pronto los misioneros estaban capacitados para asumir la Parroquia de la Santa Cruz. Tras la renuncia del párroco, el obispo de Poznam dio a los superiores de la Misión el derecho de patronato. La reina dotó a la casa de múltiples bienes. Los siete primeros superiores fueron franceses, desde 1651 hasta 1679. En 1667 el Padre Desadames asistió a la reina en su última enfermedad. Tenía miedo de la muerte y se confesaba todas las noches. A su muerte su marido decidió abdicar e irse a Francia. En los años siguientes la situación de los misioneros no empeoró. Se habían adaptado bien. En febrero de 1674 escribía Jolly: “nuestros misioneros de Polonia han comenzado a dar misiones con un éxito extraordinario”. No obstante temía no poder continuar por la falta de personal ante el inminente peligro turco. En una maniobra inesperada Sobieski con la mítica caballería polaca cruzó la línea de los turcos y dio muerte al serbal turco atravesándole con su propio sable. Sobieski estaba casado con la cuñada del embajador francés. Era indiscutible la influencia francesa. En este tiempo también prosperó la Congregación, pero no era por la influencia que pudiesen tener los franceses. En Varsovia, además de la parroquia se inauguró el seminario externo para la diócesis de Poznam y un año después el seminario interno o noviciado. Los obispos se mostraban favorables, entre ellos Juan Molochowski estableció a la Compañía en sus dos diócesis. Durante una de las periódicas pestes que asolaban, el párroco de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores la abandonó para respirar aire más puro, lo mismo hicieron varias comunidades religiosas, los misioneros se quedaron sirviendo a los apestados con un admirable valor. Pasada la peste, el párroco se presentó, pero la gente lo rechazó y la parroquia fue entregada a los misioneros. Al ser trasladado a Cracovia, el mismo obispo llamó a los misioneros para atender el seminario del castillo de Wawel (1682). El clero que poco a poco se fue acercando a los misioneros los fue conociendo y teniendo en estima, al punto de visitar la casa para ejercicios y confesiones, se reafirmaba así nuestra tradición de hacer de nuestras casas las “casas del clero”. La buana fama da la CM no se manchó con el estallido del caso de Eveillard, un excelente misionero, que desde que era seminarista fue enviado a Polonia a aprender el polaco, luego regresó a su país donde estuvo de superior de Bons Enfans, luego regresó a Polonia. La ambición y el querer estar entre la gente más importante lo fueron cegando. Jolly lo mandó regresar de Polonia, y este movió cielo y tierra para no regresar, allí tenía numerosos protectores. Finalmente faltando a la obediencia se salió de la Congregación, llevándose consigo libros, vestidos, ropa interior y dinero. Jolly comentó lacónicamente: “es mejor perder todas las casas que la obediencia a los superiores”. Tampoco faltaron conflictos con los religiosos. Sucedió como cuando el obispo Malachowski, los llamó a Stradom, un suburbio cerca de Wawel, para una segunda fundación, se produjo una sublevación general. Dominicos, franciscanos, profesores de la universidad, canónigos de la catedral, todos se opusieron a la fundación y utilizaron para destruir la empresa todas las influencias posibles. Jolly envió para ejecutar tal misión a Monteils por su firmeza, quien para esta ocasión empleó el estilo del santo fundador para estos momentos. La casa no había sido procurada por los misioneros, sino donada. Por lo tanto, esta obra debía ser defendida como don propio de Dios. Los misioneros entre 1685 y 1697 En esta época se empieza a consolidar la Congregación en Polonia, aunque había aun poco personal, la mayoría francesa que en un principio hubo fue dando paso a una generación de misioneros polacos que estaban bien penetrados de la vida eclesial y los problemas propios de la gente en ese país. Jolly no se equivocó al escoger para provincial al hombre exacto: Bartolomé Miguel Tarlo, misionero muy preparado y con un curriculum loable en la CM. Otros nombres que debemos recordar en esta senda abierta por Lamberto aux Couteaux, distinguido en el servicio a los apestados de Varsovia, son: Antonio Fabri, de la diócesis de Veroli, fue formador y luego visitador. John O´Fogerty, irlandés de rasgos casi místicos, era verdadero hijo de San Vicente tanto como predicador como confesor. Pasaba largas horas en adoración frente al Santísmo para volcarse luego al servicio de los pobres y enfermos. Pablo Godquin, parendió rápidamente el polaco, se iba a las monatñas a predicarles a los bandidos y estos le escuchaban. La vida cotidiana El cuadro general era muy parecido al de Francia e Italia. A las 4 am se levantaban. A continuación oración vocal, Misa, meditación, lectura de la Sagrada Escritura. El resto de la mañana se dedicaba a los ministerios. A las 11 examen, comida y recreo. A las 6 pm oración, examen, cena y recreo. Todo terminaba a las 8:15pm cuando se hacían las oraciones de la noche antes de dormir. Se hacían dos comidas y ambas con lecturas. Los recreos que duraban una hora, se acortaban los viernes y durante la cuaresma. De los ingresos a la CM, casi dos tercios fueron admitidos a los votos, el 64,17% del total. Los candidatos para hermano fueron pocos y solo 4 de 8 fueron admitidos a los votos. En cuanto al origen social, pocos procedían de las clases rurales por la dificultad de hacerles estudiar. Algunos pertenecían a la burguesía y otros hasta a la nobleza, como el caso de Tarlo. La mayoría polacos, pero no faltaban quienes vinieran de nacionalidades vecinas. Los estudios no era distintos a los que se recibían en cualquier parte de la Europa católica, y por otra parte la uniformidad era algo distinguía siempre a los hijos de San Vicente. Aunque en Polonia ya habían hecho muchas misiones los jesuitas, franciscanos y dominicos, la CM se dedicó a hacer misiones estratégicas, al norte, en la parte central y en el sur. Las tres casas conservan los libros de misiones. Se calculan que en la Santa Cruz hasta el año 1772 se predicaron unas 3 000 misiones, el estilo era el mismo que en Francia e Italia. En cuatro lugares se desenvolvían en actividades parroquiales, y hasta en trabajos con las cofradías como en el caso de Santa Cruz, que existía la Cofradía de San Roque, que entraba frecuentemente en colisión con la Cofradía del Santo Rosario establecida en la vecina iglesia de los dominicos. Tarlo convirtió la cofradía de san Roque en la cofradía de la Pasión y compuso en 1707 un texto muy expresivo que todavía hoy se canta en todas las iglesias de Polonia durante la Cuaresma, se llama Gorzkie Quale y su contenido es principalmente una meditación de la Pasión del Señor. Además, en las casas polacas, se desarrollaron trabajos en los hospitales que eran varios. Igualmente se trabajaba en unión con las Hijas de la Caridad. Igualmente los misioneros se distinguieron también en la enseñanza. En suma, en Polonia-Lituania, la CM se encontraba en situación floreciente, pronta a jugar un papel de primer plano en el siglo siguiente. (Año 2016)
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SOLAMENTE SE TRATAN LOS CAPÍTULOS XI Y XII Capítulo XI: Posible actualización de la doctrina vicenciana de las virtudes. Vicente supo desde un principio que el mundo de los pobres era bien doloroso y quiso suprimir esta realidad en la medida de lo posible. Pero este cambio lo haría mediante la caridad. En este capítulo se intentará ver si la virtud es adecuada para las personas y la sociedad. Y si es positivo, entonces ver cómo redimensionar la virtud para que sea vigente. Los criterios unificadores de la virtud vicenciana son:
Una moral personalista centrada en las virtudes El Catecismos de la Iglesia Católica se expone en un esquema de moral de mandamientos. Esta manera de presentar la moral tiene varias ventajas:
Este esquema, sin embargo tienen las siguientes desventajas:
Moral del deber o de la responsabilidad Por la influencia del kantismo muchos autores optaron por la moral del deber. Ella parece más pura por no ser teleológica. Sus ventajas son:
Los aspectos negativos que encontramos en ella son:
Moral de virtudes Según Aristóteles, cuando el hombre actúa de acuerdo con la justa razón, obre lo que es bueno para su naturaleza. La virtud está en el justo medio. Se debe querer mediante una elección reflexiva. Las virtudes son hábitos, por lo tanto solo es virtuoso el que las posea de manera arraigada. La escuela teológica que más se destacó en el tratamiento de las virtudes fue el tomismo, como una moral de la voluntad deliberada y de los hábitos correspondientes. Entre sus fortalezas encontramos:
Por otra parte contó con las siguientes desventajas, que vienen más bien del modo en que este pensamiento tomista se enseñó posteriormente:
Una moral centrada en las virtudes repensada desde el personalismo cristiano. Las objeciones de arriba no invalidan el personalismo cristiano. El personalismo puede salvar la moral de virtudes renovándola. El personalismo es una reacción frente a los sistemas totalitarios, de los cuales el siglo XX fue pródigo. Tiene la pretensión de ser escuela y converge en la dignidad de la persona. Entiende que lo central de la filosofía es la meditación del hombre sobre el hombre. Trata que el hombre se encuentre consigo mismo sin rodeos. Dentro de esta escuela se aprecian una gran variedad de vertientes dentro del mismo personalismo. Por ejemplo encontramos un personalismo ateo y uno creyente. Dentro del creyente igualmente encontramos una variedad de corrientes. Pero por encima de todas las diferencias que puedan encontrarse en los distintos personalismos, encontramos una afirmación: la primacía y la defensa del hombre. El personalismo valora:
El personalismo es una filosofía de la acción. La acción suprema es el proyecto ético de superarse a sí mismo. Esto es un movimiento ascensional que se lo denomina “valores”. Así el personalismo cristiano ve que los valores residen en Dios. Mounier refiere cuatro dimensiones en la acción:
En nuestro caso apostamos por una moral construida desde el personalismo cristiano. El cristianismo ha tenido que ver mucho con la génesis y el desarrollo mismo de la noción de persona. Y la doctrina de la semejanza cristiana continúa siendo el núcleo fundamental de la antropología cristiana. Este personalismo lo podemos expresar desde Latinoamérica como conciencia de dignidad personal y de fraternidad solidaria (DP, 454). El puente para unir el personalismo con la virtud es el concepto de valor. Y de la mano del valor esta lo “importante”. Nada puede ser querido si no se presenta bajo un aspecto de importante. En esta línea, el valor deja de ser un abstracto y se lo busca como un bien a adquirir o mantener. El valor encarna una lo verdadero y lo válido. Ocupa un lugar en el orden de las nociones fundamentales. El valor aparece como un medio para ser mejor y como un fin en sí mismo. Resumiendo, cuando la persona se adhiere a lo que percibe como un bien, se deja despertar por su contacto. Es propio de los valores comprometer el intelecto. Y también la afectividad. Los hombres se mueven más por los valores que por las teorías. El cristianismo es una relación de amor, que se recibe gratuitamente y se devuelve espontáneamente. El seguimiento de Cristo se suscita al contemplar su valor, que es amor hecho forma. Entendeos que así repensada, la moral centrada en la virtud es capaz de confirmar y completar las intuiciones del personalismo moderno, con los siguientes beneficios:
Marciano Vidal propone cambiar el concepto de “valor” por el de opción fundamental. Y aunque tiene sus razones, sin negar la utilidad de los conceptos, no vemos que exista razón para hacer que el concepto de virtud entre en conflicto con el de opción fundamental. Además, la utilización de las virtudes para abordar el mejoramiento de la vida, aun lo social, es empleada incluso por autores que no están vinculados al pensamiento clásico. No es que la virtud sea la única categoría de la ética teológica. Pero si se presenta así enriquecida, la ética de virtudes puede dar una satisfactoria respuesta a quien busca vivir los valores del reino en el mundo actual. Capítulo XII: Relectura de las virtudes vicencianas: El personalismo virtuoso. Hemos mostrado la viabilidad de una moral de virtudes repensada desde un personalismo. Ahora intentaremos hacer una relectura de la ética vicenciana de las virtudes desde esta perspectiva. El aporte más perenne vicenciano es asumir desde la caridad e clamor de los pobres. Para san Vicente, en esto consistió la eficacia del Evangelio. Desde las Escrituras pudo ver que Cristo no solo atendió a las necesidades espirituales de la gente, sino que también cuidó de lo material. Según Vicente “nuestra herencia son los pobres”. La Iglesia no puede olvidar que el encuentro con el marginado tiene para ella un valor de justificación o de condena, pues servir a los pobres es servir a Dios. La propuesta de san Vicente debemos ahondarla en los siguientes elementos:
La caridad El amor caritativo, al tener un origen divino, es participación del mismo amor de Dios (Rm 5,5). Según san Agustín, la más breve y mejor definición dela mor es el orden del amor (ordo amoris), pues ella es la que jerarquiza y da sentido a todo obrar virtuoso. La cuestión es cómo vivirla hoy. Por eso debemos intensificar algunos aspectos:
La fe y la esperanza En tiempos de san Vicente la fe debía remontar muchos obstáculos: guerras de religiones, crisis eclesiales, ignorancia, grupos fanáticos y rigoristas, etc. En este siglo XXI también tenemos nuestras crisis, como a toda época. Tenemos numerosos desaciertos de la institución eclesial, ataque y ridiculización de la Iglesia por muchos medios de comunicación, persecución velada, multiplicación de sectas, indiferentismo, etc. Notamos que en gran parte de occidente la fe no tiene arraigo. Esto debe llamarnos a una fe más adulta, evangélica, más reconciliada con lo humano. La fe sigue conservando su valor en este siglo. Ella satisface las aspiraciones antropológicas básicas y los interrogantes más profundos del hombre. La historia ha demostrado como la separación entre fe y razón realmente empobreció a una y otra, cuando realmente estas están llamadas a desarrollarse en una profunda unidad. Hoy debemos estudiar más, las diversas ciencias han crecido inmensamente en comparación con el siglo XVII. Para ser fieles al hombre contemporáneo se pide formación permanente. Evitar esto es alejarse de la verdad y brindar un servicio deplorable a los pobres. Y para esto debemos desnudarnos de todo lo que pueda impedir el correcto aprendizaje de todas las cosas. Para alcanzar el conocimiento de la verdad, tenemos que despojarnos de todo lo que enturbia nuestra mirada y amar la realidad que es la única verdad. Necesitamos una fe que se manifiesta más inmediatamente cristológica; que se nutra de la lectura vital de las Escrituras. El cristianismo volverá a ser creíble cuando hagamos nuestra la vocación del Hijo de Dios: evangelizar a los pobres. De hecho cuando la Iglesia opta por el pobre, los templos se llenan. Esta pobreza que el mundo no sabe cómo manejar debe ser para nosotros lugar privilegiado para la acción. A la luz del Vaticano II, la actitud misionera ha asumido muchos cambios. Se debe evitar:
Mas, la tolerancia religiosa es necesaria para una convivencia entre distintos. La fe mueve a un nuevo impulso misionero, tanto a nivel interno como externo. La tradición vicenciana nos invita a vivir en una esperanza activa que lleva a confiar en la Providencia de Dios. La esperanza busca la realización del proyecto de Dios en este mundo. La esperanza teologal ayuda a no desesperar de la propia debilidad e imperfección. Quien hace la voluntad de Dios esperando en Él, se hace semejante a Cristo. La humildad San Vicente entendió que la humildad era necesaria para la verdadera construcción de la caridad. El ser humano es propenso a vanagloriarse en sus talentos, hasta llegar a lastimar la caridad y la justicia. Sigue siendo válida una continua llamada a la humildad. La humildad nunca debe ser devaluación de la persona, al contrario, ella robustece a la misma en cuanto que le lleva a la aceptación sencilla y gozosa de lo que es. El humilde es orante, agradecido y disponible. Toda perfección es gracia de Dios y quienes son humildes están en disposición de recibir grandes dones. Con respecto al trato con los hombres, la humildad implica:
La justicia En el siglo XVII san Vicente logró que las clases sociales se ayudaran. Sensibilizó a los altos burgueses y nobles, recordándoles que debían hacerse cargo del dolor de los pobres. Todavía hoy sufrimos igualmente calamidades económicas. Actualmente tenemos muy mal reparto de las riquezas. Tristemente, esto aumenta el índice de delincuencia y hoy las cárceles son con frecuencia escuelas para aprender a delinquir. También es cierto que en muchos aspectos la humanidad es hoy mucho más justa que en el siglo XVII, se defiende con más intensidad los derechos humanos. La mejor manera de defender a la persona humana es aplicando la Doctrina social de la Iglesia. Asimismo, se debe asumir lo mejor de la teología de la liberación. La ética vicenciana invita a mejorar la sociedad desde la caridad y la justicia. La justicia debe ejercerse:
La sencillez Hoy como ayer, la sencillez sigue siendo necesaria, para que la relación siga siendo caritativa y verdadera. La sencillez fomenta tanto la verdad como la veracidad. Así el sencillo se goza en la verdad, porque vive en la realidad y lo expresa con la mayor transparencia. Tiene conformidad entre lo que dice y lo que efectivamente piensa. La sencillez y la sinceridad son el primer requisito e toda actitud discipular. Estar en la verdad en relación con los hombres implica evaluar la propia actuación en los diversos estadios en donde nos movemos. El sencillo al saberse limitado, se abre a los demás, para mantenerse en continuo crecimiento. Ser sencillo es no tener segundas intenciones, ni hacer una cosa para obtener otra. La prudencia caritativa ayuda a discernir. Así que, si el callar perjudica la caridad se deberá hablar. La mortificación La teología del siglo XVII vivió un dolorismo extremo, el sufrimiento parecía como el signo más distintivo del seguidor de Cristo. Ahora la teología ha hecho un serio intento por reconciliarse con lo humano. La moral vicenciana nos invita a actualizar el sentido oblativo del amor de Cristo. El Nuevo Testamento insiste en ser fiel al amor aunque esto implique llegar a la cruz. Pero el centro del razonamiento no es la cruz, sino la persona de Jesús. La mortificación tiene una dimensión directamente religiosa que nos conduce a la vida orante. Se la puede llamar también ascesis. Nadie asume la sabiduría cristiana si no sabe morir a sí mismo. Le espiritualidad de la cruz enseña que amar implica una cuota de olvido de sí. La mortificación a veces puede tornarse un poco narcisista que debe ser evitada. Pero si esa autodisciplina implica estar más sano para servir mejor, si es dominio de sí; si se sabe darle una dimensión cristológica, entonces está en buen camino. La mansedumbre Parece que esta virtud es cada vez más necesaria. Nuestro mundo está saturado de violencia. Hagamos una breve enumeración:
La mansedumbre se debe ejercer diariamente siendo promotores del diálogo. La mansedumbre lleva, por un lado al diálogo tolerante, pero se opone a dos vicios opuestos: el fanatismo y la permisividad. No importa cuántos años tengamos, siempre se puede crecer un poco más en la mansedumbre. La mansedumbre encuentra modos de expresar adecuadamente la indignación que produce el ver la explotación de los excluidos. Una de las grandes enseñanzas de la ética vicenciana es saber combinar amabilidad y firmeza a la hora de decidir cómo construir un mundo más justo. Necesitamos unir contrarios para potenciar el reinado de la caridad. Hay que ser firmes sin ser duros en nuestra actuación y evitar una amabilidad sosa que no sirve para nada. El celo misionero Para entender esta virtud debemos entender necesariamente la palabra “celo”. Por celo entendemos el ardor, la diligencia y el entusiasmo; y por apostólico precisamos la dirección de dicho esfuerzo: establecer la obra de la evangelización. El celo apostólico es vivir creativamente la consigna paulina: “En cuanto a mí, me gastaré y me desgastaré por vosotros” (2Cor 21, 15). Maloney dice que el celo es “amor fiel y perseverante”. Es necesario que nos envuelva la brisa fresca del celo misionero. El papa Pablo VI exhortaba a: “¿Creen lo que predican, viven lo que creen, predican lo que viven?”. El celo misionero es fundamentalmente una expresión de la vida teologal, sobre todo de la virtud de la caridad. El celo misionero acompaña este movimiento caritativo remarcando su celeridad y creatividad. Es vehículo de caridad que constantemente nos hace ver al otro como semejante y como regalo del amor de Dios. También es necesario aprender a trabajar cada vez más organizadamente, pero también más descentralizadamente para que los esfuerzos evangélicos den más fruto. La virtud del celo nos ayuda a la autocrítica de ver cómo se ejerce la actividad evangelizadora. La caridad apostólica debe llevar a pasar de una pastoral de mantenimiento a una pastoral de misión. Otro paso necesario es abrirse a la acción misionera “ad gentes”, a la universalidad. El propio dinamismo de la fe invita a que una vez aprendida se busque comunicarla. De este modo, la dimensión misionera será fuente de espiritualidad y vida para la parroquia. Los medios para llevar a cabo esta pastoral misionera son:
Intentamos actualizar las virtudes vicencianas de acuerdo con el personalismo cristiano. Y a la vez, intentamos armonizar las demandas de las personas con las de la sociedad. La persona no se plenifica si no se hace don para los demás. Una moral personalista se centra y estructura desde la caridad, ya que afirma que la ética es el arte de amar bien. Hemos concluido este estudio acerca de la moral de virtudes en los escritos de san Vicente de Paúl. Tenemos la convicción que una ética centrada en las virtudes desde el carisma vicenciano, repensada desde el personalismo puede ser un sugestivo camino de humanización. Finalmente esta obra tiene la pretensión de brindar elementos para que avancemos por la senda de la necesaria conversión, que asume quien acepta el desafío de combatir la miseria. (Junio 2016) |
AutorRubén de la Trinidad, misionero paúl (Congregación de la Misión), cubano. Estudiante de Teología. ArchivosCategorías
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