Caridad, Verdad y Mística
Hablamos de "tres principios" en nuestra fraternidad. Estos son: Caridad, Verdad y Mística.
En la "caridad" entendemos la praxis adecuada de la vida cristiana, implicando nuestra vida moral. Este principio se pone de manifiesto mediante la guarda de los mandamientos, las bienaventuranzas, la Ley de Cristo, etc. En resumen, sería vivir a plenitud la Nueva Alianza establecida por Cristo, resumida en el "doble mandamiento del amor". Ejercitamos este principio impregnando de caridad toda nuestra cotidianidad. Hablamos de la "verdad" refiriéndonos al mensaje, la Palabra o Evangelio traído por el Verbo encarnado. Una verdad que es recibida, guardada y entregada con fidelidad. Este principio implica, pues, el estudio constante y permanente de la doctrina cristiana, la enseñanza recomendada por la Iglesia. Y no solamente el estudio de las verdades de la fe, sino todo aquello que sea útil para la vida del hombre, lo saludable, lo bueno, lo excelente. Formación doctrinal y humana permanente. Más que una acción, debe entenderse como una actitud: vivir en la verdad, amarla, buscarla, conservarla y proclamarla; en fin: se trata de impregnar el mundo con la verdad divina que ilumina cada aspecto y ámbito de la vida humana. La "mística" nos lleva a la vida de contemplación y oración. La participación y celebración de la liturgia. El hombre de oración, el mísitico, hace de toda su vida una liturgia, un culto agradable a Dios. Esto lo concretamos partiendo ante todo de la Liturgia de las Horas. La Misa diaria, el rezo del Santo Rosario, el ejercicio del Viacrucis, etc., son medios por los cuales el alma del creyente se va uniendo cada vez más a Dios, va alcanzando así su santificación y mayor perfección. El místico impregnar de espiritualidad este siglo en lo posible. Los tres principios explicados Estos tres principios que se yerguen como una bandera en la Hermandad son como las líneas conductoras o las notas que deben distinguir y sazonar la vida de cada miembro de la fraternidad. Si los pilares (catecumenado, comunidad, eucaristía y oración común) van dirigidos más propiamente al aspecto grupal o comunitario, al funcionamiento y los espacios en los que se desarrolla la hermandad; estos principios o notas distintivas y enfáticas van más dirigidas al individuo, a cada uno de los miembros de la Fraternidad. Esto no significa que no vaya orientado a la generalidad del grupo, todo lo contrario, sino que desde una vivencia personal de estos principios, el grupo se va informando del espíritu y carisma de la Hermandad, de su proyecto y misión dentro de la Iglesia y la sociedad. ¿Cómo se viven estos principios y qué significan? Caridad La Caridad, no es solo que nos dediquemos a las obras de caridad, no. Va más allá y engloba a toda la vida activa de la fraternidad. Los miembros de la Hermandad intentarán vivir en un estado de Caridad, ya que es en este estado como se vive en la Nueva Ley de Cristo. Contra el amor no hay ley, pues el amor es la nueva ley y la esencia misma del Evangelio. Dios es Amor (Caridad) y vivir en el amor, en un estado de caridad es participar de la esencia, la vida y el obrar mismo de Dios. Es por esto que no podemos quedarnos en una mediocridad de la acción, ni reducir la práctica de la caridad a unos actos eventuales. El amor debe ser afectivo y efectivo, misericordia creadora, patente y sin doblez o fingimiento, o sea, com-pasión. Verdad La Verdad se refiere a todo lo que debemos saber y enseñar para el bien y la salvación de todos y cada uno. Vivir en la Verdad no solo significa profesar simplonamente un Credo ortodoxo y bien articulado. Vivir en la Verdad significa ser fiel y consecuente con la realidad de las cosas. No basta con “adecuar la mente a la realidad”, sino que se hace necesario adecuar toda nuestra existencia a una Palabra salvadora, a un mensaje que demanda una actitud, a una Persona: Jesucristo es la Verdad (Jn 14,6). La Verdad es la Luz increada con la que se puede contemplar sin estorbo de sombras la realidad de cada cosa. Es la claridad de la mente de Cristo, que se adquiere por la gracia, en el terreno bien labrado del esfuerzo personal e intelectual. Implica mucho más que el estudio y la investigación; implica recibir humildemente, asumir valientemente, guardar celosamente y transmitir con ardor y prudencia el Misterio Revelado que se hace Palabra salvadora. Mística La Mística vendría a ser el vivir los dos principios anteriores (Caridad y Verdad) en la presencia de Dios, en espíritu contemplativo. No se trata de éxtasis frecuentes y extravagantes, sino en hacer siempre la voluntad de Dios y descansar confiadamente en su divina Providencia. Es vivir con unción, que es lo mismo que vivir habitado por el Espíritu. De ahí que solo los que cultiven una “espiritualidad” tendrán la capacidad de salir ilesos de los embates de este mundo, cada vez más incrédulo y secularizado, solo los verdaderos místicos no naufragarán. Se refiere también a toda la vida en el Espíritu, la dimensión espiritual del individuo. El místico busca y suspira por la unión con Dios y sabe que todo adelanto en la vida del espíritu le viene por gracia. La mística se refiera a la vida de contemplación, no desprendido de este mundo ni desencarnado, sino bien aterrizado, con los pies bien puestos en el suelo, pero habiendo hecho cautivo su propio corazón en el mismo corazón de Dios. Es por esto que, lejos de pensar que vivir la mística cristiana nos lleva a un alejamiento de las demandas de este mundo, podemos decir con toda verdad que el místico ve con los ojos de Dios la realidad de este mundo para obrar en toda ocasión como corresponde. Mientras que por el contrario, el que no es místico, puede hacer muchas cosas y esforzarse en mucha actividad, pero andará como a tientas, en la oscuridad del activismo vacío (vano), pues no atina al verdadero sentido y discernimiento según Dios y no sabrá dar respuestas adecuadas, ni comprender la historia en clave salvadora, ni divisar los signos de los tiempos. |
ESTRATEGIA PARA LA VICTORIA DEL AMOR
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"EL AMOR TODO LO VENCE, DEJÉMONOS VENCER POR EL AMOR"
La victoria del amor
“Omnia vincit amor” (todo lo vence el amor), afirma Virgilio, “et nos cedamus amori” (cedamos también nosotros al amor). No sin razón la mayoría de las culturas ven en este sentimiento universal el más sublime de todos. El más puro y supremo de los sentimientos, que en la fe cristiana ha sido identificado con la mismísima esencia de Dios (1), debería ser objeto de nuestra atención al menos por un momento. Comencemos por distinguir un poco qué es el amor.
La Santa Biblia coloca el amor como corona de las demás virtudes y carismas humanos y llega a decir: “Es fuerte como la muerte el amor, es implacable como el Seol la pasión. Son sus saetas como de fuego, llamarada de Yahvé. No pueden los torrentes apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera su patrimonio a cambio del amor, solo hallaría el desprecio.” (Cantares 8, 6-7). El mejor lugar para releer el pasaje paulino más excelente dedicado al amor sería ante una imagen de Jesús Crucificado (2). Abre tu Biblia en el capítulo 13 de la 1ª Carta de san Pablo a los Corintios (1 Cor 13)(3) y lee sin prisas este texto maravilloso. Sumérgete en él, déjate impregnar por su luz. Un eco siempre queda en mí de este pasaje, “el amor nunca acaba”. (4) Deberíamos aprender a tener al amor como un buen aliado en nuestra vida. Deberíamos pegarnos a él como al mejor de los maestros. Dijo san Agustín “ama y haz lo que quieras”, y ha habido muchos, sin embargo, que en nombre del amor han abusado de él libertinamente para terminar negándolo en sus obras. ¿Qué es pues el amor? Es la virtud por excelencia del Cristianismo. El amor es la fuente de nuestro “descanso sereno”, pues el descanso (o abandono en las manos del Providente) solo se da cuando hay confianza y el amor es precisamente la base natural de la confianza. (5) Podemos resumir el proyecto de felicidad que Dios quiere para la humanidad (su Reino) en una sola palabra: AMOR. Y esto es sencillamente -y lo repito- porque el amor es la esencia de Dios. Imaginemos, aunque sea un atrevimiento de la imaginación, la vida íntima de nuestro Dios, la Trinidad Santísima. Toda ella es como una serena danza de íntima relación y donación recíproca. Cada una de las Tres Divinas Personas “comunica” a la otra todo lo que es ella en sí misma sin disolverse, vaciarse o atenuar su intensidad. Esta comunicación en el interior de Dios no admite nada más que amor, y como en Dios no hay mezclas ni compuestos, entonces esta relación íntima en la Divinidad viene a ser la comunión de su propia esencia. Así es, no es una frase meramente romántica el decir que Dios es amor. Si el amor es el idioma de la Trinidad, cómo no aprenderlo y comenzar a “hablarlo” ya. Si echamos un vistazo sincero a nuestras relaciones interpersonales caeremos en la cuenta de que muchos de nuestros problemas han sido causados precisamente por no “hablar” bien el idioma del amor. Existen tres palabras para nombrar lo que se entiende por amor: “eros”, “philia” y “ágape”. Estos tres conceptos son como niveles o aspectos de una misma realidad. El “eros” es el amor propiamente natural, enraizado en la naturaleza del hombre. Está anclado al nivel más sensible y responde a nuestro sustrato biológico y fisiológico. Es por ello que el “eros” es muy sensual (se sirve de los sentidos) y si no está bien orientado por la razón y las virtudes, puede quedarse en el nivel de lo irracional. El “eros” intenta lanzarnos al éxtasis y se deja afectar fácilmente por las pasiones. Ya que tiende a una gratificación propia, el “eros”, aunque tenga su origen en la bondad del Creador, ha sido herido junto con toda la realidad humana por la concupiscencia (6). Puede elevarse a “ágape” mediante un camino de purificación, no ya buscando su propia satisfacción de manera egoísta, sino exaltándose en un acto de libre donación. Cuando hablamos de “philia” entendemos el amor de la amistad. Por ejemplo, cuando en el Evangelio se habla de la amistad entre Jesús y sus discípulos. Finalmente tenemos el “ágape”, el más perfecto de los amores. Es el propio de Dios, que se vuelca y entrega buscando la felicidad y “plenificación” de todas sus criaturas. Encuentra su realización en la constante donación de sí mismo para satisfacción del otro. El “ágape” también tiene éxtasis, no en el mismo sentido que el “eros”, sino en su potencialidad de salir de sí, de romper el frío enclaustramiento del “ego” que se mira al ombligo, para saltar a un éxodo jubiloso. El amor es amigo de la eternidad, de lo definitivo, es por ello que el verdadero amor no muere como cualquier otro sentimiento. Es un arroyo que nunca se seca porque tiene su fuente perenne en Dios. El verdadero “ágape” es un pedazo del cielo que se esconde en el corazón de cada uno de nosotros. Este amor ha sido el móvil de las obras divinas: Por amor Dios nos creó, para manifestar en nosotros la felicidad que habita naturalmente en Sí mismo. Por amor vino Jesús a salvarnos de toda la iniquidad y finalmente hacernos partícipes de su divinidad. Por amor el Espíritu Santo conserva toda la creación, mueve el universo a su fin feliz, custodia la Iglesia y empapa con su consuelo el alma de los creyentes. Como diría san Pablo, “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5, 5). ¿Qué nos queda por hacer con este amor que se nos da libremente y está al alcance de nuestra voluntad? ¿Qué podemos hacer con la más grande de las fuerzas que mueven el universo? -“Et nos cedamus amori”, cedamos nosotros a él. Tu vida puede empezar a llenarse de toda bendición inmediatamente si usas esa virtud-fuerza escondida en el cofre de tu corazón. El amor puede cambiar un paisaje lúgubre por un colorido banquete; amando podrás cambiar tu vieja taza de vinagre con hiel por un fresco manantial de “leche y miel”. ¿Por qué esperar más? De hecho los mandamientos en esto se resumen: en amar (7). Beneficiarse del poder sanador del amor implica una ejercitación de esta virtud teologal (8) . El amor contiene una energía reconciliadora que logra integrar tu vida totalmente: Con Dios. Si siempre amas te reconciliarás primero con Dios. Así destruirás toda obstrucción a la libertad espiritual que necesitas. El Espíritu fluirá en ti dinámicamente reconfigurando la imagen de tu verdadero “yo”. Esta es la base de la “regeneración” pues reconciliarse con Dios es hallarle como PADRE. Contigo mismo. La autoconsciencia de ser configurado con la imagen de Cristo (9), esto es, de ser hijo en el Hijo, necesariamente te llevará a un amor propio no egoísta, pero imprescindible. Quien no sepa amarse a sí mismo nunca podrá amar a nadie. Con los otros. El dinamismo del amor nunca se estanca en la soledad del ego, sino que se expande, se difunde. Mientras más profunda sea la experiencia del amor, más intenso será su estallido hacia el prójimo. Que el círculo de tu reconciliación con los hombres nunca sea cerco que delimite, sino abrazo incluyente. Con el universo. Finalmente todo el “cosmos” con su historia y sucesos, tu contexto de vida, tu historia personal, la naturaleza y la vida, aunque estén laceradas también por la huella del mal y el desorden, esperan por una mirada de misericordia (Romanos 8, 22). Tu ejemplo está en tu Dios, que amando a todos sin discriminación se entregó igualmente por todos para su salvación (Juan 3, 16- 17). El amor es el principio más cierto de la Libertad, comienza desde ya a construir tu liberación. |
NOTAS
1 “Dios es amor” (1 Juan 4, 8). 2 Juan 15, 13. 3 En muchas traducciones en vez de transcribir la palabra “amor” vierten “caridad”. Significan lo mismo. 4 Vers. 8. 5 El creyente que ama verdaderamente a Dios no puede dejar de confiar en Él. Este “confiar” provoca un relajamiento sereno y saludable (abandono) frente a Su perfecta Providencia. 6 La mala inclinación del hombre causada por el “pecado original”, la primera desobediencia del género humano a la voluntad del Buen Dios. 7 Cf. Mateo 22, 34-40; Juan 13, 34-35. 8 Hay tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor (1 Corintios 13, 13). 9 Cf. Efesios 1, 4-14; Colosenses 1, 20. |