La Teología Fundamental nace de la antigua y clásica Teología Apologética y de la reflexión que tuvo en vistas a reformarse, para no desaparecer. Era necesaria una renovación de esta disciplina para dar respuestas a nuevas problemáticas. Sin una oportuna renovación de la mentalidad, se hubiera hecho imposible responder a las nuevas exigencias. Esta renovación ha sido tan profunda que se vio como necesidad el cambiar el nombre de la materia.
Esta actualización de la apologética católica ha afectado no solo a su contenido e identidad, sino además a sus propios métodos. No obstante estos cambios, los problemas a los que se tiene que enfrentar no dejan de ser los de siempre: la revelación y la credibilidad (Revelación y Fe), solo que tratados desde renovadas perspectivas y categorías. Podemos distinguir tres fases en la consolidación de la Teología Fundamental si tomamos como referencia al Concilio Vaticano II:
En la primera, podemos ver una reacción frente a la apologética clásica. En la segunda fase percibimos una ampliación y recreación que coincide con la asimilación del nuevo nombre de Fundamental. Y finalmente, en la tercera fase vemos una reflexión sobre su identidad y un nuevo intento de sistematización o jerarquización de su contenido. En la primera fase, cuando aún podemos nombrarla apologética, esta teología tenía que hacer frente a varios problemas, que a la vez podemos situarlos en determinados momentos históricos. Había que hacer frente a los protestantes del s. XVI con una demostración de que la Iglesia y la doctrina católica era la única y verdadera Iglesia con la única y certísima verdad revelada. De igual manera debía hacer frente a los libertinos y ateos prácticos del s. XVII. A estos tenía que responder con una bien fundamentada Teodicea o teología natural, y convencerles de la existencia de Dios, y la necesidad de creerle y obedecerle. Para el s. XVIII ya tendrá que enfrentarse con los deístas y enciclopedistas, que no veían la necesidad de una institución divinamente establecida a la cual obedecer. No creyendo en la revelación divina, se contentaban con una religión natural. A estos tuvo que dar respuesta la apologética a partir de la demostración de que la revelación cristiana tuvo lugar ciertamente. Había que presentar a un Jesús históricamente real, portador de la palabra-revelación definitiva. En el período posguerra se va haciendo obsoleto un lenguaje agresivo contra los no católicos, es claro que no es aceptable un monopolio espiritual. Nuevas ciencias se van acercando con impensadas herramientas a las fuentes mismas de la revelación: la Escritura, los Padres y escritores cristianos primitivos, la arqueología bíblica, etc. Ya no cabe una postura de hostilidad contra los protestantes o deístas, hay que buscar puntos de acercamiento y diálogo. Ahora ya podemos ver una nueva elaboración teológica. Hallamos una teología fundamental con un lenguaje de posiciones y proposiciones teológicas y filosóficas, en vez de una acérrima refutación. Posterior a este período y coincidiendo con la segunda fase, hallamos una teología fundamental en plena ampliación. Se escriben muchas obras sobre la revelación, se respira una libertad y apertura en el lenguaje, es el tiempo de la Dei Verbum. En este tiempo de extensión y enriquecimiento de su contenido, con la apertura a nuevos interlocutores, es cuando se adopta el término de Teología Fundamental. La revelación empieza a presentarse no solo en su aspecto doctrinal o académico, sino como acto mismo de Dios: es auto manifestación de Dios, que se encarna en la Persona de Jesucristo. El tema de la credibilidad también sufrió amplios cambios. Hay un reconocimiento de las limitaciones de las antiguas demostraciones a base de milagros, prodigios, etc. De igual modo, hay una uso, a veces inadecuado, de los nuevos métodos y técnicas de exégesis bíblica, cuando no una ausencia de estos métodos. Para este tiempo, la teología fundamental se da cuenta que es necesario e impostergable una ampliación de horizontes. Esta ampliación de horizontes se manifestó en tres direcciones: Frente al problema de la historia y de la hermenéutica. Si es cierto que debemos presentar el mensaje de la revelación acaecida en Jesús, también es cierto que los paradigmas de revelación por medio de los evangelios, por ejemplo, han variado. Con las nuevas ciencias críticas, había que hacer una valiente revisión de hasta qué punto y en que parte podíamos aceptar como creíble el mensaje contenido en las Escrituras. La cuestión del Jesús histórico asume una importancia fundamental, seguida por todos los teólogos. El método hermenéutico histórico crítico termina por imponerse y barre con las falsas seguridades de una revelación “intocable”. Frente al problema antropológico. El hecho de que Jesús se encarnara, no significó solamente que Dios irrumpiera en la historia y el cosmos, sino que en Jesús se manifestaba la “humanidad” al mismo hombre. Jesús es una revelación de quien es el verdadero hombre y su postura frente al misterio que lo plenifica y hace trascender su misma humanidad: Dios. En Jesús encarnado, el hombre puede hallarse a sí mismo, y reconocer la necesidad de la fe. La necesidad de sentido y respuesta a sus preguntas más profundas, que demandan una clave suficiente, más allá de lo que pude encontrarse en la humanidad caída: el Nuevo Adán. El tercer camino emprendido sería en dirección al signo. Si Jesús es la manifestación de Dios más perfecta a la que podemos acercarnos, entonces no podemos “verificar a Dios” más que por Jesús. Él es el signo del Padre. Debemos acercarnos al signo desde una nueva perspectiva hermenéutica, conscientes de las limitaciones que entraña cualquier interpretación, por tanto, con afirmaciones menos categóricas. Un Cristo total y vivo que no puede ser agotado por la interpretación crítica de la Escritura o la Historia y que encierra el misterio mismo del hombre. Esto hace que la reflexión en torno a Dios y su demostración se expandan sumamente, viéndose implicada toda la humanidad. Finalmente, la teología fundamental ha ampliado su campo de encuentro no solo con los no creyentes, sino con los creyentes. Pues, dentro de los hombres de fe se hallan las mismas dudas y cuestionamientos a la fe que se hallan en el contexto actual de increencia en que vivimos. El diálogo se vuelve un caminar juntos por el sendero de la búsqueda fundamentada de las razones para creer, valiendo los argumentos para todo hombre, creyente o no. Sin esta capacidad y amplitud, la Teología Fundamental perdería su esencia y razón misma de ser. En el momento postconciliar, nuestra disciplina se ve amenazada por dos peligros mortales. Por un lado, la dispersión de sus temas tradicionales, que devinieron olvidados en muchos casos; y por otro lado, el ensanchamiento excesivo de sus contenido de estudio, que terminó por volver esta disciplina en una “pantología teológica”, que con mucho abracar terminaría por diluirse en un esfuerzo vacío de lo no específico, o sea, gastándose inútilmente sin concretar resultados ni conceptos claros. En algunos lugares se llegó a anular la Teología Fundamental o a inmiscuirla en problemáticas teológicas propias de otras disciplinas. En cualquier caso, no cumplía su función específica de “confirmar en la fe”, cuando no lanzó al naufragio a millares de creyentes, que aturdidos por problemáticas teológicas muy difíciles, sucumbieron sin la ayuda de especialistas. Este período posconciliar caracterizado por una ampliación tan ambiciosa, la hizo pretender ser una enciclopedia de las ciencias, todas las que veía necesaria abarcar a fuerza de incluir cada asunto y cuestión. Esto la llevó a olvidar su objeto primigenio, a saber: la revelación y la credibilidad. Ante este doble peligro y todos estos problemas que se les presentaban, hubo una reorientación de su caminar, una concentración de esfuerzos mejor orientados, una jerarquización de temáticas, un búsqueda de su identidad y de su objeto distintivo y particular. En la actualidad la Teología Fundamental se enfrenta con nuevos retos y problemáticas, pero desde una base ya más estable. Si en los tiempos en que la disciplina vio la luz con un rostro renovado, los diversos manuales no se ponían de acuerdo en sus estructuras y métodos, al día de hoy podemos percibir una cierta uniformidad y sistematización que habla de un consenso teológico al respecto. Con esta reciente estabilidad puede hacerle frente a diversas cuestiones que le abordan y hacerlo con claridad en su objeto, método y estructura de contenido. (Enero 2017)
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AutorRubén de la Trinidad, misionero paúl (Congregación de la Misión), cubano. Estudiante de Teología. ArchivosCategorías
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