CONTENIDO
INTRODUCCIÓN. DESARROLLO. Santa Luisa de Marillac. Comentarios a cada una de las cartas tratadas en este trabajo. CONCLUSIONES. BIBLIOGRAFÍA. INTRODUCCIÓN Se nos pide para nuestro tiempo de formación en la etapa de Seminario Interno que hagamos una investigación sobre la correspondencia se San Vicente de Paúl. La intención es que busquemos la vigencia de la actividad caritativa y de asistencia social en nuestros días, según el pensamiento y el obrar de san Vicente de Paúl. La temática del trabajo, como se ha de suponer, es bastante amplia si se quiere abrazar cada dato arrojado por las cartas de san Vicente. Pero en el presente no podríamos abarcar todas las cartas porque es bien difícil, si no, una tarea casi imposible, para un tiempo limitado de menos de un año. Más aun teniendo en cuenta que el Tomo que me ha tocado investigar es el número VI de las Obras Completas, el cual contiene un total de 393 cartas. Desde la número 2177, dirigida a Juan Martín (7 de julio de 1656) hasta la número 2570 dirigida santa Luisa de Marillac, con fecha de noviembre o diciembre de 1657. Según he ido viendo desde que comencé la lectura de este tomo, me han atraído muchas temáticas distintas sobre las cuales pudiera tratar el presente trabajo. Mas, se nos ha orientado ser específicos, es esto lo que intento hacer en mi presente investigación, por lo que he querido elegir el tema de la correspondencia entre san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac. Me sumergiré en este tomo en busca del pensamiento y de la acción de san Vicente con respecto a sus amadas Hijas de la Caridad, siempre encabezadas por la señorita Le Gras. Algo debe haber sobre sus desvelos por la pequeña Compañía. Cómo la concibe, cómo la orienta o cómo aconseja que ésta sea. Es éste el tema que elijo como centro y corazón de todo mi trabajo. DESARROLLO Este tomo de San Vicente abarca solamente un año y medio, a diferencia de otros tomos que abarcan varios años o al menos tres años. En este corto tiempo se conservan 393 cartas, casi tantas como en los tomos anteriores. Esto se debió quizás a que tenía más tiempo para escribir en su reclutamiento de San Lázaro. Las fuerzas físicas del señor Vicente habían disminuido y podía dedicarse mejor a la asistencia epistolar de las casas más alejadas. Sobre todo las casas de Turín, Génova y Roma fueron a las que más les envió cartas. Aunque tampoco olvida las casas de Marsella, los consulados de Argel y Túnez, Polonia, Madagascar, Irlanda, Escocia, etc. Tampoco deja de escribir san Vicente a sus muy queridas Hijas de la Caridad y sus fundaciones, así como las Damas y sus obras. No faltan en las correspondencias intercambios con obispos, autoridades civiles, o personas de a pie que pedían cualquier tipo de consejo. La candidez y el buen tino que se respira siempre en san Vicente hacen entender por qué tantos acudían a él para pedir consejos, orientación, a veces, intervenciones directas a algún ámbito. En estos años, hay varios acontecimientos que estremecen a san Vicente. En 1656 hay nueve fundaciones nuevas de Hijas de la Caridad. En 1657 muchos misioneros mueren, unos por la peste, otros perdidos en lejanos lugares. Es en este año el del Hospital General de París con el que el santo no quiere colaborar por falta de libertad para los pobres y por las desventajas que tenía para los pobres del campo y los refugiados. En este tomo VI de las obras completas de san Vicente, los misioneros que más cartas reciben, dentro del tiempo que transcurre de julio del 1656 hasta diciembre de 1657, fueron: Juan Martín, superior de Turín, 35 cartas; Fermín Get, superior de Marsella, 47 cartas; Carlos Ozenne, superior de Polonia, 24 cartas; Y Edmundo Jolly, superior de Roma, 35 cartas. Pero además escribe a: Esteban Blatirón, superior de Génova, 12 cartas; Al padre Duperroy, 2 cartas; Al padre Desdames, 4 cartas; Cartas varias a distintitos sacerdotes de la Misión, 17; Al hermano Juan Parre, 20 cartas; A Donato Cruoly, superior de Le Mans, 13 cartas; A Guillermo Delville, misionero en Arras, 13 cartas; Cartas varias a muchos misioneros, 29 cartas; Luisa de Marillac, 22 cartas; A otras Hijas de la Caridad, 8 cartas. Finalmente otras cartas de ambos años: Del año 1656, 16 cartas; Del 1657, 19 cartas. Santa Luisa de MarillacDe todas estas cartas me ha parecido conveniente tratar las correspondencias entre Vicente y Luisa de Marillac. Son en total 22 cartas. 5 han sido escritas por Vicente, las otras 17 han sido de santa Luisa. La correspondencia entre Vicente y Luisa en este volumen la podemos encontrar en las siguientes cartas:
Las cartas de Vicente en este caso son pocas y muy sobrias. En la última se extiende un poco. Por su parte las de Luisa son bien tímidas, como no queriendo contrariar el poco tiempo del señor Vicente. Luisa necesita pedirle aprobación a Vicente para cada cosa que hace. Siempre con la humildad que le caracteriza, termina siempre firmando “su muy humilde hija y obediente servidora” o “su obligada servidora”. Me ha parecido bien tratar estas cartas por la vigencia que tienen, sobre todo por el trato que nos enseña a tener a nosotros, misioneros paúles, con nuestras hermanas las Hijas de la Caridad. San Vicente fue siempre un maestro. Santa Luisa consulta a san Vicente para hacer cualquier cosa, ya sea para informar sobre la renovación de los votos de varias hermanas o para hablar sobre el cambio de destino de ellas. Vicente dirige también desde esta correspondencia el destino de muchas hermanas. Orienta a Luisa, manda, dirige. Luisa llega hasta pedirle al señor Vicente que le permita continuar con su dieta de Cuaresma, porque le parece que es recomendable para mejorar sus problemas de tensión arterial. En ocasiones también le pide a Vicente tiempo para poder confesarse bien. Él en alguna ocasión también le dice que no puede por las ocupaciones y el corto tiempo, y hasta termina recomendándola con el padre Alméras (2378, 2379); pues es que con santa Luisa se requiere mucho tiempo para poder atenderla satisfactoriamente, ella misma dice en una ocasión que lleva mucho tiempo esperando para que le dedique una hora para dirección espiritual (2212). En una de sus cartas hasta encontramos una especie de catecismo con preguntas y respuestas, santa Luisa le envía la misiva con las preguntas y justo debajo de cada una san Vicente responde y la reenvía de regreso a Luisa, es algo muy curioso, se detalla minuciosamente cada necesidad con respecto a unas hermanas que serán alojadas en la casa de las Hijas (2492). Este estilo de cartas no es único de este tomo, ya lo encontramos con anterioridad, como por ejemplo en la carta número 1745 escrita en octubre de 1653 (tomo V). Pero no siempre las cartas de san Vicente son tan secas y carentes de afecto, en una que firma con fecha de 1 de diciembre de 1656 el señor Vicente le agradece muy afectuosamente a san Luisa su preocupación y le da explicaciones de cómo sigue mejorando poco a poco su estado de salud. La señorita Le Gras siempre estuvo muy ocupada en saber noticias de Vicente y esa característica preocupación femenina en ocasiones venían a aliviar los rigores que el santo se imponía con naturalidad. Aunque nos sabría decir que pesaba más en la balanza de esta correspondencia, si el ánimo que ella infundía a Vicente o la compasión que provocaba al reconocerse machaconamente como indigna, descuidada, pecadora, mala, etc. Sólo un alma de pastor como el de Vicente podía sostener con ánimo y sin dejarse perturba este coloquio escrito y no solo con ella, sino con muchísima gente que le aborda con mil asuntos a la vez. Este es el estilo de misionero que necesitamos para nuestros días. Claro, que en el caso de la “genialidad” de Vicente siempre nos veremos superados, pero es sin duda un modelo más que actual a seguir. Siempre me pregunto cómo hubiera sido el alcance de nuestro santo si hubiese contado con las tecnologías de la información con las que contamos hoy día. La última carta de este tomo (2570) es precisamente una dirigida a santa Luisa. En ella el santo felicita a la señorita Le Gras por haber recibido a una joven, pero a la vez confiesa su incapacidad para dar testimonio de una persona a costa de otra, mucho más cuando se trata de alguien que no es bien conocido por él. “No tengo el honor de conocer a esa persona” dirá, después de haber expresado “me cuesta mucho tener que dar testimonio de una persona a costa de otra”, y referirá que en más de una ocasión le han pedido esto y finalmente siempre ha hecho lo posible de excusarse. La carta termina con una recomendación del santo: para el adviento debe leer una obra del padre jesuita Souffrand, y manda a que se lea en el refectorio de las hermanas el tratado correspondiente a este tiempo litúrgico. En cuanto a las penitencias dice a Luisa: “por lo que a usted se refiere, soporte sus achaques como si fueran su penitencia, por amor de Dios, y no piense en hacer nada más”. Comentarios a cada una de las cartas tratadas en este trabajo
En esta carta santa Luisa trata asuntos puntuales: la madre del señor Marillac, el consejero del parlamento. Sobre la señora de Herse que espera la visita de Vicente a una de las caridades de París, etc. Pero la esencia de esta carta radica en un pensamiento de Luisa: “Nuestro Señor querrá siempre más confianza que prudencia para mantener la compañía, y que esa misma confianza hará brotar la prudencia en las necesidades, sin que nos demos cuenta”. En ésta Luisa se acusa varias veces de pereza y de pocas luces. Opinión un tanto exagerada de sí misma. ¡Cuánto ayudaría hoy el que este pensamiento calara nuevamente en las autoridades de la CM y las HC! El estar constantemente atados a una falsa prudencia nos tira sin cuento a una desconfianza tóxica que enajena el espíritu libre que debe tener la misión para ser bien realizada.
En ésta, Vicente es todo ternura para con Luisa, le agradece su preocupación y escribe sin la sobriedad, prisa y objetividad que le caracteriza en la mayoría de sus cartas. Se abaja ante la insistencia de santa Luisa, quien quizás en más de una ocasión le ha enviado mensajes o recados para que se cuide más la salud. Ella tampoco está muy bien de salud, lo deja ver el santo cuando pide también a Dios por la salud de ella. Él va mejorando de un constipado y refiere que el hermano Alejandro le prepara un “julepe”, especia de brebaje o jarabe a base de plantas emolientes o quién sabe qué otra cosa. La realidad es que el tono de la primera parte de la carta no es cosa común. Luego, movido por la practicidad que le caracteriza, vuelve a la carga con asuntos que le urgen. Está preocupado por los fondos del hospital, si ese asunto no se resuelve, las hermanas deberán dejar el trabajo en ese lugar. Termina viendo cómo se las ingenian ante la demanda de hermanas y el insuficiente número del que disponen para tantas obras. Hoy nos sucede lo mismo, lo diferente es que en aquel tiempo la compañía estaba en movimiento expansivo, hoy nos encontramos en recesión y encogimiento. Las razones son múltiples, pero las actuaciones de quienes ayudaron a crecer a la compañía nos debe decir algo. Nuestros fallos y malas estrategias, quizás nuestras faltas de fidelidad al espíritu original deben ser revertidos en una sana imitación a los santos fundadores.
Solo al final, y después de haber firmado, Luisa se acuerda de sus necesidades, y deja una pequeña súplica como posdata: que el señor Vicente haga el favor de recibirla antes de cuaresma. Me llama mucho la atención esta carta por su actualidad. Nunca tan vigente la cruda realidad de los desposeídos y desalojados. Miles son expropiados de sus más elementales necesidades, muchos en las calles sin trabajo, muchos que tuvieron sus pequeños negocios no han podido sobrevivir ante la arrolladora ola de los monopolios y ahora piden en las calles o trabajan en condiciones inhumanas. Otros por necesidad han tenido que vender su virtud al diablo.
De inmediato pasa a otro tema, quiere seguir la señorita Le Gras con las dieta de cuaresma: huevos y agua de cebada. En el fondo está cuidándose por su mala tensión arterial. Ella misma se acusa de apego al cuidado de su salud. Se acusa de miserable, por no anteponer al propio cuidado el querer observar los preceptos que le impone Vicente. Como siempre, esta carta está impregnada por la sencillez. Solo me viene a la mente una pregunta para ser meditada: ¿Aún creemos en el valor de la mortificación?
Se sabe que la petición fue respondida positivamente. La situación de aquel lugar era verdaderamente precaria, tanto corporal como espiritualmente. Luisa misma juzgó las disposiciones de la señorita como “muy considerables para la gloria de Dios”. Luisa no solo actúa. Tiene una mirada espiritual muy profunda, es capaz de percibir como se va manifestando la mano de Dios que pide actuar mediante la mano extendida de los pobres. Hay que hacer las cosas en el momento oportuno. Sin lugar a dudas, no hubiera existido un san Vicente de Paúl como lo conocemos hoy, sin una santa Luisa de Marillac. Ella era capaz de ver donde Vicente no podía, y viceversa. Termina sus letras para preguntar a su caridad (Vicente) si puede permitirle a la señora duquesa de Ventadour “que dé de comer asado a nuestras hermanas el día de Pascua.” La pregunta puede parecer risible, pero a ese nivel llegaba la obediencia íntegra de la señorita Le Gras. Hoy nuestra obediencia nos deja cada vez más en libertad. Nuestras agendas y planes pastorales le han quitado el rigor del abandono que antaño vivieron los consagrados. Ahora nos puede ayudar nuestra manera de entender la obediencia, pero igualmente nos hace sedentarizarnos, hacemos fuerza al cambio, al soplo del Espíritu. Nuestra obediencia se va volviendo como una coordinación empresarial bien lograda en el mejor de los casos.
La hermana mayor quiere decirle alguna cosa personalmente, pero no pudiendo ver a Vicente en persona, pide permiso para poder hacerlo al menos por escrito. Luisa hace todo un elogio de esta hermana: “es admirable su sumisión a la voluntad de Dios, pues me ha dicho que nunca se había sentido en una disposición semejante de facilidad y de apertura de corazón para su confesión, pero que sin embargo se quedará en paz”. Luisa es una excelente superiora, sabe reconocer en las demás hermanas las virtudes reales y no tiene reparos en ver en ellas mayor santidad que en sí misma: “creo que hay una gran perfección en esa alma y admirables disposiciones para las obras a que Dios quiera dedicarla. Hay necesidad de reunirse para ver las necesidades más apremiantes de la compañía y también del espíritu de Luisa que “está muy enredado por culpa de su debilidad”.
La segunda cuestión es sobre el traslado de dos hermanas: Juana Lepeintre y Magdalena. La primera es la misma que estuvo anteriormente involucrada en el asunto de los señores de Chauteaudun en la carta número 2364. Deja ver que esta determinación les causaría a todas satisfacción. Aunque no lo diga el texto, puede percibirse el ambiente enrarecido por algún disturbio comunitario, del cual quiere salir Luisa tomando la decisión más conveniente para ambas. También en la actualidad se hace común el cambio de destino con el objeto de solucionar algún conflicto de vida comunitaria. Las premisas que anteceden para tomar esta decisión nunca deben ser basadas en el capricho o la falta de madurez, sino en el reconocimiento de que a todos los implicados hará bien dicho cambio.
La segunda parte trata de tres hermanas que harán la renovación de sus votos. Las tres son buenas hermanas, dice Luisa, “mientras que yo soy muy mala” y así arremete de nuevo contra sí misma.
Enviará 600 libras para que Luisa haga una compra de mantas al precio de 9 francos. Necesita comprar 60 mantas. Uno de los hermanos no ha sabido hacer buena gestión en la compra y tampoco ha regateado. Vicente prefiere comprarlas 50 céntimos más caras por el hecho de saber que son de mejor calidad, se trata de unas que le han propuesto a la señorita Le Gras. La carta se resume a esta indicación del santo. No hay siquiera una despedida. Ambos trabajan en equipo por los mismos fines. Vicente sabe escribir sin que esto implique una molestia para sí, tanto a reyes y obispos sobre temas eclesiales y dirección en asuntos políticos y civiles, como también a una consagrada sobre la compra de 60 mantas que necesita. Vicente es el hombre más santo y a la vez más “aterrizado” de la Francia de su tiempo.
Esta carta no es más que una súplica de Luisa para que Vicente acuda a visitarla. Algún asunto espiritual como los que ya estamos acostumbrados a ver en ella será. Algún escrúpulo o “enredo del espíritu” que le aflige y que solo el santo sabe y puede aliviar. Luisa le ruega que por amor de Dios “le haga el favor de concederle la limosna de una pequeña visita” que necesita mucho y de la cual no puede señalarle motivos. Es algo que le impide hacer muchas cosas y que la obliga a importunarle. Luisa es una santa mendicante del espíritu que sabe insistir: “¿Podría su caridad atenderme hoy mismo?” Hoy contamos con muchas ventajas en cuanto que tenemos psicólogos y acompañamiento espiritual con sacerdotes muy bien preparados. La salvedad que debemos hacer al sentirnos quizás orgullosos de lo adelantado que estamos con respecto a ese tiempo, es que a diferencia de muchos directores y psicólogos que tenemos hoy, a Vicente le sobra la santidad y el testimonio de vida. Esta es la principal característica que debería tener hoy un director de almas, la santidad, el querer realmente lo que Dios quiere, antes que sus deducciones académicas. De nada nos ayudaría una psicología desconectada de Dios.
Mi muy venerado padre: Le suplico muy humildemente a su caridad que haga que sus hijas se mantengan siempre en el estado de obediencia de los niños, sin contradecir en nada a las órdenes de su muy venerado padre y sin que se les ocurra nunca pensar que pueden a veces dispensarse de ellas. Según esto, recibiremos a las personas de las que nos habla su caridad y sobre las cuales me tomo la libertad de presentarle estas cuestiones, a saber: P. ¿Podemos hacer que tomen la comida en sus cuartos, debido a que, por lo que a mí se refiere, mis achaques me impiden acompañarlas, y para la comunidad ese hábito de religiosas sería llamativo? No obstante, si a usted le parece bien, se les podría poner una mesa aparte. R. Comerán en sus habitaciones. P. ¿Piensan hacer los ejercicios? R. No. P. ¿Irán a misa? ¿Y dónde? R. Vendrán aquí, o a donde les guste. P. ¿Habrá que hacerles compañía de vez en cuando? R. Un poco por la mañana, y otro rato después de comer P. ¿Vendrán a trabajar con nuestras hermanas? R. Como les guste. P. Si piden alguna hermana para que les acompañe a la ciudad, ¿se lo concederemos? R. Que vaya con ellas una joven. P. Si les visita alguna persona conocida, ¿podemos dejar que hablen con ellas? R. Pueden hacerlo. P. Si quieren ir a la capilla con nuestras hermanas, ¿las dejaremos? R. Convendrá dejarlas. Cuando sepamos todo esto, las trataremos lo mejor que podamos. Estarán aquí solamente tres o cuatro días. P. Permítame, mi venerado padre, que le haga una humilde súplica esperando que me la conceda, o sea, que tome un poco de té al menos durante su retiro, si es que puede hacerlo sin molestia. Hace poco que nos han traído uno muy bueno y muy barato. Si no hace usted esta pequeña cosa por su salud, me quejaré a Dios. Podrá tomarlo por la tarde, a eso de las cuatro. Creo que le vendrá bien. No sé si sería conveniente enviarle al señor abad de Vaux la carta de sor Cecilia, que demuestra tener muchas prisas por volver a París. Si su caridad quisiera molestarse mañana en escribirle sobre este asunto al señor obispo de Angers, haríamos adelantar la cosa, no sea que el retraso dé motivo a los señores administradores de Angers para que obliguen a la hermana a volver precipitadamente. R. Lo haré. Me tomo la libertad, mi venerado padre, de suplicarle que piense delante de Dios en mis necesidades, tanto por mi salvación como por el servicio que debo al prójimo; haga el favor de indicarme también si puedo hacer una nueva prueba con la hermana que le llevó hoy una nota a la reunión, enviándola a Saint-Jacques-du-Haut-Pas, en donde ya estuvo y en donde dejó muy contenta a la difunta señorita de Montigny. Le pido finalmente sus frecuentes bendiciones, por amor de Dios, sobre todas sus pobres hijas, y especialmente sobre su muy humilde y obligada hija y servidora. L. DE MARILLAC Dirección: Al padre Vicente. Nueva dirección: A la señorita Le Gras.
Vicente comienza bendiciendo a Dios efusivamente porque Luisa ha recibido a una joven en la compañía. Acto seguido confiesa que no le es fácil dar testimonio de alguien cuando esto va en detrimento de otra persona. De hecho, en varias ocasiones se ha visto en esta embarazosa situación, habiendo sido impelido por el consejo de Su Eminencia y él buscaba siempre excusarse para no sentir ese peso en su conciencia. Esto se lo dice a Luisa por el hecho de que lo mismo parece habérsele pedido. Él contestará: “no tengo el honor de conocerla (a esa persona)”. Se debe seguir por el camino recto, se debe pedir recomendaciones y opiniones a sus superiores. Termina tratando sobre cómo vivir mejor el tiempo de adviento que se avecina. Debe leer el libro del padre Juan Souffrand y que se lea en el refectorio el tratado que corresponde a ese tiempo litúrgico. También debe seguirse con las hermanas las oraciones y prácticas de piedad que el libro recomienda, pue son muy convenientes. Ella pueden hacer alguna penitencia adicionales, si es que se lo piden a Luisa. Mas a Luisa con los achaques que ya tiene no le hacen falta más penitencias y añade: “por amor de Dios, y no piense hacer nada más”. Habrá una reunión para el día siguiente, será a las tres de la tarde en Santa María de la ciudad. Termina la carta con una saludo de buenas noches para las señorita Le Gras. Esta carta y la 2265, son las que mejor muestran la real personalidad de Vicente y el trato cariñoso y respetuoso que siempre le caracterizó. En ellas se traslucen estas notas del santo por una razón suficiente, no está apurado y puede escribir con más naturalidad. En las cartas en las que apenas escribe unas pocas letras no podemos dejar de imaginarnos a un Vicente apremiado por la caridad y los afanes en favor de los pobres y sus fundaciones que le absorben y extenúan. Este es el Vicente, en todos sus ámbitos, que debe imitar el buen misionero. Nunca enfadado, pero siempre firme en sus propósitos. Los pobres deben ser evangelizados y salvados, los pobres son su preocupación permanente. CONCLUSIONES Como es lógico, las cartas de este tomo no se refieren solamente a la correspondencia con santa Luisa. Pero querer abarcar todos los temas y personajes es una tarea que no tendría fin. El inventario de personajes expuesto al comienzo del desarrollo de este trabajo, con los que Vicente guardaba correspondencia puede dar una idea de lo inmensa que sería una obra de tal envergadura. Eso lo podríamos dejar para estudios mas especializados. Aunque Vicente siempre es el mismo, con cada personaje tiene un trato particular. No se atormenta por sostener cartas con decenas de personas a la vez. Y a cada una les va dando el consejo requerido y la óptima palabra, no hay una sola línea que sobre. Las palabras del santo están preñadas no solo de la sabiduría de un sacerdote que ha sabido teorizar bien sobre cada asunto de vida eclesial, sino además de la práctica constatada con el éxito de las obras concretas. Es la experiencia unida a la santidad de Vicente la que permite que tantas obras y fundaciones arraiguen en las realidades sangrantes de la sociedad, de una verdad a veces escondida de las miradas de los hombres de Iglesia y sus instituciones: la pobreza que arde en la vida del pobre pueblo que se condena. Esto es el motor que nuca pudo apagarse dentro de san Vicente. Estas han sido las cartas que he querido tratar en mi trabajo. La correspondencia con quien fue la cofundadora de la mayor congregación femenina de la Iglesia es sin duda un tema crucial, de importancia y vigencia. En estas cartas podemos observar varias cosas que nos ayudan a tener una mejor comprensión de como concebía Vicente a las Hijas de la Caridad y cómo ellas debían hacer sus labor apostólica. Algunos detalles que deben hacerse notar son: Vicente no es el que más escribe. Es Luisa la que por la necesidad de ver a al santo recurrirá a la carta como medio para mover el corazón de Vicente y pedirle consejos para cada cosa que va haciendo. Vicente prefiere impregnar el espíritu que deben tener las Hijas mediante las reuniones y las conferencias dadas a ellas, más que por las cartas que pudiera enviar a Luisa. Es evidente que la finalidad de las cartas no era esa. Las Hijas necesitan de la asistencia constante de los padres de la Misión, pero deberían ganar en mayor independencia. Quizás sea esta necesidad la que ha movido a muchas Hijas de la Caridad a superarse tanto académica, humana como espiritualmente en las últimas generaciones. El mejor camino para apacentar a la compañía de las Hijas es el que nos mostró Vicente. El de la escucha atenta, la misericordia y la paciencia. Confiando siempre en que la gracia suplirá lo demás. La sobriedad de las cartas y las palabras para las mujeres, en ocasiones vienen bien. Esto nos lo demuestra Vicente. Somos una familia misionera cuyo objetivo único y primordial es la evangelización, en especial de los más pobres. Cómo hemos visto en las cartas de Vicente y Luisa, no debe haber entre ambas compañías (CM y HC) una distinción de finalidad, más bien sí de modalidad en el hacer las cosas. Yo creo que nuestro éxito delante de Dios radica en conservar estas cosas. No hay por parte de Vicente una incapacidad o inutilidad para actuar de las estructuras e instituciones que él ha fundado. Todo se ha hecho con este fin: que nada sea óbice para una buena misión, que nada impida que el Reino llegue a los más pobres. He acá la novedad de estos dos santos. Se han aliado para hacer el bien a los pobres con una organización magnífica, pero sobre todas cosas con una unión de espíritus impresionante. Las exigencias que se nos impone hoy para con las Hijas de la Caridad, son las mismas de ayer, pero con nuevos retos porque estamos en nuevos tiempos. Vicente nos ha dejado un camino insuperable, pero no podemos decir que no está marcada la ruta. De nosotros depende ser fieles o no. Yo podría enmarcar las directrices de trabajo para con las HC, según veo en las cartas del santo, en el siguiente orden:
BIBLIOGRAFÍA SAN VICENTE DE PAÚL: Obras Completas, Tomo VI. Ediciones Sígueme. Salamanca 1977. SAN VICENTE DE PAÚL: Obras Completas, Tomo II. Ediciones Sígueme. Salamanca 1973. SAN VICENTE DE PAÚL: Obras Completas, Tomo V. Ediciones Sígueme. Salamanca 1977. VICENTE DE DIOS C.M.: Cartas a las Cartas del Señor Vicente. Ediciones Familia Vicentina. México 2007. Fecha: 2016
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AutorRubén de la Trinidad, misionero paúl (Congregación de la Misión), cubano. Estudiante de Teología. ArchivosCategorías
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