SOLAMENTE SE TRATAN LOS CAPÍTULOS XI Y XII Capítulo XI: Posible actualización de la doctrina vicenciana de las virtudes. Vicente supo desde un principio que el mundo de los pobres era bien doloroso y quiso suprimir esta realidad en la medida de lo posible. Pero este cambio lo haría mediante la caridad. En este capítulo se intentará ver si la virtud es adecuada para las personas y la sociedad. Y si es positivo, entonces ver cómo redimensionar la virtud para que sea vigente. Los criterios unificadores de la virtud vicenciana son:
Una moral personalista centrada en las virtudes El Catecismos de la Iglesia Católica se expone en un esquema de moral de mandamientos. Esta manera de presentar la moral tiene varias ventajas:
Este esquema, sin embargo tienen las siguientes desventajas:
Moral del deber o de la responsabilidad Por la influencia del kantismo muchos autores optaron por la moral del deber. Ella parece más pura por no ser teleológica. Sus ventajas son:
Los aspectos negativos que encontramos en ella son:
Moral de virtudes Según Aristóteles, cuando el hombre actúa de acuerdo con la justa razón, obre lo que es bueno para su naturaleza. La virtud está en el justo medio. Se debe querer mediante una elección reflexiva. Las virtudes son hábitos, por lo tanto solo es virtuoso el que las posea de manera arraigada. La escuela teológica que más se destacó en el tratamiento de las virtudes fue el tomismo, como una moral de la voluntad deliberada y de los hábitos correspondientes. Entre sus fortalezas encontramos:
Por otra parte contó con las siguientes desventajas, que vienen más bien del modo en que este pensamiento tomista se enseñó posteriormente:
Una moral centrada en las virtudes repensada desde el personalismo cristiano. Las objeciones de arriba no invalidan el personalismo cristiano. El personalismo puede salvar la moral de virtudes renovándola. El personalismo es una reacción frente a los sistemas totalitarios, de los cuales el siglo XX fue pródigo. Tiene la pretensión de ser escuela y converge en la dignidad de la persona. Entiende que lo central de la filosofía es la meditación del hombre sobre el hombre. Trata que el hombre se encuentre consigo mismo sin rodeos. Dentro de esta escuela se aprecian una gran variedad de vertientes dentro del mismo personalismo. Por ejemplo encontramos un personalismo ateo y uno creyente. Dentro del creyente igualmente encontramos una variedad de corrientes. Pero por encima de todas las diferencias que puedan encontrarse en los distintos personalismos, encontramos una afirmación: la primacía y la defensa del hombre. El personalismo valora:
El personalismo es una filosofía de la acción. La acción suprema es el proyecto ético de superarse a sí mismo. Esto es un movimiento ascensional que se lo denomina “valores”. Así el personalismo cristiano ve que los valores residen en Dios. Mounier refiere cuatro dimensiones en la acción:
En nuestro caso apostamos por una moral construida desde el personalismo cristiano. El cristianismo ha tenido que ver mucho con la génesis y el desarrollo mismo de la noción de persona. Y la doctrina de la semejanza cristiana continúa siendo el núcleo fundamental de la antropología cristiana. Este personalismo lo podemos expresar desde Latinoamérica como conciencia de dignidad personal y de fraternidad solidaria (DP, 454). El puente para unir el personalismo con la virtud es el concepto de valor. Y de la mano del valor esta lo “importante”. Nada puede ser querido si no se presenta bajo un aspecto de importante. En esta línea, el valor deja de ser un abstracto y se lo busca como un bien a adquirir o mantener. El valor encarna una lo verdadero y lo válido. Ocupa un lugar en el orden de las nociones fundamentales. El valor aparece como un medio para ser mejor y como un fin en sí mismo. Resumiendo, cuando la persona se adhiere a lo que percibe como un bien, se deja despertar por su contacto. Es propio de los valores comprometer el intelecto. Y también la afectividad. Los hombres se mueven más por los valores que por las teorías. El cristianismo es una relación de amor, que se recibe gratuitamente y se devuelve espontáneamente. El seguimiento de Cristo se suscita al contemplar su valor, que es amor hecho forma. Entendeos que así repensada, la moral centrada en la virtud es capaz de confirmar y completar las intuiciones del personalismo moderno, con los siguientes beneficios:
Marciano Vidal propone cambiar el concepto de “valor” por el de opción fundamental. Y aunque tiene sus razones, sin negar la utilidad de los conceptos, no vemos que exista razón para hacer que el concepto de virtud entre en conflicto con el de opción fundamental. Además, la utilización de las virtudes para abordar el mejoramiento de la vida, aun lo social, es empleada incluso por autores que no están vinculados al pensamiento clásico. No es que la virtud sea la única categoría de la ética teológica. Pero si se presenta así enriquecida, la ética de virtudes puede dar una satisfactoria respuesta a quien busca vivir los valores del reino en el mundo actual. Capítulo XII: Relectura de las virtudes vicencianas: El personalismo virtuoso. Hemos mostrado la viabilidad de una moral de virtudes repensada desde un personalismo. Ahora intentaremos hacer una relectura de la ética vicenciana de las virtudes desde esta perspectiva. El aporte más perenne vicenciano es asumir desde la caridad e clamor de los pobres. Para san Vicente, en esto consistió la eficacia del Evangelio. Desde las Escrituras pudo ver que Cristo no solo atendió a las necesidades espirituales de la gente, sino que también cuidó de lo material. Según Vicente “nuestra herencia son los pobres”. La Iglesia no puede olvidar que el encuentro con el marginado tiene para ella un valor de justificación o de condena, pues servir a los pobres es servir a Dios. La propuesta de san Vicente debemos ahondarla en los siguientes elementos:
La caridad El amor caritativo, al tener un origen divino, es participación del mismo amor de Dios (Rm 5,5). Según san Agustín, la más breve y mejor definición dela mor es el orden del amor (ordo amoris), pues ella es la que jerarquiza y da sentido a todo obrar virtuoso. La cuestión es cómo vivirla hoy. Por eso debemos intensificar algunos aspectos:
La fe y la esperanza En tiempos de san Vicente la fe debía remontar muchos obstáculos: guerras de religiones, crisis eclesiales, ignorancia, grupos fanáticos y rigoristas, etc. En este siglo XXI también tenemos nuestras crisis, como a toda época. Tenemos numerosos desaciertos de la institución eclesial, ataque y ridiculización de la Iglesia por muchos medios de comunicación, persecución velada, multiplicación de sectas, indiferentismo, etc. Notamos que en gran parte de occidente la fe no tiene arraigo. Esto debe llamarnos a una fe más adulta, evangélica, más reconciliada con lo humano. La fe sigue conservando su valor en este siglo. Ella satisface las aspiraciones antropológicas básicas y los interrogantes más profundos del hombre. La historia ha demostrado como la separación entre fe y razón realmente empobreció a una y otra, cuando realmente estas están llamadas a desarrollarse en una profunda unidad. Hoy debemos estudiar más, las diversas ciencias han crecido inmensamente en comparación con el siglo XVII. Para ser fieles al hombre contemporáneo se pide formación permanente. Evitar esto es alejarse de la verdad y brindar un servicio deplorable a los pobres. Y para esto debemos desnudarnos de todo lo que pueda impedir el correcto aprendizaje de todas las cosas. Para alcanzar el conocimiento de la verdad, tenemos que despojarnos de todo lo que enturbia nuestra mirada y amar la realidad que es la única verdad. Necesitamos una fe que se manifiesta más inmediatamente cristológica; que se nutra de la lectura vital de las Escrituras. El cristianismo volverá a ser creíble cuando hagamos nuestra la vocación del Hijo de Dios: evangelizar a los pobres. De hecho cuando la Iglesia opta por el pobre, los templos se llenan. Esta pobreza que el mundo no sabe cómo manejar debe ser para nosotros lugar privilegiado para la acción. A la luz del Vaticano II, la actitud misionera ha asumido muchos cambios. Se debe evitar:
Mas, la tolerancia religiosa es necesaria para una convivencia entre distintos. La fe mueve a un nuevo impulso misionero, tanto a nivel interno como externo. La tradición vicenciana nos invita a vivir en una esperanza activa que lleva a confiar en la Providencia de Dios. La esperanza busca la realización del proyecto de Dios en este mundo. La esperanza teologal ayuda a no desesperar de la propia debilidad e imperfección. Quien hace la voluntad de Dios esperando en Él, se hace semejante a Cristo. La humildad San Vicente entendió que la humildad era necesaria para la verdadera construcción de la caridad. El ser humano es propenso a vanagloriarse en sus talentos, hasta llegar a lastimar la caridad y la justicia. Sigue siendo válida una continua llamada a la humildad. La humildad nunca debe ser devaluación de la persona, al contrario, ella robustece a la misma en cuanto que le lleva a la aceptación sencilla y gozosa de lo que es. El humilde es orante, agradecido y disponible. Toda perfección es gracia de Dios y quienes son humildes están en disposición de recibir grandes dones. Con respecto al trato con los hombres, la humildad implica:
La justicia En el siglo XVII san Vicente logró que las clases sociales se ayudaran. Sensibilizó a los altos burgueses y nobles, recordándoles que debían hacerse cargo del dolor de los pobres. Todavía hoy sufrimos igualmente calamidades económicas. Actualmente tenemos muy mal reparto de las riquezas. Tristemente, esto aumenta el índice de delincuencia y hoy las cárceles son con frecuencia escuelas para aprender a delinquir. También es cierto que en muchos aspectos la humanidad es hoy mucho más justa que en el siglo XVII, se defiende con más intensidad los derechos humanos. La mejor manera de defender a la persona humana es aplicando la Doctrina social de la Iglesia. Asimismo, se debe asumir lo mejor de la teología de la liberación. La ética vicenciana invita a mejorar la sociedad desde la caridad y la justicia. La justicia debe ejercerse:
La sencillez Hoy como ayer, la sencillez sigue siendo necesaria, para que la relación siga siendo caritativa y verdadera. La sencillez fomenta tanto la verdad como la veracidad. Así el sencillo se goza en la verdad, porque vive en la realidad y lo expresa con la mayor transparencia. Tiene conformidad entre lo que dice y lo que efectivamente piensa. La sencillez y la sinceridad son el primer requisito e toda actitud discipular. Estar en la verdad en relación con los hombres implica evaluar la propia actuación en los diversos estadios en donde nos movemos. El sencillo al saberse limitado, se abre a los demás, para mantenerse en continuo crecimiento. Ser sencillo es no tener segundas intenciones, ni hacer una cosa para obtener otra. La prudencia caritativa ayuda a discernir. Así que, si el callar perjudica la caridad se deberá hablar. La mortificación La teología del siglo XVII vivió un dolorismo extremo, el sufrimiento parecía como el signo más distintivo del seguidor de Cristo. Ahora la teología ha hecho un serio intento por reconciliarse con lo humano. La moral vicenciana nos invita a actualizar el sentido oblativo del amor de Cristo. El Nuevo Testamento insiste en ser fiel al amor aunque esto implique llegar a la cruz. Pero el centro del razonamiento no es la cruz, sino la persona de Jesús. La mortificación tiene una dimensión directamente religiosa que nos conduce a la vida orante. Se la puede llamar también ascesis. Nadie asume la sabiduría cristiana si no sabe morir a sí mismo. Le espiritualidad de la cruz enseña que amar implica una cuota de olvido de sí. La mortificación a veces puede tornarse un poco narcisista que debe ser evitada. Pero si esa autodisciplina implica estar más sano para servir mejor, si es dominio de sí; si se sabe darle una dimensión cristológica, entonces está en buen camino. La mansedumbre Parece que esta virtud es cada vez más necesaria. Nuestro mundo está saturado de violencia. Hagamos una breve enumeración:
La mansedumbre se debe ejercer diariamente siendo promotores del diálogo. La mansedumbre lleva, por un lado al diálogo tolerante, pero se opone a dos vicios opuestos: el fanatismo y la permisividad. No importa cuántos años tengamos, siempre se puede crecer un poco más en la mansedumbre. La mansedumbre encuentra modos de expresar adecuadamente la indignación que produce el ver la explotación de los excluidos. Una de las grandes enseñanzas de la ética vicenciana es saber combinar amabilidad y firmeza a la hora de decidir cómo construir un mundo más justo. Necesitamos unir contrarios para potenciar el reinado de la caridad. Hay que ser firmes sin ser duros en nuestra actuación y evitar una amabilidad sosa que no sirve para nada. El celo misionero Para entender esta virtud debemos entender necesariamente la palabra “celo”. Por celo entendemos el ardor, la diligencia y el entusiasmo; y por apostólico precisamos la dirección de dicho esfuerzo: establecer la obra de la evangelización. El celo apostólico es vivir creativamente la consigna paulina: “En cuanto a mí, me gastaré y me desgastaré por vosotros” (2Cor 21, 15). Maloney dice que el celo es “amor fiel y perseverante”. Es necesario que nos envuelva la brisa fresca del celo misionero. El papa Pablo VI exhortaba a: “¿Creen lo que predican, viven lo que creen, predican lo que viven?”. El celo misionero es fundamentalmente una expresión de la vida teologal, sobre todo de la virtud de la caridad. El celo misionero acompaña este movimiento caritativo remarcando su celeridad y creatividad. Es vehículo de caridad que constantemente nos hace ver al otro como semejante y como regalo del amor de Dios. También es necesario aprender a trabajar cada vez más organizadamente, pero también más descentralizadamente para que los esfuerzos evangélicos den más fruto. La virtud del celo nos ayuda a la autocrítica de ver cómo se ejerce la actividad evangelizadora. La caridad apostólica debe llevar a pasar de una pastoral de mantenimiento a una pastoral de misión. Otro paso necesario es abrirse a la acción misionera “ad gentes”, a la universalidad. El propio dinamismo de la fe invita a que una vez aprendida se busque comunicarla. De este modo, la dimensión misionera será fuente de espiritualidad y vida para la parroquia. Los medios para llevar a cabo esta pastoral misionera son:
Intentamos actualizar las virtudes vicencianas de acuerdo con el personalismo cristiano. Y a la vez, intentamos armonizar las demandas de las personas con las de la sociedad. La persona no se plenifica si no se hace don para los demás. Una moral personalista se centra y estructura desde la caridad, ya que afirma que la ética es el arte de amar bien. Hemos concluido este estudio acerca de la moral de virtudes en los escritos de san Vicente de Paúl. Tenemos la convicción que una ética centrada en las virtudes desde el carisma vicenciano, repensada desde el personalismo puede ser un sugestivo camino de humanización. Finalmente esta obra tiene la pretensión de brindar elementos para que avancemos por la senda de la necesaria conversión, que asume quien acepta el desafío de combatir la miseria. (Junio 2016)
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Introducción La vida religiosa hoy día afronta problemáticas diversas como en todas las épocas. Se le presentan nuevos retos, desafíos, crisis, oportunidades para superarse y crecer. Solo una renovación, reformación y actualización de su vida, de su actuar y pensar (aspecto teológico) podrá hacer que una vez más, este estilo de vida, sobreviva y flote sobre el áspero oleaje que le amenaza y marea. En este sencillo trabajo no he querido repetir más de lo mismo. No he querido volver a exponer la vida religiosa en sus teorías, tantas veces enunciadas y enseñadas ya. Más bien, busco exponer una propuesta que, a mi entender, podría ser una de las claves para esta necesaria renovación y “redención” de la vida consagrada actual. Desarrollo Usualmente encontramos reflexiones en torno a la vida religiosa, cuya postura principal radica en la necesidad de profundizar en la naturaleza y actualidad de los votos religiosos. Hallamos una buena fundamentación teológica sobre los consejos evangélicos, empezando por lo que nos presentan sobre ellos los evangelios y la enseñanza contenida en las Cartas paulinas. Luego, se sigue con la enseñanza tradicional del Magisterio. No sé hasta qué punto sea saludable el volver una y otra vez sobre la temática de los votos en cuanto tales. La realidad es que, aunque esto pueda ser de provecho para los religiosos con un camino andado por estas rutas de la vida consagrada, puede a su vez se un poco repelente a los sentidos de los jóvenes que se cuestionan una futurible vida religiosa. Muy a los comienzos de este estilo de vida que llamamos “religiosa” podemos percibir casi una ausencia de los votos expresamente “profesados” de manera simple o solemne. Este es el caso, por ejemplo, de la vida de los primeros monjes reunidos en torno a los Padres del desierto, ya sea Antonio o Pacomio.[1] No se han hallado en sus escritos vestigios de esta práctica de manera explícita. Era la frescura-libertad cristiana que vivían aquellos primeros que se apartaban del mundo (fuga mundi) la que cautivaba a tantos cristianos. El entusiasmo creado por la libertad de espíritu y la novedad de una vida transfigurada posible, en medio de un mundo adormecido en sus ritmos mediocres y comodidades. El testimonio de vida de los consagrados siempre ha sido, por así decir, la mejor pastoral vocacional. Cuando un joven con ilusiones de buscar la santidad y la perfección evangélica se acerca a algún padre espiritual, lo hace movido por la “fascinación” de las cosas sagradas. El sentido de lo apartado del mundo suscita en él un deseo de seguir una vida bienaventurada, feliz, escondida muchas veces al mundo. Pero esta misma búsqueda no puede nacer si primeo no ha sido puesta la semilla de la vocación en su interior. Esta semilla solo puede nacer de un habitual encuentro con el Que es fuente de alegría y sentido total: Dios. Por ello es imposible la vocación sin oración; sin ella es imposible escuchar nítidamente el llamado. La crisis “epistemológica” de la vida religiosa Distintamente de lo que se piensa, en la actualidad no hay una crisis de vocaciones a la vida religiosa. En la actualidad hay una incoherencia radical con la actitud profética de la vida consagrada, una disonancia entre lo que se pretende tener por base de vida y costumbre y lo que realmente se vive en las comunidades de consagrados. El hecho de que en todos los tiempos haya habido mayor o menor “infidelidad” a los votos o los distintos carismas por parte de los religiosos, no es una justificación para pensar que hoy todo no es más que un devenir natural histórico de la vida consagrada. Hoy más que nunca se hace necesaria una aclaración de la cuestión vida consagrada. Pues antes se sabía a ciencias cuándo había o no problemas o infidelidades en la vida religiosa. Hoy, por el contrario, no muchas veces se tiene clara conciencia de esto, y es por ellos que la raíz del asunto está en la “epistemología misma de la vida consagrada”, si es que no es mucho atrevimiento hablar en estos términos. Cuando digo “epistemología de la vida consagrada” quiero expresar todas las fuentes del conocimiento cierto sobre lo que debe ser esta vida; y la manera que tenemos de abordar estas fuentes, el modo de interpretarlas y el grado de seriedad que le conferimos a las mismas. La crisis de hoy[2], como hemos descubierto desde que emergió el pensamiento removedor de Immanuel Kant, no es más que el problema crítico. Se trata del cómo conocemos y qué grado de certeza llega a tener objetivamente cada concepto logrado por el ejercicio de nuestro “conocer”.[3] Aún más, podemos decir que estamos en una era de “autonomía epistemológica” o “gnoseológica”. Cada cual se crea su propia regla de hermenéutica para digerir lo fenoménico en cuestiones de costumbres de vida consagrada. Si para Kant, nunca podíamos llegar al mero noúmeno, por la incapacidad facultativa de nuestros sentidos, hoy día el noúmeno de lo que es vida religiosa en sí, se nos hace más escondido y misterioso que el noúmeno mismo. No es un juego de palabras, es la subjetividad reinante del mundo posmoderno que nos ha alcanzado con un lazo dulce e hipnótico. La crisis de la vida religiosa hoy está dormitando como una “kundalini”[4] en sus raíces, en la fuente misma del consagrado. Por eso creo que la única salida feliz, esta vez, será volver a las fuentes originarias, a la génesis de la vocación a la vida religiosa. En el presente trabajo, intentaré presentar tres principios elementales, a mi entender, que podrían cambiarnos la perspectiva a la hora de abordar el tema que nos ocupa. Pueden ser tomados como valores o como pilares. Lo más importante no será cómo lo cataloguemos, sino cómo nos dejemos iluminar por ellos. Estos principios, valores o pilares fundamentales para la vida consagrada de hoy los he querido llamar: caridad, verdad y espíritu. Caridad, Verdad y Espíritu ¿Por qué he elegido estos tres principios y no otros? La respuesta es sencilla. Me ha parecido que estos son la clave para una actualización del lenguaje a la hora de presentar la misma vida religiosa y serán pautas certeras para lograr una renovación de la misma ad intra. La Caridad Más que renovar la vida religiosa, vista como un “universal” no concreto, hay que renovar al religioso mismo, en su propia individualidad. Empiezo por la Caridad, como es lógico por la preeminencia que tiene esta virtud en la fe cristiana. Ya lo dirá san Pablo en su magistral y clásico himno a la Caridad. Aunque el religioso gozase de todas las virtudes y valores capaces de contener un ser humano, si tan siquiera le faltase el amor (caridad) nada sería, pues la mayor de todas las virtudes es la misma Caridad (cf. 1Co 13, 1-13). De más está decirlo, detenerme mucho en este valor del amor[5] sería redundante. El amor es preeminente, es la esencia de Dios, pues Dios es amor (1Jn 4, 8); porque el amor es la Ley nueva del Cristianismo, en ella se resumen los mandamientos y son la causa misma de la Bienaventuranza. Lo que medularmente distingue a un cristiano es su medida de amor. Ya sabemos la tan abusada frase del santo Obispo de Hipona, “ama y haz lo que quieras...” El doble mandamiento del amor será la regla distintiva de todos los que quieran abrazar la salvación lograda por Cristo. Amar a Dios, amar al prójimo, y por si no bastase, amar al mismo enemigo, quien te persiga y ofenda, quien te odie y te crucifique. Contra el amor no hay ley, dirá el Apóstol, porque es el amor mismo el Paradigma de toda la moral puramente cristiana. Seguir a Jesús es seguir un camino nuevo, sacrificial y martirial, desconocido por este “siglo”, y solo puede sustentar este camino la asunción consciente del amor y sus consecuencias. Solo el que ame verdaderamente podrá dar testimonio feliz de Dios, pues “quien no ama no ha conocido a Dios” y nadie da lo que no tiene. Esta es la misión del consagrado hoy: manifestar la vida de Dios, aún mejor, manifestar al Dios de la vida y del amor. La Verdad Si mucho pudiéramos decir del amor, mucho podríamos decir también de la Verdad. Estamos en un mundo roto, líquido, fragmentado, vacío y herido en sus conceptos más fundamentales. Zarandeado en sus valores vitales. Es un mundo posmoderno y confuso, adicto de inmediatez, saturado de superficialidad e incapaz de esperar.[6] Cada vez se hace más difícil para el hombre actual vivir con un fundamento que no conozca modas o mudanzas. Aunque la noche sea muy bella y una voz llegase a gritarle desde el cielo, el “antropostmoderno” no levanta su mirada del Whatsapp, Facebook, Instagram… para contemplar admirado las estrellas. Se ha hecho insensible a la admiración más natural, y por tanto ha sido inhabilitado para el ejercicio del filosofar. Es un hombre de pensamiento cojo.[7] Ésta es una era relativa y casi absurda. El pluralismo, la globalización de todo el universo del saber, la facilidad de alcance de cualquier información ha hecho de este tiempo la era del relativismo más maleable jamás visto antes. Estamos en un mundo de materias sin formas claras y nítidas, tan necesarias antaño. Es un nuevo “confusionismo” epistemológico que invalida cualquier criterio fundado en pretendidas bases de verdad, cualquier razonamiento lógico o movimiento racional. Estamos neutralizados por la relatividad. Muchos han adoptado la postura más cómoda: dejarse llevar por la corriente, unirse a la aldea global absorbente, buscarse amistades y sociedades cibernéticas, para de vez en cuando, volver a posar sus pies en el mundo real. No obstante, en este mundo de titulares permanentes y compulsivamente ruidoso, se deja escuchar un leve silbido aún, que hace vibrar nuestras fibras y genes más recónditos. Es el “murmullo de Dios”, la Verdad inmutable capaz de dar estabilidad a todas las cosas y que sostiene al mismo universo más que el “Bosón de Higgs”[8]. Una verdad que se deja hallar también en lo bello y lo más perfecto. Una verdad que apunta a lo consumado y definitivo. El mundo de hoy está ávido de esta verdad, tiene sed de consistencia, y padece esta sed de manera tácita, en un sollozo y gemir mudo. El mismo mundo que se sacude las coyundas del “dogma”, luego se hunde en dependencias cenagosas para ahogar su apatía existencial[9]. Este es el siglo que espera profetas ilustrados por la Verdad, esperan una Noticia Feliz. El Espíritu No me refiero acá a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, sino al sentido de lo sagrado y principio de la necesaria “sacralización” frente a la negativa “secularización”. En toda esta amalgama compleja del panorama actual también se deja ver una carencia de mística cierta, de espiritualidad verdadera. No hablo de la mitología ecléctica de la New Age ni al propagado misticismo cuasi mágico de las nuevas corrientes orientales en Occidente. No. Estas son precisamente las soluciones que ha buscado el hombre posmoderno de esta mitad del orbe, por haberse alejado de las fuentes “perennes” de la cultura occidental. El racionalismo moderno abrió paso al secularismo, y éste a su vez abrió las puertas a una ola de aridez espiritual. A esto se suma que los grupos e instituciones religiosas no supieron dar una respuesta adecuada a este proceso de “desencantamiento” o desacralización de la sociedad. Si no murió Dios con la pretensiosa frase nietzscheana, sí murió gran parte del hombre tradicionalmente religioso.[10] La necesidad de integrar esta espiritualidad fundamental en la vida religiosa es una cuestión de vida o muerte. Cuando hablo de “espíritu” me refiero a los valores, en gran manera olvidados, que antiguamente alimentaron la fe y la devoción de varias generaciones. El necesario “aggiornamento” pretendido por el Vaticano II, no fue bien comprendido por un número alto de eclesiásticos. En la euforia del posconcilio muchos confundieron actualizar el lenguaje y las categorías para trasmitir el contenido de la fe con una disolución indiscriminada de gran parte de nuestra herencia litúrgica y espiritual, por poner un ejemplo.[11] Relación de los tres consejos evangélicos con las tres debilidades del hombre Cuando leemos el pasaje evangélico de las tentaciones de Jesús en el desierto identificamos tres “debilidades” o propensiones de todo mortal. Y curiosamente estas pueden ser conectadas de alguna manera con los llamados consejos evangélicos. La clave para vencer estas vulnerabilidades está en seguir el ejemplo de Jesús hombre verdadero. Ahí está la clave para el vencimiento del hombre viejo y la ascesis del religioso. Estas coincidencias pueden hacerse también con los tres principios anteriormente expuestos. Las tentaciones son tres. Siguiendo el orden presentado por Lucas (4, 1-13) hallamos que:
Estas vulnerabilidades son:
Relación de la triple analogía anterior con los principios de caridad, espíritu y verdad. De este mismo modo podemos hacer la analogía entre los consejos evangélicos y los principios de caridad, verdad y espíritu. 1. La Caridad, por ser la mayor manifestación del amar, desear y querer humanos. Está unida a la Castidad, pues necesariamente solo se vive en castidad si se vive el amor en su pureza. Si el deseo y el placer buscan alimentar sensualmente las necesidades inmediatas de nuestra naturaleza animal (carne), la caridad nos hace tender a lo eterno, con una mirada “teleológica” y serena, nunca desesperada y lujuriosa. 2. El Espíritu, por ser el principio de la verdadera y eterna vida, nos pone en una sana “tensión” (intensión) a las realidades eternas, inmateriales, más que a las perecederas necesidades. No significa que debamos volvernos espiritualistas. Sino que la materialidad adquiere su verdadero sentido, y nunca se vuelve un fin en sí mismo. La Pobreza solo puede entenderse desde una actitud espiritual. Pobreza que debe ser entendida como hacer uso adecuado de los bienes y toda la creación. La pobreza de espíritu, sin duda mortificará nuestra avaricia y nos regalará la verdadera bienaventuranza prometida en el Sermón del Monte (Mt 5, 3). El hombre “pneumático” será siempre un hombre generoso y libre. 3. La Verdad, que no puede dejar de reconocer lo que es correcto, a pesar de que pueda significar la negación del propio parecer o criterio. Vivir en la verdad es ser sencillo. La sencillez nos hace dóciles, nunca complejos. El sencillo nunca teme a la obediencia porque vive en la verdad, sin tapujos ni agendas ocultas. El buen religioso tendrá que vivir en el compromiso de obedecer siempre a la verdad manifestada. La verdad siempre será la verdad, no podemos discutir o dudar ante su dictado. Y más, la verdad nos hace reconocer, que la vulnerabilidad nuestra por la gloria y el respeto del mundo son pura vanidad, o sea, falsedad. “¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre con toda la fatiga con que se afana bajo el sol?” (Qo 1, 2-3). La verdad nos hará vivir para Dios y ante Dios sin tantos afanes, la misma vida que antes vivíamos para el mundo y ante el mundo, con el objeto de ser aprobados y honrados por él. Relación del tríptico o trilogía anterior con las Tres Divinas Personas Me ha parecido de una necesidad teológica, poner también de manifiesto la relación más cercana existente entre estos tres principios con las tres divinas Personas respectivamente. Es una manera de distinguir una huella más de la Trinidad en la cosntitución humana y, más propiamente del consagrado. En una relación personal y habitual con el Dios Trino y Uno, podemos ver cómo estos valores cobran una nueva significación si contemplamos su origen en Dios mismo. Esta misa analogía sería provechosa si la hiciésemos con las tres virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad. Lo mismo para la triple práctica común que encontramos en las comunidades incipientes de la Iglesia de los Hechos de los Apóstoles, que perseveraban en la liturgia, la enseñanza y el ágape (parafraseando un poco el mensaje de los Hechos (2, 44-46; 4, 32-37).[12] Sería más ilustrativo si usáramos una tabla. Relación de los principios con distintas trilogías, partiendo de la Trinidad Principios propiamente dichos Caridad Verdad Espíritu Tres Personas Divinas Padre Hijo Espíritu Santo Consejos evangélicos o votos Castidad Obediencia Pobreza Virtudes teologales Caridad-amor Fe Esperanza Prácticas de las primeras comunidades cristianas Comunidad, fraternidad, ágape. Palabra, predicación, enseñanza, catequesis. Oración, fracción del pan-eucaristía, liturgia. Debilidades o malas propensiones humanas a las que se opone cada principio Querer, desear, placer. Poder, gloria, reconocimiento. Tener, poseer, disponer. Esta tabla nos ayuda a tener una “graficar” mentalmente cada principio propuesto y situarle en una jerarquía de ordinal, no de importancia. Hemos puesto a la fraternidad junto a la castidad, por la necesaria orientación que debe darse en los afectos humanos para una saludable convivencia. El éxito de la vida comunitaria tendrá como fundamento la afectividad bien orientada. Donde el querer y desear del religioso están en total sintonía con el deseo y amor del Padre. Este principio le es más propio al Padre, pues es el origen mismo de la Trinidad coeterna y consustancial. En tanto que el Padre es el origen de la “generación eterna del Hijo” y la “procesión eterna del Espíritu”. La comunidad religiosa deberá ser signo de la Bienaventurada Trinidad. Al Hijo que es la Verdad eterna revelada en la encarnación, el Dios verdadero y la Vida eterna (1Jn 5, 20), le es más propia la obediencia. En su “kenosis” se anonadó por obedecer al proyecto eterno de salvación, hasta la muerte de cruz. Esta fue la mejor escuela de la humildad, la renuncia voluntaria a toda la gloria y el poder que tenía en su categoría de Dios, por obedecer a la voluntad amorosa del Padre, cuyo don es todo amor. “De tal manera amó Dios al mundo…” (Jn 3, 16). El cántico de Filipenses (2, 5-11) es el mejor comentario a esta idea; y la mejor respuesta a la propuesta tentadora de Satán en el desierto: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo…” El vaciamiento del Hijo de Dios va por otros caminos, es hacerse humilde por el sendero del ocultamiento más que del aplauso y la aclamación de las masas. Así se entenderá siempre que hasta la misma rodilla doblada ante Jesús y la lengua que le proclama Señor, será remitida por Él mismo a la Gloria de Su Padre. Esta es la clave de una obediencia feliz, una obediencia por amor. Y esta catequesis cristológica de la kenosis nos enseña que hay más poder catequético en el testimonio de vida que en las muchas palabras sin respaldo moral. El carácter docente del religioso será auténtico cuando parta de su ejemplo. Esto vale para toda comunidad. Al Espíritu le corresponde admirablemente la virtud de la esperanza. En esperanza hemos sido salvados, pero esperar cristianamente es caminar entusiasmado. En este camino hacia el Reino, en esta espera por el retorno del Maestro nos alienta constantemente el aliento del Señor. Es el Espíritu quien infla las velas de la barca de Pedro para conducirla al puerto seguro de la salvación final. El que acompaña al cristiano, mucho más al consagrado. Habíamos hablado del hombre “pneumático”; ahora debemos recordarlo. Este hombre o mujer espiritual es el que espera solo en Yahvé, el bienaventurado pobre de espíritu. No amarrado a posesiones ni dependencias ni ídolos. Es el totalmente libre, como el mismo Espíritu, que sopla donde quiere con libertad en su rumbo (Jn 3, 8). Solo el religioso guiado por el Espíritu será verdaderamente carismático y profético, porque beberá de la fuente no contaminada, de la “sabia trinitaria”. La liturgia así no se hace algo pesado o aparatoso, sino que goza de la espontaneidad y la frescura del vino nuevo, de la alegría y el gozo de Jesús, que pleno del Espíritu, Ungido (Christus) por el Padre, no puede hacer más que alabarle (Jn 7, 37-38; Mt 11, 25-30). Es imposible que una comunidad religiosa haga verdadera liturgia si no ha comprendido esta clave. El Espíritu es el que clama desde nuestras entrañas, el que ora con una alabanza, una súplica, una intercesión por el mundo. Es él el autor mismo de nuestra liturgia de las horas. Sin una espiritualidad madura y consciente, estaremos haciendo un hermoso teatro sagrado, pero nunca una verdadera liturgia. El consagrado dócil al Espíritu, en su oración personal y eclesial, se une a la liturgia del cosmos. Las criaturas todas pueden reconocer la moción de este Espíritu vivificante que les hace gozarse en una alabanza al Creador. Pero solo los hombres místicos podrán percibir esta energía escondida, que se oculta a los sentidos embotados. Conclusiones Estos tres principios de caridad, verdad y espíritu pueden, sin duda, renovar la perspectiva y percepción de lo que es la vida religiosa. Aún más, el consagrado al concebir su estilo de vida animado por estos valores, reconoce y redescubre riquezas que por la “rutina del lenguaje” y la cotidianidad había olvidado. Y vuelve a la fuente de los votos con otros ojos, con otros anhelos de buscar vida interior. Es una oportunidad para volver al origen carismático de la vocación y espabilar el “primer amor”. Bibliografía JOSÉ C. R. GARCÍA PAREDES, CMF: Teología de la vida religiosa. 1ra Ed. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2002. 585 págs. ARMANDO BANDERA, OP: Teología de la vida religiosa. La renovación doctrinal del posconcilio. 1ra Ed. Sociedad de Educación Atenas. Madrid, 1985. 285 págs. 39 SEMANA DE ESTUDIOS VICENCIANOS: Vicencianismo y vida consagrada. Evangelizare/56. Editorial CEME. Salamanca, 2015. 533 págs. MIGUEL PÉREZ FLORES, CM: Revestirse del Espíritu de Cristo. Expresión de la identidad vicenciana. 1ra Ed. Editorial CEME. Salamanca, 1996. 441 págs. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. Librería Editrice Vaticana, 1992. GARCÍA M. COLUMBÁS, OSB y IÑAKI ARANGUREN, O. Cist: La Regla de san Benito. 3ra Ed. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2000. 512 págs. BIBLIA DE JERUSALÉN. Nueva edición totalmente revisada y aumentada. Desclée de Brouwer. Bilbao, 1975. 1836 págs. [1] Cf. http://www.mercaba.org/Rialp/R/religiosos_ii_evolucion_historica.htm (Diciembre 2016). [2] Cf. http://servicioskoinonia.org/relat/354.htm (Diciembre 2016). [3] Cf. http://www.eumed.net/libros-gratis/2007a/257/1zc.htm (Diciembre 2016). [4] La kundalini (en sánscrito कुण्डलिनी , transcripto como kuṇḍalinī). En el marco del hinduismo, la kundalini o kuṇḍalinī es una energía invisible e inmedible representada simbólica y alegóricamente por una serpiente, que duerme enroscada en el mūlādhāra (el primero de los chakras ―los siete círculos energéticos―, que está ubicado en la zona del perineo). Se dice que al despertar esta serpiente, el yogui controla la vida y la muerte. [Tomado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Kundalini (Diciembre 2016)]. [5] Usaremos indistintamente los términos “caridad” y “amor”. [6] “El mundo humano ha sido siempre un hervidero de ideas y movimientos, un laboratorio en ebullición. Pero su velocidad de procesamiento se ha multiplicado ahora exponencialmente: la intercomunicación mundial, que alcanza ya a muchas partes del globo, en lapsos de tiempo mínimos o incluso simultáneos, más la aplicación de las técnicas informáticas y telemáticas al tratamiento de la información, hacen que el cúmulo de conocimientos se duplique en un lapso de tiempo mucho menor que anteriormente, y la evolución del pensamiento hace viejas las ideas de ayer mismo.” (José María Vigil: Desafíos más hondos a la vida religiosa: http://servicioskoinonia.org/relat/354.htm Diciembre 2016). [7] Cf. http://html.rincondelvago.com/crisis-metafisica-y-moral-del-hombre-actual.html (Diciembre 2016). [8] Cf. https://www.i-cpan.es/detallePregunta.php?id=1 (Diciembre de 2016). [9] “Y de repente me hallo frente a mí, en un inconmensurable angustia de ver una simple y llana humanidad; una presencia desnuda que se ve frente al espejo del ser que camina sin retraso hacia la muerte. No sé quién soy sin tener cerca aquel aparato que da una identidad, que me hace sentir parte de un grupo selecto (aunque sé que la realidad me indica que ya casi todos pueden tenerlo). No sé quién soy ante un silencio inquietante que me grita mi soledad. No sé quién soy sin el ruido de las risas, de la fiesta, del alcohol, del sexo o simplemente del trabajo. Sencillamente, me siento vacío”. Eduardo Flores Herrera http://www.edgardoflores.com.mx/2011_11_01_archive.html (Diciembre 2016). [10] Cf. http://www.mercaba.org/FICHAS/Religion/sacralidad_secularizacion_02.htm (Diciembre 2016). [11] Pablo VI es el primero en denunciar estos abusos: «La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de auto-demolición. Es como una inversión aguda y compleja que nadie se habría esperado después del Concilio. La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma» (Disc. al Seminario Lombardo, Roma 7-XII-1968). Parece que «por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios». Se ven en el mundo signos oscuros, pero «también en la Iglesia reina este estado de incertidumbre. Se creyó que después del Concilio vendría una jornada de sol para la historia de la Iglesia. Ha llegado, sin embargo, una jornada de nubes, de tempestad, de oscuridad» (30-IV-1972). Cf. http://www.mscperu.org/biblioteca/1discernimiento/infidel/infidelidades-2.htm (Diciembre 2016). [12] Entiéndase que la fracción del pan y la oración son vistas como Liturgia en general. Diciembre 2016 |
AutorRubén de la Trinidad, misionero paúl (Congregación de la Misión), cubano. Estudiante de Teología. ArchivosCategorías
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