INTRODUCCIÓN
El hombre es capaz de Dios. La interrogante “Con su apertura a la verdad y la belleza, su sentido del bien moral, su libertad y la voz de su conciencia, su aspiración a lo infinito y a la felicidad, el hombre se interroga por la existencia de Dios.”[1] ¿Existe Dios? ¿Es éste personal? ¿Acaso se preocupa Dios por los seres humanos? En el presente trabajo intentaremos exponer, por varias vías, una propuesta de “credibilidad” válida desde la Revelación cristiana. San Pablo habla de la posibilidad que tiene el hombre de acercarse a Dios: “Siendo Él (Dios) mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo, de uno, todo el linaje humano para poblar toda la faz de la tierra. Él fijó las estaciones y los confines de los territorios por ellos habitados, para que busquen a Dios y siquiera a tientas le hallen, que no está lejos de cada uno de nosotros, porque en Él vivimos y nos movemos y existimos, como algunos de sus poetas han dicho: «Porque somos linaje suyo»”.[2] El hombre de todos los tiempos se hace preguntas sobre temas fundamentales de la vida. Una vez que ha cubierto sus necesidades más elementales, comienza a contemplarse a sí mismo y lo que le rodea. Toma conciencia del universo y de su propia existencia y entonces surgen interrogantes que intentará responder: ¿Qué había al principio? ¿Cómo fue hecho y organizado este gigantesco universo, a la vez tan distinto y armonioso? ¿Cómo surgieron la vida y el hombre en el mundo? El hombre se interroga y cuestiona sobre el porqué de las cosas. Se lanza a la búsqueda de soluciones y no descansa hasta satisfacerse. Para él, el conocimiento y la explicación de las cosas son una necesidad. DESARROLLO El deseo de Dios: Necesidad del hombre El corazón del hombre está hecho para lo infinito. Sus experiencias, incluso las más bellas, no le llenan del todo; estas, al contrario, lo impulsan a ir más lejos, a buscar algo más elevado. ¿Por qué estoy sobre la tierra? ¿Existe alguna causa última que dé sentido a la vida y también al sufrimiento? La necesidad de Dios está enraizada en el corazón del hombre. El hombre es capaz de Dios. Según la revelación cristiana, Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza y ha puesto en su corazón el deseo de conocerlo. Aunque el hombre a menudo ignora tal deseo, Dios no cesa de atraerlo hacia sí, para que viva y encuentre en Él aquella plenitud de verdad y felicidad a la que aspira sin descanso. El hombre por naturaleza y vocación es un ser esencialmente religioso, capaz de entrar en comunión con Dios. Así, el deseo de Dios está inscrito en lo más íntimo del corazón humano, ya que en su naturaleza, él ha sido creado por Dios y para Dios y solo en éste encuentra la dicha plena que siempre busca. Este íntimo y vital impulso a establecer una relación con Dios otorga al hombre su dignidad fundamental. “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento, pues no existe sino porque creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor, y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador”.[3] Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia y la rectitud de su voluntad. “El hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti”.[4] La revelación: Dios se manifiesta al hombre. Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Dios ha querido relevarse al hombre y darle la gracia de poder acoger esa revelación mediante la fe. Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser percibido con certeza por medio de la luz natural de la razón a partir de las cosas creadas. Gracias a esta capacidad el hombre puede acoger la revelación de Dios. Creer en Dios es don del mismo Dios, pues la fe no es solamente fruto del razonamiento humano. La fe es razonable, pero ante todo, es sobrenatural, es decir, fruto de la luz sobrenatural con que Dios nos ilumina interiormente y nos da una plena seguridad personal de su existencia y de lo que nos ha manifestado. Esto no es coacción o imposición sobre el hombre por parte de Dios, sino una suave y firme convicción. Aunque a partir de la creación, el hombre puede percibir a Dios con certeza, éste encuentra muchas dificultades en el pleno entendimiento de las verdades divinas. Además no puede llegar por sí solo a la intimidad del misterio Divino. Por ello Dios ha querido iluminarlo con su Revelación, no solo acerca de las verdades que superan la comprensión humana, sino también sobre las verdades religiosas y morales, que aún siendo de por sí accesibles a la razón, de esta manera pueden ser conocidas por todos sin dificultad, con firme certeza y sin mezcla de error. Podemos entender esta complementariedad entre fe (revelación) y razón de la siguiente manera: El contenido de la fe cristiana se da por medio de la Revelación, no por la filosofía, sin embargo, el teólogo que cree, puede buscar entonces por medio de la razón y entender más profundamente aquello que cree. De esta manera, se puede demostrar la racionalidad y la coherencia interna de la fe cristiana. La hermosura de la armonía interna de la fe cristiana, brinda gozo al creyente, quien puede ver el acuerdo entre la fe en la Revelación y la razón humana. “No estoy tratando de entender para poder creer, sino que creo para poder entender. Porque esto también creo: que si no creo no entenderé”.[5] “Cree para comprender y comprende para creer”.[6] La fe cristiana no ha de basarse en la sola razón a partir de las cosas creadas, sino en la revelación divina, que viene en auxilio de la razón. En el pensamiento bíblico encontramos una “invalidación” ante la postura no-creyente, o ante un desconocimiento del monoteísmo. “Vanos son por naturaleza todos los hombres en quienes hay desconocimiento de Dios, y que a partir de los bienes visibles son incapaces de ver Al Que Es, ni por consideración de las obras conocieron al Artífice… Pues, si seducidos por su hermosura (la de los elementos del universo) los tuvieron por dioses, deberían conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues el Autor de la belleza es quien hizo todas estas cosas… Pues en la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar al Hacedor original…, no son excusables (los que no reconocen al Hacedor). Porque si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo ¿cómo no reconocen más fácilmente al Señor de él?”[7] “En efecto, lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras. De manera que son inexcusables, por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias.”[8] Vías de acceso al conocimiento de Dios. El hombre que busca a Dios encuentra ciertas vías para acceder al conocimiento de Dios. Se les llama también “pruebas de la existencia de Dios” no en el sentido de las pruebas propias de de las ciencias naturales, sino en el sentido de “argumentos convergentes y convincentes” que permitan llegar a verdaderas certezas. Estas vías tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la persona humana. Ahora bien, la actitud o disposición del sujeto con respecto a la creencia en la existencia de Dios es fundamental. La previa disposición negativa ante cualquier argumento tiende con mucha probabilidad a ser frustrante. “Pensad con rectitud del Señor y buscadle con rectitud de corazón. Porque se deja hallar de los que no le tientan, se manifiesta a los que no le son incrédulos. Los pensamientos tortuosos alejan de Dios. El Poder (de Dios) reprenderá a los necios que le ponen a prueba; porque en el alma maliciosa no entrará la sabiduría, ni habitará en un cuerpo esclavo del pecado. Porque el Espíritu Santo que disciplina, huye del engaño, se aparta de los pensamientos necios y se paraliza ante la iniquidad.”[9] Para probar la existencia de Dios no podemos recurrir a métodos propiamente científicos, como por ejemplo, las mesuras materiales, ya que Dios no es material. Las ciencias naturales no podrán aportar pruebas concluyentes del Ser o la esencia misma de Dios, pues estas se ocupan única y exclusivamente de cosas que pueden ser examinadas y comprobadas empíricamente. Por esta misma razón, tampoco pueden las ciencias negar la existencia de Dios ya que Dios no entra en su campo de estudio, no es asunto de su competencia, esto sería sacar a las ciencias naturales de su propio terreno. ¿Cuáles son entonces las vías de acceso al conocimiento de Dios? Por medio de la Revelación Divina Toda la Revelación Divina (tanto las Sagradas Escrituras como la Tradición) tiene como origen, fin y protagonista al mismo Dios. Lo que Dios ha revelado al hombre es lo que la Iglesia llama Revelación, y ella cree y proclama que esta es infalible, exenta de todo error, por ser Dios mismo su Garante. La más plena Revelación fue traída por Jesucristo. Este es la Palabra por excelencia del Padre. “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo…”[10] “A Dios nadie le vio jamás; Dios Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, ese le ha dado a conocer.”[11] La existencia de Dios es la primera verdad que nos enseña el Credo. Sabemos que Dios existe porque Él mismo nos ha manifestado su ser, y esto lo ha hecho de modo insuperable con la encarnación del Verbo, Quien ha venido a mostrarnos el verdadero rostro de Dios. Por medio de la razón: Por medio de las criaturas podemos conocer la existencia del Creador. La razón nos proporciona básicamente las siguientes pruebas de la existencia de Dios: 1º) Por la existencia del mundo y la belleza de la creación. A partir de la creación, con la luz de la razón, podemos conocer (reconocer, percibir) a Dios como origen y fin del universo y como sumo bien, verdad y belleza infinita. Las perfecciones de las criaturas y del hombre son un reflejo, aunque limitado, de la infinita perfección de Dios. El orden de lo creado, la organización existente en la naturaleza, nos hace suponer que todo fue ideado por una inteligencia extremadamente superior. “Interroga a la belleza de la tierra; interroga la belleza del mar; interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo… interroga a todas estas realidades. Todas responden: Ve, nosotras somos bellas. Su hermosura es una profesión (“confessio”). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿Quién las ha hecho sino la suma Belleza (“Pulcher”) no sujeta a cambio?”[12] El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Razonando esto el hombre puede convencerse de la existencia de una Realidad que es la causa primera y el fin último de todo “y que todos llamamos Dios” (Santo Tomás de Aquino). El mundo no existe por sí mismo, porque no tiene en sí mismo su razón de existir, luego alguien le ha dado la existencia. Ese alguien solo puede ser quien tenga en sí mismo y no en otro la razón de su propia existencia, absoluta e independiente, lo cual solo es propio de Dios. Luego la existencia del mundo creado, así como su belleza, prueban la existencia de Dios, como la de una obra prueba la de su autor. Nada sale de la nada. Solo Dios puede crear de la nada (Gn 1, 1; 2Mac 7, 28) ya que Él lleva en sí mismo la plenitud de la existencia al ser por sí mismo. Nada fuera de Dios existe por sí mismo. Los efectos necesitan una causa y estas a la vez son efectos de otras causas; es necesario que exista una causa que no sea efecto, esta causa primera es Dios. Sin causa primera no hay segunda ni tercera. Así ocurre también con el movimiento en el universo; todo movimiento es un efecto que supone una causa, un motor. Si este motor es a su vez movido, supone otro motor, y este otro, etc. Es inconcebible una serie cerrada o indefinida de motores que además sean movidos. Si siguiéramos una cadena ilimitada de causas que a la vez son causadas por otras causas, comprobamos que esta proposición nos lleva a una secuencia infinita regresiva de causa y efecto, lo cual es absurdo, pues habría que admitir que esta sucesión causa-efecto viene desde lo eterno; solución que no resuelve el problema y además es insostenible ya que ninguna causa causada puede ser eterna porque empieza a existir desde que es efecto de una causa anterior, y así cae sin resolver cualquier teoría que intente demostrar una regresión eterna de causa-efecto. Ha de haber uno que sea motor sin ser movido, que sea causa sin ser efecto. A este primer principio, Causa no causada es a lo que llamamos Dios. Algunos intentan sostener que el universo surgió por contingencia de los elementos al azar (por casualidad). La casualidad, rigurosamente hablando, no existe, pues aunque un suceso o acontecimiento sea para nosotros desconocido o inesperado, todo efecto tiene su causa. El orden del mundo se debe a las leyes físicas, químicas, biológicas, etc. de la naturaleza y el universo en general. Pero estas leyes naturales no tienen inteligencia ni autonomía. El orden demanda estar sostenido por las leyes, y estas solo pueden ser establecidas por un Ser inteligente. Dios que es inteligencia absoluta y perfecta ha organizado y establecido estas leyes (fuerzas) entre sí, de tal manera, que produzcan un mundo a la vez tan complejo y tan ordenado. Basta considerar el orden admirable que hay en todos los seres: en los inmensamente grandes como en los millones de astros; y en los más pequeños como los seres microscópicos; tanto unos como otros han necesitado una inteligencia ordenadora. A esa Inteligencia ordenadora llamamos Dios. 2º) Por la vocación trascendental del hombre. El hombre anhela trascender por naturaleza, anhela la eternidad y la felicidad, sin embargo, la felicidad verdadera escasea en este mundo. ¿Qué explicación tiene que el corazón del hombre aspire a algo que no le es posible alcanzar si Dios no existiera? ¿Surgió esto también por casualidad en su interior? ¿De dónde le viene aspirar a lo superior si nunca lo ha conocido, ya que está siempre más allá de su alcance inmediato? Lo que no se conoce no se desea. Entonces, el deseo de Dios en el corazón del hombre solo es explicable si el mismo Dios lo ha puesto en él y quiere atraer al hombre a la realidad de su existencia. Por otro lado, la humanidad es incurablemente religiosa. Negar la existencia de Dios no elimina los misterios de la vida. Tratar de excluir a Dios del vocabulario civil no elimina el deseo de algo más allá de lo que esta vida puede ofrecer para satisfacer el espíritu del hombre. El consentimiento universal de los pueblos evidencia el carácter religioso del hombre. Todos los hombres siempre y en todas partes han reconocido una divinidad a la que se rinde culto. Esta tendencia universal del hombre a la religión, puede ser un testimonio a favor de un Dios, causa de esta (Ec 3,11; Rom 2,14.15). 3º) Por la existencia de la ley moral. Todos los hombres se sienten obligados por la ley moral (ley interior o conciencia) que les manda ciertas cosas y les prohíbe otras, y según obedezcan o quebranten esta ley de su interior, sienten en sí mismos gozo o remordimiento. De ahí se sigue que pueda haber un legislador universal y supremo que obliga a la voluntad humana a hacer el bien y a evitar el mal. El hecho de que encontremos en nuestro interior una ley superior a nosotros mismos, ya que nosotros no la hemos inventado, y que nos orienta en nuestra conducta acerca de lo bueno y lo malo, supone un Ser superior Autor de los principios morales y un Legislador supremo a quien llamamos Dios. 4º) Argumento ontológico (del ser). El hecho de que podamos discernir distintos grados de virtud manifiesta que existe un concepto de un Bien Absoluto por el cual medimos y comparamos la virtud misma. Solamente este Bien es bueno en y por sí mismo; y es supremamente bueno y supremamente grande. El más elevado de todos los seres que existen. El ser humano es capaz de concebir un Ser extremadamente grande, bueno, perfecto, eterno. Este es el más grande Ser concebible, según el lenguaje de San Anselmo de Cantorbery. El razonamiento de este argumento consiste en que es tan clara y evidente la existencia del más grande Ser concebible que ni siquiera puede concebirse que este no exista. Así simplemente Dios por definición es el más grande Ser concebible, y no pudiera ser esto si no existiera, por tanto, este existe. El hecho de que tengamos en nosotros la idea de Dios demanda que Dios sea su causa. CONCLUSIONES El hombre con Dios Cuando el hombre encuentra a Dios y le reconoce como el Dios personal que es, perfecto en sus atributos y Sumo Bien, insuperable en el amor; entonces, halla que su vida no puede carecer de sentido. Sino que está orientada a una realidad trascendente, que no perece ni se limita a esta vida terrena y material. Toda su cosmovisión es mudada a una concepción del universo nueva y liberadora. Todo adquiere un nuevo sentido, el sentido auténtico que tanto buscaba para por fin enfocar su vida con seguridad, con sólido fundamento. El hombre encuentra su razón de existir, su propósito lógico y cierto, la clave exacta para comprenderse a sí mismo y al mundo que le rodea. FUENTES CONSULTADAS: Catecismo de la Iglesia Católica. Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio. Pequeño Catecismo Católico: Yo Creo. NOTAS: [1] Catecismo de la Iglesia Católica, 33. [2] De la predicación de San Pablo en Atenas. Hechos de los Apóstoles 17, 25-28. [3] Gaudium et Spes, 19,1. [4] San Agustín de Hipona, Confesiones. 1, 1,1. [5] San Anselmo de Cantorbery. [6] San Agustín de Hipona. [7] Sab 13, 1-9. [8] Rom 1, 19-21. [9] Sabiduría 1,1b-6. [10] Heb 1, 1-2a. [11] Jn 1, 18. [12] San Agustín, Sermón 241, 2.
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La Teología Fundamental nace de la antigua y clásica Teología Apologética y de la reflexión que tuvo en vistas a reformarse, para no desaparecer. Era necesaria una renovación de esta disciplina para dar respuestas a nuevas problemáticas. Sin una oportuna renovación de la mentalidad, se hubiera hecho imposible responder a las nuevas exigencias. Esta renovación ha sido tan profunda que se vio como necesidad el cambiar el nombre de la materia.
Esta actualización de la apologética católica ha afectado no solo a su contenido e identidad, sino además a sus propios métodos. No obstante estos cambios, los problemas a los que se tiene que enfrentar no dejan de ser los de siempre: la revelación y la credibilidad (Revelación y Fe), solo que tratados desde renovadas perspectivas y categorías. Podemos distinguir tres fases en la consolidación de la Teología Fundamental si tomamos como referencia al Concilio Vaticano II:
En la primera, podemos ver una reacción frente a la apologética clásica. En la segunda fase percibimos una ampliación y recreación que coincide con la asimilación del nuevo nombre de Fundamental. Y finalmente, en la tercera fase vemos una reflexión sobre su identidad y un nuevo intento de sistematización o jerarquización de su contenido. En la primera fase, cuando aún podemos nombrarla apologética, esta teología tenía que hacer frente a varios problemas, que a la vez podemos situarlos en determinados momentos históricos. Había que hacer frente a los protestantes del s. XVI con una demostración de que la Iglesia y la doctrina católica era la única y verdadera Iglesia con la única y certísima verdad revelada. De igual manera debía hacer frente a los libertinos y ateos prácticos del s. XVII. A estos tenía que responder con una bien fundamentada Teodicea o teología natural, y convencerles de la existencia de Dios, y la necesidad de creerle y obedecerle. Para el s. XVIII ya tendrá que enfrentarse con los deístas y enciclopedistas, que no veían la necesidad de una institución divinamente establecida a la cual obedecer. No creyendo en la revelación divina, se contentaban con una religión natural. A estos tuvo que dar respuesta la apologética a partir de la demostración de que la revelación cristiana tuvo lugar ciertamente. Había que presentar a un Jesús históricamente real, portador de la palabra-revelación definitiva. En el período posguerra se va haciendo obsoleto un lenguaje agresivo contra los no católicos, es claro que no es aceptable un monopolio espiritual. Nuevas ciencias se van acercando con impensadas herramientas a las fuentes mismas de la revelación: la Escritura, los Padres y escritores cristianos primitivos, la arqueología bíblica, etc. Ya no cabe una postura de hostilidad contra los protestantes o deístas, hay que buscar puntos de acercamiento y diálogo. Ahora ya podemos ver una nueva elaboración teológica. Hallamos una teología fundamental con un lenguaje de posiciones y proposiciones teológicas y filosóficas, en vez de una acérrima refutación. Posterior a este período y coincidiendo con la segunda fase, hallamos una teología fundamental en plena ampliación. Se escriben muchas obras sobre la revelación, se respira una libertad y apertura en el lenguaje, es el tiempo de la Dei Verbum. En este tiempo de extensión y enriquecimiento de su contenido, con la apertura a nuevos interlocutores, es cuando se adopta el término de Teología Fundamental. La revelación empieza a presentarse no solo en su aspecto doctrinal o académico, sino como acto mismo de Dios: es auto manifestación de Dios, que se encarna en la Persona de Jesucristo. El tema de la credibilidad también sufrió amplios cambios. Hay un reconocimiento de las limitaciones de las antiguas demostraciones a base de milagros, prodigios, etc. De igual modo, hay una uso, a veces inadecuado, de los nuevos métodos y técnicas de exégesis bíblica, cuando no una ausencia de estos métodos. Para este tiempo, la teología fundamental se da cuenta que es necesario e impostergable una ampliación de horizontes. Esta ampliación de horizontes se manifestó en tres direcciones: Frente al problema de la historia y de la hermenéutica. Si es cierto que debemos presentar el mensaje de la revelación acaecida en Jesús, también es cierto que los paradigmas de revelación por medio de los evangelios, por ejemplo, han variado. Con las nuevas ciencias críticas, había que hacer una valiente revisión de hasta qué punto y en que parte podíamos aceptar como creíble el mensaje contenido en las Escrituras. La cuestión del Jesús histórico asume una importancia fundamental, seguida por todos los teólogos. El método hermenéutico histórico crítico termina por imponerse y barre con las falsas seguridades de una revelación “intocable”. Frente al problema antropológico. El hecho de que Jesús se encarnara, no significó solamente que Dios irrumpiera en la historia y el cosmos, sino que en Jesús se manifestaba la “humanidad” al mismo hombre. Jesús es una revelación de quien es el verdadero hombre y su postura frente al misterio que lo plenifica y hace trascender su misma humanidad: Dios. En Jesús encarnado, el hombre puede hallarse a sí mismo, y reconocer la necesidad de la fe. La necesidad de sentido y respuesta a sus preguntas más profundas, que demandan una clave suficiente, más allá de lo que pude encontrarse en la humanidad caída: el Nuevo Adán. El tercer camino emprendido sería en dirección al signo. Si Jesús es la manifestación de Dios más perfecta a la que podemos acercarnos, entonces no podemos “verificar a Dios” más que por Jesús. Él es el signo del Padre. Debemos acercarnos al signo desde una nueva perspectiva hermenéutica, conscientes de las limitaciones que entraña cualquier interpretación, por tanto, con afirmaciones menos categóricas. Un Cristo total y vivo que no puede ser agotado por la interpretación crítica de la Escritura o la Historia y que encierra el misterio mismo del hombre. Esto hace que la reflexión en torno a Dios y su demostración se expandan sumamente, viéndose implicada toda la humanidad. Finalmente, la teología fundamental ha ampliado su campo de encuentro no solo con los no creyentes, sino con los creyentes. Pues, dentro de los hombres de fe se hallan las mismas dudas y cuestionamientos a la fe que se hallan en el contexto actual de increencia en que vivimos. El diálogo se vuelve un caminar juntos por el sendero de la búsqueda fundamentada de las razones para creer, valiendo los argumentos para todo hombre, creyente o no. Sin esta capacidad y amplitud, la Teología Fundamental perdería su esencia y razón misma de ser. En el momento postconciliar, nuestra disciplina se ve amenazada por dos peligros mortales. Por un lado, la dispersión de sus temas tradicionales, que devinieron olvidados en muchos casos; y por otro lado, el ensanchamiento excesivo de sus contenido de estudio, que terminó por volver esta disciplina en una “pantología teológica”, que con mucho abracar terminaría por diluirse en un esfuerzo vacío de lo no específico, o sea, gastándose inútilmente sin concretar resultados ni conceptos claros. En algunos lugares se llegó a anular la Teología Fundamental o a inmiscuirla en problemáticas teológicas propias de otras disciplinas. En cualquier caso, no cumplía su función específica de “confirmar en la fe”, cuando no lanzó al naufragio a millares de creyentes, que aturdidos por problemáticas teológicas muy difíciles, sucumbieron sin la ayuda de especialistas. Este período posconciliar caracterizado por una ampliación tan ambiciosa, la hizo pretender ser una enciclopedia de las ciencias, todas las que veía necesaria abarcar a fuerza de incluir cada asunto y cuestión. Esto la llevó a olvidar su objeto primigenio, a saber: la revelación y la credibilidad. Ante este doble peligro y todos estos problemas que se les presentaban, hubo una reorientación de su caminar, una concentración de esfuerzos mejor orientados, una jerarquización de temáticas, un búsqueda de su identidad y de su objeto distintivo y particular. En la actualidad la Teología Fundamental se enfrenta con nuevos retos y problemáticas, pero desde una base ya más estable. Si en los tiempos en que la disciplina vio la luz con un rostro renovado, los diversos manuales no se ponían de acuerdo en sus estructuras y métodos, al día de hoy podemos percibir una cierta uniformidad y sistematización que habla de un consenso teológico al respecto. Con esta reciente estabilidad puede hacerle frente a diversas cuestiones que le abordan y hacerlo con claridad en su objeto, método y estructura de contenido. (Enero 2017) |
AutorRubén de la Trinidad, misionero paúl (Congregación de la Misión), cubano. Estudiante de Teología. ArchivosCategorías
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