“Vosotros escudriñáis las Escrituras, ya que creéis tener en ellas “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: Presentación:
Por más que observemos y tratemos de comprender a plenitud el misterio de Cristo, siempre resultará inagotable e insondable. Cristo siempre nos sorprende y maravilla en cada acto. Sus signos siempre aparecen frescos y llenos de vida cual recientes. Jesús se nos presenta como el esperado, el deseado, el Mesías que instaurará el Reino de Paz y Justicia. Jesús se presenta ofreciéndonos la verdadera felicidad y la plenitud de la vida. Pero esta oferta de Jesús nos hace chocar con una disyuntiva. Su mensaje provoca seguidores u opositores. Ante el Evangelio radical de Jesús nunca hay término medio: o lo aceptamos o no. O lo arriesgamos todo e invertimos toda nuestra vida con él, o simplemente, lo rechazamos privándonos de su salvación y la ciudadanía de su Reino para quedarnos finalmente fuera de su Banquete Feliz. Sin embargo, nuestra elección ha de ser inteligente. Nuestra razón debe reconocerle con un asentimiento sólido. Pero el ejercicio de nuestra razón necesita vías por las cuales llegar al convencimiento de la Realidad de Cristo. ¿Quién es Cristo? ¿Es lo que dijo ser, o, por lo contrario, fue un embaucador o tal vez un loco? Ciertamente por muchas vías podemos lanzarnos a la búsqueda de la verdadera identidad de Jesús y cerciorarnos si él era quien decía ser. Pero hablar de todas las vías sería nunca acabar. No obstante hay una que el mismo Jesús expuso como una evidencia a favor de su credibilidad, y no solo él, sino todos los apóstoles y sus primeros seguidores. Se trata de las profecías del Cristo o Mesías contenidas en las Escrituras del Antiguo Testamento. Gracias al estudio de estas muchos llegaron al convencimiento de que Jesús es el Mesías y todo lo que él decía ser. ¿Qué dicen las profecías veterotestamentarias acerca del Mesías? ¿Son estas aplicables a la persona de Jesús de Nazareth? “«Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.» Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas.»” Lucas 24, 44-48. Desarrollo: Cuando nos adentramos en el estudio de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento nos sorprende la cantidad admirable de estas y su cumplimiento exacto en la persona de Jesús. Ante la evidencia histórica del cumplimiento de las profecías mesiánicas en Jesús de Nazareth no tenemos otra alternativa que reconocer la mano de Dios, Señor de la Historia, detrás de cada uno de estos acontecimientos, guiando con su providencia cada suceso. Los varios vaticinios del Mesías nos dan un retrato exacto de él con todos sus rasgos, y estos solo se realizaron plenamente en la persona de Jesús. La idea fundamental que predomina en cada uno de los dos Testamentos (Antiguo y Nuevo) y que constituye la médula de la esperanza de los libros inspirados es la idea inquebrantable de que el Mesías vendría. Basta leer con sensibilidad el Antiguo Testamento y se notará que la esperanza mesiánica viene a ser como un hilo que ensarta a cada uno de sus libros. En el Antiguo se promete su venida y en el Nuevo se cumple la promesa. 1. Primeramente el Mesías fue anunciado en el Edén en el mismo acto en que Dios dicta la sentencia del castigo por la primera trasgresión del hombre. Yahvéh dirigiéndose a la serpiente (Satán) le dice: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañal” (Gn 3, 15). Dios hace la primera promesa mesiánica, el primer anuncio esperanzador de la futura redención del género humano caído por el pecado. De la simiente o linaje de la Mujer nacerá el redentor de la humanidad. Adán entre tanto oye y entiende en lo que puede la promesa para transmitirla a sus descendientes. Nos preguntamos por qué la profecía se refiere a la simiente o linaje de la Mujer. Parece absurdo, ¿acaso no es el varón quien tiene simiente (semen según la Vulgata)? Pero no en vano Dios usa este término ya que solo en María Virgen pudo tener la profecía el cumplimiento exacto. Si se excluye toda participación del varón, entonces solo de una mujer sin contacto con ningún varón podría nacer el Redentor para ser verdaderamente linaje de la Mujer. Tal como Jesús fue el Postrer Adán, así también María vino a ser la Nueva Eva y verdadera “Madre de los vivientes”, o sea, de los salvados. Más tarde San Pablo se referirá al cumplimiento de esta profecía en su Epístola a los Gálatas: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gál 4, 4). 2. Más tarde el Señor promete a Abrahán numerosa descendencia. Todas las gentes serán benditas y salvadas por un hijo que nacerá de él. Dios pone a prueba a Abrahán y después de haberle dado un hijo contra toda esperanza en los años de su ancianidad (Isaac, primogénito de Abrahán) le pide que se lo entregue en sacrificio. Abrahán confundido pero asintiendo con la fe obedece en la esperanza de que Yahvéh proveerá. Y justo cuando Abrahán alza su mano con el cuchillo para sacrificarle su único hijo, Dios lo detiene entonces y le hace la promesa mirando el rostro de su Hijo Unigénito, y provee un cordero para que fuese sacrificado en lugar de Isaac: “Por mí mismo juro, oráculo de Yahveh, que por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tu único, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz.” (Gn 22, 16-18). Luego Yahvéh repite la misma promesa a Isaac: “…mantendré el juramento que hice a tu padre Abraham. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras. Y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de que Abraham me obedeció…” (Gn 26, 3-5; Cf. Gn 21, 12). Y más tarde la vuelve a reiterar a Jacob hijo de Isaac (Gn 28, 14; 35, 10; Cf. Nm 24, 17). 3. Luego Dios especifica en cual de las tribus nacerá el Mesías y el tiempo en que vendrá. Jacob (Israel), de quien nacería Aquel en quien serían benditas todas las gentes, tiene doce hijos, cabezas de doce tribus futuras, en el lecho de muerte, Dios le advierte que la promesa debe quedar vinculada específicamente en Judá, el cuartogénito de los doce. Jacob, obediente al Señor, va bendiciendo a sus hijos uno por uno, pero al llegar a Judá le dice: “No será quitado el cetro de la casa de Judá, ni faltará jefe de su estirpe, hasta que venga el que ha de ser enviado, este será el esperado de las naciones” (Gn 49, 10). El Mesías nacerá de la tribu de Judá justamente en la época en que sea despojada de su cetro de poder. Así vemos que las especificaciones acerca de la ascendencia del Mesías son precisas en gran manera al reducirse a un muy estrecho margen de posibilidades. El Mesías tenía que ser descendiente de Abrahán, Isaac, Jacob y de la tribu de Judá. Luego los evangelistas harán notar esta sucesión en la genealogía de Cristo: “Jesús… hijo de Judá, hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham…” (Lc 3, 33-34). Mateo lo expone de manera descendente: “Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos…” (Mt 1, 1-2). 4. Moisés cierra el período de los patriarcas y abre el de la Ley escrita. Como caudillo promulga en nombre de Dios un código de leyes por el cual ha de ser gobernado el pueblo escogido, pero entre los artículos fundamentales de ese código pone el de reconocer y someterse a otro legislador mucho más grande aún que el mismo Moisés. Legislador que Dios hará surgir de en medio de su pueblo. Moisés profetiza: “Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis… Yahveh me dijo a mí: … Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de ello.” (Dt 18, 15-19). De esta manera consta que las leyes hebreas eran temporales y transitorias, y debían cesar cuando viniera el Mesías legislador que fundaría una Nueva Alianza, consumando y perfeccionando la legislación anterior. En atención a esto Jesús les dijo a los judíos de su tiempo: “Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida… No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?” (Jn 5, 39-40. 45-47; Cf. Mt 5, 17). 5. Posteriormente Dios le revela a David, descendiente de la tribu de Judá, hijo de Jesé; que el Mesías nacerá de su descendencia: “Cuando se cumplan tus días para ir con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidaré su reino. El me edificará un Casa y yo afirmaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo, y no apartaré de él mi amor, como le aparté de aquel que fue antes de ti (habla de Saúl). Yo le estableceré en mi Casa y en mi reino para siempre, y su trono estará firme eternamente” (1 Cró 17, 11-14; 2 Sm7, 12-16). Yahvéh le anuncia a David por medio del profeta Natán que el Cristo nacido de su descendencia tendría un Reino eterno (anunciado también por el ángel Gabriel a María Virgen: Lc 1, 32-33). En la profecía queda claro que no se cumplirá en su hijo Salomón ya que el mismo David entiende la profecía como “promesas a mi descendencia para el futuro lejano” (1 Cró 17, 17; 2 Sm 7, 19), esto es el Mesías que vendrá cuando se cumpla la plenitud de los tiempos. David ve las ignominias y la gloria del Mesías y la profetiza en sus Salmos. Si echamos un vistazo a los Salmos, en seguida se perciben los resplandores de Cristo, tanto su gloria como su humillación en su pasión y muerte que se describen con tantos detalles. El rey profeta ve la gloria del Mesías en los Salmos 2, 45, 72, 110; y los dolores e ignominias, que muchas veces las pone en boca del mismo Cristo, en los Salmos 22, 35, 40, 41, 69… 5.1. Salmo 2, 1-9: “¿Por qué se agitan las naciones, y los pueblos mascullan planes vanos? Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados contra Yahveh y contra su Ungido: «¡Rompamos sus coyundas, sacudámonos su yugo!» El que se sienta en los cielos se sonríe, Yahveh se burla de ellos. Luego en su cólera les habla, en su furor los aterra: «Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión mi monte santo.» Voy a anunciar el decreto de Yahveh: El me ha dicho: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. Con cetro de hierro, los quebrantarás, los quebrarás como vaso de alfarero.»” Una profecía que identifica al Mesías con carácter escatológico revestido de su gloria. Luego en el Bautismo del Señor, la voz del Padre nos recordará el verso 7 de este Salmo: “Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.»” Mt 3,17; al igual que en su Transfiguración (Lc 9, 35). 5.2. Salmo 16, 9-11: “Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; pues no has de abandonar mi alma al seol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás el caminó de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre.” Junto con el Salmo 30, 2-4: “Yo te ensalzo, Yahveh, porque me has levantado; no dejaste reírse de mí a mis enemigos. Yahveh, Dios mío, clamé a ti y me sanaste. Tú has sacado, Yahveh, mi alma del seol, me has recobrado de entre los que bajan a la fosa.” Cf. Os 6, 2. La resurrección del Mesías ya es anunciada tempranamente en estos salmos. El apóstol San Pedro en su discurso el día de Pentecostés dijo: “…a éste (a Jesús), pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: “… «Por eso se ha alegrado mi corazón… de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción.»… Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos.” (Hch 2, 24-32; Cf. Hch 13, 32-37; Lc 24, 46). 5.3. Salmo 22, 1-22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¡Lejos de mi salvación la voz de mis rugidos! Dios mío, de día clamo, y no respondes, también de noche, no hay silencio para mí. ¡Mas Tú eres el Santo, que moras en las laudes de Israel!... Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo, todos los que me ven de mí se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza: «Se confió a Yahveh, ¡pues que Él le libre, que le salve, puesto que le ama!» Sí, tú del vientre me sacaste, me diste confianza a los pechos de mi madre… Novillos innumerables me rodean, acósanme los toros de Basán; ávidos abren contra mí sus fauces; leones que desgarran y rugen. Como el agua me derramo, todos mis huesos se dislocan, mi corazón se vuelve como cera, se me derrite entre mis entrañas. Está seco mi paladar como una teja y mi lengua pegada a mi garganta; tú me sumes en el polvo de la muerte. Perros innumerables me rodean, una banda de malvados me acorrala, han taladrado mis manos y mis pies. Puedo contar todos mis huesos; ellos me observan y me miran, repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica...” Este Salmo es una narración exacta del suplicio de Jesús en la Cruz tal como lo narran los mismos evangelistas (Mt 27, 35-50; Mc 15, 22-37; Lc 23, 33-46, Jn 19, 16-30). Basta leer este Salmo con la narración del Evangelio y fácilmente se perciben numerosos detalles coincidentes: las burlas de los enemigos, las palabras de indiferencias “Si eres el Hijo de Dios baja de la cruz”. También se describe en el salmo el corazón que se derrite en sus entrañas, cómo al contemplarlo podían hasta contar sus huesos, el hecho de que se repartieran sus vestiduras y echaran suertes sobre su túnica, la lejanía que siente en ese momento del Padre, sus manos y sus pies taladrados, etc. ¡Cuántos detalles cumplidos en el Cordero Inmolado! El mismo Señor Jesús se apropió este Salmo estando crucificado al clamar con las mismas palabras: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” Esta indiferencia de los judíos contra el Justo Mesías también estaba profetizado en el libro de la Sabiduría 2, 12-20: “Tendamos lazos al justo, que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo de obrar, nos echa en cara faltas contra la Ley y nos culpa de faltas contra nuestra educación. Se gloría de tener el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor…. se aparta de nuestros caminos como de impurezas; proclama dichosa la suerte final de los justos y se ufana de tener a Dios por padre. Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que pasará en su tránsito. Pues si el justo es hijo de Dios, Él le asistirá y le librará de las manos de sus enemigos. Sometámosle al ultraje y al tormento para conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará.” 5.4. Salmo 31, 4-5. 9-13: “Sácame de la red que me han tendido, que tú eres mi refugio; en tus manos mi espíritu encomiendo, tú, Yahveh, me rescatas… Tenme piedad, Yahveh, que en angustias estoy. De tedio se corroen mis ojos, mi alma, mis entrañas. Pues mi vida se consume en aflicción, y en suspiros mis años; sucumbe mi vigor a la miseria, mis huesos se corroen. De todos mis opresores me he hecho el oprobio; asco soy de mis vecinos, espanto de mis familiares. Los que me ven en la calle huyen lejos de mí; dejado estoy de la memoria como un muerto, como un objeto de desecho. Escucho las calumnias de la turba, terror por todos lados, mientras se aúnan contra mí en conjura, tratando de quitarme la vida.” Este Salmo predice el grito con el que Jesús se encomienda al Padre en el último de la cruz (Lc 23, 46). 5.5. Salmo 34, 19-20: “Muchas son las desgracias del justo, pero de todas le libera Yahveh; todos sus huesos guarda, no será quebrantado ni uno solo.” Huesos sin quebrantar. Curioso detalle que nos hará notar el evangelio como una profecía cumplida en Jesús: “Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza… Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno.” Jn 19, 32-36. 5.6. Salmo 35, 11. 15-16: “Testigos falsos se levantan, sobre lo que ignoro me interrogan… Ellos se ríen de mi caída, se reúnen, sí, se reúnen contra mí; extranjeros, que yo no conozco, desgarran sin descanso; si caigo, me rodean rechinando sus dientes contra mí.” El Señor sería acusado por falsos testigos tal como lo muestra el Evangelio: “Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando un falso testimonio contra Jesús con ánimo de darle muerte, y no lo encontraron, a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos. Al fin se presentaron dos…” (Mt 26, 59-60). 5.7. Salmo 38, 10-14. 19-20: “Me traquetea el corazón, las fuerzas me abandonan, y la luz misma de mis ojos me falta. Mis amigos y compañeros se partan de mi llaga, mis allegados a distancia se quedan; y tienden lazos los que buscan mi alma, los que traman mi mal hablan de ruina, y todo el día andan urdiendo fraudes. Mas yo como un sordo soy, no oigo, como un mudo que no abre la boca; sí, soy como un hombre que no oye, ni tiene réplica en sus labios... Aumentan mis enemigos sin razón, muchos son los que sin causa me odian, los que me devuelven mal por bien y me acusan cuando yo el bien busco.” Cf. Sal 31, 12. El alejamiento de sus amigos, también se cumple fielmente (Lc 23, 49; Mc 15, 4-5; Mt 27, 55-56). 5.8. Salmo 41, 9; junto con el Salmo 55, 13-15: “Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que mi pan comía, levanta contra mí su calcañal.” “Si todavía un enemigo me ultrajara, podría soportarlo; si el que me odia se alzara contra mí, me escondería de él. ¡Pero tú, un hombre de mi rango, mi compañero, mi íntimo, con quien me unía una dulce intimidad, en la Casa de Dios!” También se profetiza la traición al Señor por uno de sus amigos, justamente uno de sus doce apóstoles, Judas Iscariote: “Todavía estaba hablando, cuando se presentó un grupo; el llamado Judas, uno de los Doce, iba el primero, y se acercó a Jesús para darle un beso. Jesús le dijo: «¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!»” (Lc 22, 47-48). Es presiso notar las palabras “el que mi pan comía”. Recordemos que en la última Cena Jesús había dicho: “«En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando.» El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?» Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.» Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto.»” (Jn 13, 21-27). 5.9. Salmo 68, 18: “Tú has subido a la altura, conduciendo cautivos, has recibido tributo de hombres, hasta los rebeldes para que Yahveh Dios tuviera una morada.” Cf. Is 52, 13. Este breve versículo anuncia la ascensión del Señor (Mc 16, 19 Cf. Lc24, 51; Hch 1, 9). San Pablo, aplicando a Jesús esta profecía comenta: “Por eso dice: «Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres.» ¿Qué quiere decir «subió» sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo.” (Ef 4, 8-10). 5.10. Salmo 69, 4. 9. 20-21: “Son más que los cabellos de mi cabeza los que sin causa me odian; más duros que mis huesos los que me hostigan sin razón. ¿Lo que yo no he robado tengo que devolver?… pues me devora el celo de tu casa, y caen sobre mí los insultos de los que te insultan… El oprobio me ha roto el corazón y desfallezco. Espero compasión, y no la hay, consoladores, y no encuentro ninguno. Veneno me han dado por comida, en mi sed me han abrevado con vinagre.” Éste, al igual que el Salmo 35, 19, nos anuncia que será aborrecido por su pueblo sin causa. Jesús recordó estas profecías como cumplidas en su persona: “El que me odia, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho (Yo) entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mí y a mi Padre. Pero es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: «Me han odiado sin motivo»” (Jn 15, 23-25). En el versículo 9 de este salmo se predice el celo que consumirá al Cristo por la Casa de Dios. El Señor cumple esta profecía cuando entra en el templo para purificarlo: “Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.» Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: «El celo por tu Casa me devorará.» (Jn 2, 14-17). Esta entrada del señor en el Templo también había sido profetizada por el profeta Malaquías: “He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahveh Sebaot. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca? Porque es él como fuego de fundidor y como lejía de lavandero.” (Mal 3, 1-2). Un detalle de la Pasión también es predicho en este salmo, versículo 21 (Cf. Sal 22, 15), la sed que sentiría en su suplicio y el vinagre con hiel que se la ofrecería. Así se cumplió literalmente: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.» Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu.” (Jn 19, 28-30. Cf. Mt 27, 34). 5.11. Salmo 72, 10-11: “Los reyes de Tarsis y las islas traerán tributo. Los reyes de Sabá y de Seba pagarán impuestos; todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones.” Todo este salmo nos habla del futuro reinado del Mesías, pero precisamente estos versículos nos anuncian un detalle que se cumplirá no solo en su reinado glorioso, sino que se cumplió inmediatamente después de nacer de María; vendrían reyes de otros pueblos a ofrecerle presentes al Mesías, salvador no solo de los judíos, sino también de los gentiles. Isaías también profetizó: “Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada. Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti… Tú entonces al verlo te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón, porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas a Yahveh.” (Is 60, 3-6). Luego el evangelista San Mateo plasmará el cumplimiento de esta profecía: “Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: « ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.»… Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.” (Mt 2, 1-2.10-11). 5.12. Salmo 78, 1-2: “Escucha mi ley, pueblo mío, tiende tu oído a las palabras de mi boca; voy a abrir mi boca en parábolas, a evocar los misterios del pasado.” El Cristo hablaría usando parábolas. En el Evangelio vemos el cumplimiento: “Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: «Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.»” (Mt 13, 34-35). 5.13. Salmo 109, 22-25: “Porque soy pobre y desdichado, y tengo dentro herido el corazón; cual sombra que declina me voy yendo, me han sacudido igual que a la langosta. Por tanto ayuno se doblan mis rodillas, falta de aceite mi carne ha enflaquecido; me he hecho el insulto de ellos, me ven y menean su cabeza.” Pensando en los momentos más duros de la pasión, estos versos nos recuerdan los gestos de indiferente soberbia de los judíos al menear la cabeza al contemplar a Jesús: “Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»” (Mt 27, 39-40. Cf. Mc 15, 29-30). 5.14. Salmo 110, 1-4: “Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies. El cetro de tu poder lo extenderá Yahveh desde Sión: ¡domina en medio de tus enemigos! Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud. Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse: «Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec.»” Este Salmo no tiene sentido si no lo aplicamos a Jesús que, después de la lucha del calvario, asciende hasta la presencia del Padre para sentarse a su derecha. Jesús se aplicó esta profecía a sí mismo en una polémica con algunos saduceos y maestros de la Ley y resaltó el título de Señor: “(Jesús) les preguntó: « ¿Cómo dicen que el Cristo es hijo de David? Porque David mismo dice en el libro de los Salmos: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies.” David, pues, le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?»” (Lc 20, 41-44). Más adelante san Pedro también aplicó este Salmo a Jesús en su discurso de Pentecostés: “Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies.»” (Hch 2, 34-35). Y luego san Pablo en la Carta a los Hebreos anota: “Y ¿a qué ángel dijo alguna vez: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies?»” (Hb 1, 13). Más adelante, en el verso 4 del Salmo se dice que el Mesías será Sacerdote Eterno según el orden de Melquisedec. También San Pablo lo aplica a Cristo en la misma Carta a los Hebreos (5, 5-6): “De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: «Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy.» Como también dice en otro lugar: «Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec.»” 5.15. Salmo118, 22. 26-27: “La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido… ¡Bendito el que viene en el nombre de Yahveh! Desde la Casa de Yahveh os bendecimos… ¡Cerrad la procesión, ramos en mano, hasta los cuernos del altar!” Esta profecía también fue anunciada por Isaías (28, 16): “Por eso, así dice el Señor Yahveh: «He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará.” Cf. 8, 14-15. Los apóstoles la ven cumplida en Jesús, Piedra de tropiezo para los que no lo aceptan, y Piedra angular y fundamental para los que creen en él: “Pues está en la Escritura: «He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido.» Para vosotros, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, «la piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido, en piedra de tropiezo y roca de escándalo.» Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra” (1 Ped 2, 6-8 Cf. Rm 9, 32-33). Jesús mismo se aplicó este Salmo a sí: Mt 21, 42. Los versículos 26 y 27 del Salmo nos recordarán la entrada de Jesús en Jerusalén y las aclamaciones del pueblo: Mt 21, 8-9. Así terminamos con las profecías mesiánicas contenidas en los Salmos de David. Para no perder de vista la línea genealógica del Mesías, hemos visto que esta descendería del Patriarca Abrahán y sus descendientes Isaac, Jacob, Judá, Jesé y David. Recordemos las palabras de Jesús en el Apocalipsis (22, 16): “Yo soy el Retoño y el descendiente de David, el Lucero radiante del alba.” 6. Los profetas después de David vienen a completar el retrato del Mesías. Especialmente Isaías, el más grande de ellos, llamado el evangelista del Antiguo Testamento, narra con gran lujo de detalles precisión y claridad la vida de Cristo. Empieza anunciando que nacerá de una Virgen o Doncella y que será llamado Emmanuel, nombre que significa “Dios con nosotros”: “Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.” (Is 7, 14). Mateo en su evangelio hablándonos de la genealogía y la concepción virginal de Jesús constata el cumplimiento de la profecía: Mt 1, 22-23. Es curioso ver como ya el profeta Isaías también percibe la naturaleza Divina del Mesías al llamarlo Emmanuel, luego también anunciará al Mesías con otros títulos que expresan su identidad: “Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz»” (Is 9, 5). Aunque los primeros seis versículos del capítulo 9 de Isaías tienen un alto matiz mesiánico, esta profecía no se ha cumplido plenamente ya que mira a la consumación del Reino universal de Cristo, sin embargo, comenzó a cumplirse desde el mismo nacimiento de Jesús en Belén. El ángel se lo recuerda a María: Lc 1, 32-33 y los pastores de la región también reciben el mismo anuncio de los ángeles: Lc 2, 10-14. Más tarde el profeta nos dice que el ungido será un “retoño” que brotará del tronco de Jesé (el padre de David. Cf. Rut 4, 22). El Mesías recibirá la unción del Espíritu de Yahveh y la plenitud de los dones del Espíritu. Se levantará como una bandera para las naciones a la que todos acudirán: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh. No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. ... Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar. Aquel día la raíz de Jesé que estará enhiesta para estandarte de pueblos, las gentes la buscarán, y su morada será gloriosa.” (Is 11, 1-10). Respecto a esta profecía cabe decir lo mismo de la anterior ya que se habla de la concreción del Reino de paz y justicia del Cristo. San Pablo la aplica a Cristo en Romanos (15, 12) y San Juan Bautista testificó de Cristo al reconocer al Espíritu Santo sobre él: Jn 1, 32-34. Luego, en el mismo libro de Isaías se nos presenta al Mesías como el Siervo de Yahveh Ungido por el Espíritu: “He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi Espíritu sobre él: dictará ley a las naciones. No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará. Lealmente hará justicia; no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho, y su instrucción atenderán las islas.” (Is 42, 1-4). Cumpliéndose en Mt 12, 17-21. Y también presenta al Ungido asociado a la Buena Nueva (Evangelio) que traería: “El Espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido…” (Is 61, 1-3). El Señor afirmó que estas profecías se cumplían en él: “Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva… » Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó…. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy.»” (Lc 4, 16-22). Isaías también anuncia el ministerio lleno de milagros del Mesías: “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo”( Is 35, 5-6. Cf. Is 29, 18-19; 42, 7). En el Evangelio, Jesús, para confirmar a San Juan Bautista en la convicción de que él era el Cristo, le presentó su ministerio de milagros y de Buena Nueva: Lc 7, 20-23. Según Isaías el Mesías será una Luz para los gentiles: “Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.” (Is 49, 6; 60, 1-4; 42, 6). Y en el Nuevo Testamento conocemos su cumplimiento por boca del piadoso Simeón: Lc 2, 25-32. Luego Jesús dirá: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn 8, 12; 9, 5; 12, 46). También el ministerio público de Jesús en Galilea fue predicho por el profeta (Is 9, 1-2). Mateo nos informa de su cumplimiento: Mt 4, 13-16. Y por último las profecías del Siervo sufriente nos presentan los padecimientos y humillaciones del Mesías, como un cordero que sin protestar es llevado al matadero: “Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Pues que Yahveh habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado.” (Is 50, 6-7). En este texto contemplamos las burlas, azotes y hasta los esputos en su rostro tal como lo narra el Evangelio: Mt 27, 28-31. En el capítulo 53 muchos detalles de la pasión de Cristo se manifiestan: cómo enmudece ante sus detractores, herido, molido, escupido, ejecutado entre pecadores (ver Lc 22, 37), cargando sobre sí el pecado de los inicuos, intercediendo por sus enemigos, rechazado por su propio pueblo y por último sepultado como un rico: “He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así como se asombraron de él muchos (pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana) otro tanto se admirarán muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó verán, y lo que nunca oyeron reconocerán. ¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló? Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes.” (Is 52, 13-53, 12). Este poema del Siervo de Yahvéh es cumplido plenamente en Cristo. Basta leer los pasajes de los Evangelios referentes a la Pasión del Señor: Mt 27, 24-61; Mc 15, 16-47; Lc 23, 18-56; Jn 1-42. 7. Jeremías ratifica que Cristo nacerá de la casa y estirpe real de David y lo identifica con el nombre de “Yahvéh nuestra Justicia” o “Yahvéh Nuestro Justo”: “Mirad que días vienen -oráculo de Yahveh- en que suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días estará a salvo Judá, e Israel vivirá en seguro. Y este es el nombre con que te llamarán: «Yahveh, justicia nuestra.»” (Jr 23, 5-6). También predice la matanza de los inocentes que ocurrirá en Belén ante el nacimiento del Mesías: “Así dice Yahveh: En Ramá se escuchan ayes, lloro amarguísimo. Raquel que llora por sus hijos, que rehúsa consolarse - por sus hijos - porque no existen.” (Jr 31, 15). Encontramos su cumplimiento en Mt 2, 16-18. Además predice la Nueva Alianza de Cristo con sus principales caracteres en oposición a la Antigua: “He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos - oráculo de Yahveh -. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días - oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande - oráculo de Yahveh - cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme.” (Jr 31, 31-34). Más tarde Jesús dirá: “Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.” (Lc 22, 20). Alianza que será sellada con la Sangre de su sacrificio en la cruz. San Pablo nos muestra este anuncio cumplido en Jesucristo: “Mas ahora ha obtenido él un ministerio tanto mejor cuanto es Mediador de una mejor Alianza, como fundada en promesas mejores. Pues si aquella primera fuera irreprochable, no habría lugar para una segunda. Porque les dice en tono de reproche: «He aquí que días vienen, dice el Señor, y concertaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva Alianza…» Al decir «nueva», declaró anticuada la primera; y lo anticuado y viejo está a punto de cesar.” (Hb 8, 6-13). 8. Daniel fija el tiempo de la venida del Ungido Redentor y anuncia los acontecimientos que le acompañarán: “Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para poner fin a la rebeldía, para sellar los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para sellar visión y profecía, para ungir el santo de los santos. «Entiende y comprende: Desde el instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías, siete semanas y sesenta y dos semanas, plaza y foso serán reconstruidos, pero en la angustia de los tiempos. Y después de las sesenta y dos semanas un Mesías será suprimido, y no habrá para él... y destruirá la ciudad y el santuario el pueblo de un príncipe que vendrá. Su fin será en un cataclismo y, hasta el final, la guerra y los desastres decretados. El concertará con muchos una firme alianza una semana; y en media semana hará cesar el sacrificio y la oblación, y en el ala del Templo estará la abominación de la desolación, hasta que la ruina decretada se derrame sobre el desolador.»” (Dn 9, 24-27). Para la interpretación de la profecía de las 70 semanas se admite generalmente que las semanas de Daniel son semanas de años y forman un total de 490 años (70 x 7 = 490) repartidos en tres series: 1º) 7 semanas de años desde la orden de reedificar Jerusalén hasta un caudillo ungido. 2º) 62 semanas de años en las cuales serán reedificadas plaza y foso en tiempos angustiosos, y después de las 62 semanas será muerto el Ungido inocente que es Cristo y la ciudad y el santuario serán destruidos por la invasión de los romanos con el general Tito a la cabeza. 3º) Luego nos quedaría una semana que sería el tiempo restante del cumplimiento de la profecía después de la crucifixión del Mesías. Acerca de las fechas a fijar en esta profecía no hay unanimidad entre los biblistas ni sobre el punto de partida ni sobre el punto de término. De todos modos hay que reconocer que este pasaje de Daniel tiene un alcance mesiánico. En el verso 24 se habla de poner fin al pecado y la prevaricación, de expiar la iniquidad y de traer una justicia eterna, lo cual solo tendría cumplimiento en el Reino del Cristo. No se puede dejar de notar el versículo 26 en el que se habla de la ejecución del Ungido inocente. Tampoco se puede negar el cumplimiento de los acontecimientos históricos que sucedieron a la ejecución del Mesías como la toma de Jerusalén por los romanos. Aunque esta profecía tuvo un primer cumplimiento en los tiempos de los Macabeos también tiene su cumplimiento definitivo en nuestra era. Jesús se refirió a ella como cumpliéndose en su tiempo: Mt 24, 15. 9. Miqueas señala con toda exactitud el lugar del nacimiento del Salvador: “Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño.” (Miq 5, 1). Cumpliéndose plenamente: Mt 2, 1. Esta profecía era conocida y esperada con expectación por los sacerdotes y escribas de pueblo judío: Mt 2, 3-6. 10. Como un detalle curioso, el profeta Zacarías predice el precio de la traición de Judas Iscariote al Salvador, 30 piezas de plata: “Yo les dije: «Si os parece bien, dadme mi jornal; sino, dejadlo.» Ellos pesaron mi jornal: treinta siclos de plata.” (Zac 11, 12). Su cumplimiento en Mt 27, 3-10. Luego Zacarías profetiza la lanzada del costado de Cristo en la cruz: “…y mirarán hacia mí. En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito.” (Zac 12, 10). El Evangelio lo narrará: “Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura… «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 33-37). 11. Para terminar, Malaquías, con el que se cierran los profetas del Antiguo Testamento predijo la visita de Cristo al templo, para purificarlo. Anuncia además al Precursor (el Bautista) enviado para preparar el camino al Señor: “He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahveh Sebaot. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca? Porque es él como fuego de fundidor y como lejía de lavandero. Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata; y serán para Yahveh los que presentan la oblación en justicia.” (Mal 3, 1-3). En el Evangelio vemos el cumplimiento de esta profecía, El precursor: Mt 11, 10. Y la purificación del Templo por Jesús: Jn 2, 13-16. “Yo (Yahvéh) anuncié desde hace tiempo las cosas pasadas, salieron de mi boca y las di a conocer; de pronto, las hice y se cumplieron. Yo sabía que tú eres obstinado, que es tu cerviz una barra de hierro y tu frente de bronce. Por eso te anuncié las cosas hace tiempo y antes que ocurrieran te las di a conocer… Tú has oído todo esto, ¿no vas a admitirlo?” Isaías 48, 3-6. Conclusiones: Después de haber conocido las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento y ver su cumplimiento en el Nuevo, en la Persona de Jesús, no podemos hacer otra cosa que dar gloria a Dios y convencernos de que la Providencia Divina es capaz de hacer todo esto y aún más. Tal vez muchos, ante el cumplimiento evidente de las profecías, decidan aferrarse y encerrarse más en su escepticismo para no dar fe a ellas, pero tendrán que luchar más contra su propia conciencia que contra el mismo Dios. Tantas profecías no pueden cumplirse tan exactamente en una persona por mera casualidad. Muchos hasta dirán que Jesús, conocedor de las Escrituras, provocó que estas profecías se cumplieran en él. Esto es un absurdo infantil. Jesús, si hubiera sido un mero hombre engañador, tal vez hubiera podido provocar que lo crucificaran pero nunca hubiera podido elegir el lugar de su nacimiento, ni el tiempo, ni la descendencia davídica, ni su nacimiento virginal, ni que le traspasaran el costado después de muerto, ni que echaran suertes sobre su túnica, ni que le pagaran al traidor treinta piezas de plata, ni que le escupiera y golpearan, que lo hubieran crucificado entre ladrones, y otros tantos detalles. Además de que toda la fe cristiana descansa en la resurrección, la más ciertamente cumplida de todas las profecías. Ante todas las evidencias de las profecías cumplidas acerca de Jesús el Cristo solo podemos asentir con San Pablo que al llegar la plenitud de los tiempos prefijados por Dios, el Padre envió a su Hijo para salvarnos conforme a su Buena Noticia, el Evangelio que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro (Cf. Gál 4, 4; Rm 1, 1-4). A Él la Gloria. Bibliografía: 1. Biblia de Jerusalén. 1976. 2. Sagrada Biblia. Nácar-Colunga. Biblioteca de Autores Cristianos. 1969. 3. La Biblia Latinoamericana. Edición revisada 1995. 4. Compendio de Apología del Cristianismo: Dogma y Razón. Mons. José Ballerini. 1922. 5. ¿Conoces a Cristo? Rafael Gómez Pérez S.J. Buena Prensa A.C. 1984. 6. Evidencia que exige un Veredicto. Josh McDowell. Editorial Vida 1999. Escrito el martes 20 de febrero de 2009.
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AutorRubén de la Trinidad, misionero paúl (Congregación de la Misión), cubano. Estudiante de Teología. ArchivosCategorías
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