Érase una vez un globo azul, tocado por la chispa de la vida, encendido en el sueño apasionado de todo un Dios que se derrama. Fue el remate de su “donación” el hombre entero. Ni el buen salvaje de Rousseau atisbarlo pudo, en su feliz alumbramiento. Vinieron luego la caída, el desengaño y un germen caótico a envenenar aquel sueño. La historia que sigue es nuestra historia: el clamor por un castigo, la fuga de nuestro cielo.
En esta pequeña cuartilla no perderé palabras exponiendo soluciones a problemas tan gastados como un chicle-cliché viejo y desabrido, pero mil veces mascado. Sin dudas, estas palabras pesan más de lo que puede soportar esta hoja suelta. A saber: casa común, porque la contaminación cada día enrarece más nuestros parques y pulmones; y misericordia, porque hace directa alusión a la miseria, y de ella estamos hartos. Aunque a veces prefiramos esconderla, la pobreza late en los barrios apestados, en la chusma segregada, en las calles donde atracan a la gente y en las plazas donde niños harapientos, llenas de mocos sus caras, heridos de hambre, indigentes, limpian tus botas. Pero también late esta déspota señora (la pobreza) en las almas carcomidas y en los corazones férreos, “ostrificados”[1], herméticos. Sí, muchos somos los que andamos “paticojos” por la historia, a bordo de estos dos tercios de La Española, donde la legua de Cervantes se sazona con los ritmos del merengue y la bachata. Y cuando digo paticojos, entiéndanse los sufridos, incompletos de poder en sus bolsillos, incapaces redentores de su casta devaluada, porque casi son inválidos el sudor de los obreros y la lucha sub-mundana. La ciudad se nos hunde por las periferias, donde no quieren ir los turistas… Este es, solo en parte, el panorama. Pero, más allá de esta urbe, toda la tierra clama con gemidos indecibles. Si el hombre es la cumbre de la Creación, ¿por qué no pensar que el corazón del cosmos es este globo azul? Sí, bien vale hacer notar el centro de nuestro universo, y situar en él nuestro problema. La casa común se nos marchita, el corazón del cosmos se nos muere, porque está enfermo de “hombre”: ese parásito que olvidó y equivocó su misión en este mundo. Helo aquí: sanguijuela inteligente, garrapata tecnológica, lobo de sí mismo. La mano de los pobres se levanta y con su índice fiscal le señala y delata la ambición de su mercado, la tecnocracia del consumo y su dinero. No hay soluciones hechas, no hay esperanzas gratuitas. Hay una muchedumbre de pobres que no salen de su cieno. Y un grupo menos ocupado que reflexiona sobre ellos. ¡Basta! NOTAS: [1] Ostrificados: Cerrados como las ostras. (Fecha: 2016)
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Desde el instante en que somos bautizados, una profunda transformación tiene lugar en nuestra humanidad: empezamos a participar de la naturaleza divina. Sí, como lo estás leyendo, tu espíritu comienza a tener una comunicación con Dios que debe ir “empujándote” a una divinización y elevación de tu alma. La Trinidad Bienaventurada ha hecho su morada dentro de ti. Si tienes “espabilados” los sentidos interiores, irás reconociendo paulatinamente su obra santificante, que hace vibrar cada una de tus fibras, irradiando el esplendor de Cristo, ¡la gloria de todo un Dios “en acción”!
Así pues, te encuentras en condiciones de comenzar a tener actitudes distintas frente a la vida, el mundo que te rodea y, sobre todo, frente a las relaciones interpersonales (la interacción con tu prójimo). Si revisamos el modo que tenemos de relacionarnos con los demás, descubriremos que muchas veces actuamos desde una “pobreza de libertad”. Sí, a veces, obramos a merced de las emociones, las pasiones, la ira, el impulso irracional, o la inercia social, que coartan la libre determinación que debemos tener sobre nuestro propio comportamiento. ¿Por qué no hacer un alto y empezar a pensar antes de actuar? Sucede que nos desenvolvemos en una dinámica de “acción-reacción” y nunca nos da tiempo hacer un alto antes de actuar. O cuando hacemos un stop ya es demasiado tarde. Si me ofenden, ofendo; si me saludan, saludo; si me ayudan, ayudo; pero si me ignoran, ignoro; “a una, otra”. “Ojo por ojo y diente por diente” y ensuciamos la vida con cálculos bajos. Hemos automatizado la venganza inmediata o a largo plazo en nuestro sistema de relaciones. ¿Cuál es el resultado? Nos hallamos actuando constantemente bajo la acción del otro. Nos volvemos efecto de los demás y nunca causa de nosotros mismos. Perdemos la autonomía emocional. Nuestra mirada no alcanza más allá del horizonte de los “irracionales” y nos sometemos a su nivel, sin caer en la cuenta de que estamos actuando como títeres del “oponente”. Al final, nos sentimos vacíos y utilizados, sin saciar nunca del todo nuestra rabia vengativa. Y bajo la bandera de “el que me la hace me la paga”, convierto mi vida, que está llamada a la plenitud y a la felicidad, en un campo de batalla. La solución está en aprender a percibir con una “intuición divina”. Tenemos que aprender a ver las cosas como las ve Dios. Hemos de incorporar lo antes posible en nuestra vida “la mirada de Dios”. ¿Te suena un poco iluso o presuntuoso eso de ver como ve Dios? En seguida te explico. Los seres humanos estamos enfermos de una cierta “negatividad”. Es muy fácil para cualquiera pensar siempre mal del otro. Es común que hagamos prejuicios infundados y tildemos con cien oprobios a cualquiera que nos defraude. Es más fácil para nosotros criticar que alabar. Mas esta dinámica es tóxica. El prejuicio nos hace vivir en una constante desconfianza y pesimismo que se posicionan como torturadores psicológicos de nuestra cotidianidad. Además, por el hecho de ser seres limitados, aunque libres, nos sofocamos constantemente bajo dos velos: el tiempo y el espacio (1). Es por esto que solo podemos contar con el “aquí” (espacio) y el “ahora” (tiempo). Nunca podremos hacer un juicio perfecto sobre la otra persona, pues todos vivimos bajo la limitación de estos dos velos. Para Dios, sin embargo, nada de esto es un problema. Dios no es “sofocado” por ninguno de estos velos. De Él dice la Biblia que es el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, eterno presente.2 Frente a su mirada, el pasado, el presente y el futuro se hallan a la vez. Cada partícula o rincón de este universo están presentes a su mirada y conocimiento de forma perfecta y al unísono. Sin dudas, Dios mira “a lo Dios”, de manera total y completa. La mirada del hombre, en cambio, es parcial, limitada, imperfecta. Dios nunca hace prejuicios porque siempre tiene ante Sí la totalidad de los datos. El hombre falla muy a menudo y mucho más cuando juzga invadido por las emociones, pasiones o con el “automático reactivo” encendido. Pero el resultado final de ambas miradas es lo más importante en este momento: la mirada de Dios siempre lleva a la integración armónica, la mirada del hombre conduce a una dinámica reactiva y tóxica. Estamos enfermos de “la vista”(3). Entonces, ¿cómo es que podemos apropiarnos de la mirada de Dios si somos meros mortales? Pues bien, no se trata de robarle la omnisciencia a Dios, ni su omnipresencia, no. Se trata de una actitud de vida. Mejor aún, de una actitud de “relación”. Intentemos explicarlo. ¿Te has imaginado alguna vez cómo es que nos ve Dios desde el cielo? ¿Has pensado que cada ser humano representa una ínfima partícula en todo el universo? No obstante, Dios es capaz de ver tus motivaciones y sentimientos más ocultos y hasta desconocidos por ti. La idea de cómo conoce y ve Dios genera mucha serenidad, pues Él nunca se desespera por conocer. Entonces, ¿se rebajaría al nivel de las simples criaturas a la hora de relacionarse con ellas? Por supuesto que no, Dios siempre actuará como Dios, lo contrario sería desnaturalizarse. Te pongo un ejemplo: Vas por la calle muy contento y de repente te ladra insistente e impertinentemente un perro. Continúas tu camino, pero el animal sigue fastidiándote. ¿En algún momento se te ocurriría agacharte y ponerte a ladrarle al perro? Claro que no, sería desnaturalizarte. Sería como hacer un cambio sustancial en tu persona por una errada percepción, o sea, por una manera equivocada de mirar las cosas. Si vieras al perro como si fuera verdaderamente un “enemigo” y te enfadaras con él, terminarías no solo ladrándole, sino hasta mordiéndolo con tal de defender tu dignidad. Sin embargo, nunca ha pasado por la “mente” del perro ofenderte o lastimar tu dignidad. De hecho, el animal no conoce ninguno de estos conceptos. Por el contrario, la actitud normal para cuando un perro te ladra es seguir de largo y no hacerle mucho caso, a no ser que intente morderte. Es a esta actitud a la que me refiero cuando te hablo de la mirada de Dios. Él no padece de ira porque alguno de nosotros le ofenda, o mejor dicho, le intente ofender. Ama a todos lo hombres en general, sabiendo que hay buenos y no tan buenos, santos y no tan santos. La mirada de Dios sobre nosotros es siempre de misericordia, pues conoce de qué estamos hechos, que somos limitados y testarudos. Pero siempre en su mirada hay ternura. Como si hiciese llover sobre justos y pecadores una mezcla de compasión y tolerancia para empapar nuestra “reactividad irracional”. Como si un padre abrazara a dos de sus chiquillos que se pelean a puñetazos. Así es como te mira Dios cuando, “inmerso” en tu reactividad, no atinas a ver más que aliados contra enemigos, puros contra pecadores, buenos contra malos. El secreto está en responder desde una actitud “proactiva” (4), o sea, inteligente y equilibrada. Comienza a ejercitar la mirada de Dios y atrévete a repetir de corazón las palabras del divino Maestro: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Mt 23,34). La mirada de Dios es una herramienta que espera ser asumida por ti para regalarte una nueva concepción del universo. Cuando te traten con dureza, ira, violencia, burla, u otro tipo de agresión, recuerda que la primera víctima no eres tú, que pudieras sentirte agredido, sino el agresor que sufre de cierto estado de “irracionalidad” y es esclavo de un profundo tormento subjetivo. El agresor solo da de lo que abunda en su interior. Si su comportamiento es tormentoso y tóxico es porque está transparentando la tormenta y toxicidad que lo habita. Estos son dignos de lástima. Por eso debes contemplarlos con misericordia, paciencia y una sincera intención de redimirlos de ese estado tan lamentable. Tienes que mirar como mira Jesús (5). Pregúntate: ¿cómo lo vería Dios?, ¿cómo lo contemplaría desde su altura? Y aunque no alcances a conocer perfectamente como le es propio a Dios, caerás en la cuenta de que Él conoce el final de la historia y su Providencia siempre actúa convenientemente. Asume esta actitud divina, te llevará a una serenidad de vida. Pacificará tus relaciones con el bálsamo de la tolerancia y la compasión. En el bautismo has sido regenerado y elevado a una participación con la esencia divina.6 Otros no pueden amar “a lo Dios”, pero tú sí. Otros no pueden perdonar “a lo Dios”, pero tú sí. Otros no pueden contemplar las cosas, las personas y los acontecimientos como los contempla Dios, pero tú sí. Pues has conocido que por tu unión con Cristo no eres tú quien hace las cosas. Es Dios quien ama en ti, quien perdona en ti, quien contempla en ti. ¡Qué descanso tan placentero y seguro en la Providencia divina! Se trata de reconocer la altura de tu dignidad de hijo de Dios, sin sucumbir a la tentación de reaccionar como si no lo fueras. Recuerda, cuando vuelvan a “ladrarte” o agredirte, no te desnaturalices ni te resbales al nivel reactivo. Esas almas “agresivas” están clamando por que alguien las abrace con misericordia; por que tú las pacifiques con tu perdón gratuito e incondicional. El mundo se ve mucho más bonito cuando lo miras con los lentes de Dios. Inténtalo. NOTAS: 1 Cuando queremos que se apure el tiempo es cuando más parece retarnos; si queremos saber lo que sucederá mañana, no podemos. A veces cargamos con el pasado como con un bloque insoportable y condenatorio que nos limita y nos impide levantar la frente. Por otro lado, nunca podemos estar en más de un sitio a la vez, aún cuando navegamos en la red. Estamos obligados a esperar un “tiempo” para llegar de un sitio a otro. Se hace casi insoportable cuando esperamos que llegue el bus y nunca llega, o cuando nos quedamos atascados en un embotellamiento. 2 Cf. Isaías 41, 4; 44, 6; Apocalipsis 1, 8. 17; 2, 8. 3 Cf. Mateo 6, 22-23. 4 Entiéndase lo contrario de “reactiva”, que es automática e irracional. 5 Cf. Lucas 10, 33; 15, 20. 6 Cf. 2 Pedro 1, 4. (Fecha: marzo de 2015) Hablamos de "tres principios" en nuestra fraternidad. Estos son: Caridad, Verdad y Mística. En la "caridad" entendemos la praxis adecuada de la vida cristiana, implicando nuestra vida moral. Este principio se pone de manifiesto mediante la guarda de los mandamientos, las bienaventuranzas, la Ley de Cristo, etc. En resumen, sería vivir a plenitud la Nueva Alianza establecida por Cristo, resumida en el "doble mandamiento del amor". Ejercitamos este principio impregnando de caridad toda nuestra cotidianidad. Hablamos de la "verdad" refiriéndonos al mensaje, la Palabra o Evangelio traído por el Verbo encarnado. Una verdad que es recibida, guardada y entregada con fidelidad. Este principio implica, pues, el estudio constante y permanente de la doctrina cristiana, la enseñanza recomendada por la Iglesia. Y no solamente el estudio de las verdades de la fe, sino todo aquello que sea útil para la vida del hombre, lo saludable, lo bueno, lo excelente. Formación doctrinal y humana permanente. Más que una acción, debe entenderse como una actitud: vivir en la verdad, amarla, buscarla, conservarla y proclamarla; en fin: se trata de impregnar el mundo con la verdad divina que ilumina cada aspecto y ámbito de la vida humana. La "mística" nos lleva a la vida de contemplación y oración. La participación y celebración de la liturgia. El hombre de oración, el mísitico, hace de toda su vida una liturgia, un culto agradable a Dios. Esto lo concretamos partiendo ante todo de la Liturgia de las Horas. La Misa diaria, el rezo del Santo Rosario, el ejercicio del Viacrucis, etc., son medios por los cuales el alma del creyente se va uniendo cada vez más a Dios, va alcanzando así su santificación y mayor perfección. El místico impregnar de espiritualidad este siglo en lo posible. Los tres principios explicados Estos tres principios que se yerguen como una bandera en la Hermandad son como las líneas conductoras o las notas que deben distinguir y sazonar la vida de cada miembro de la fraternidad. Si los pilares (catecumenado, comunidad, eucaristía y oración común) van dirigidos más propiamente al aspecto grupal o comunitario, al funcionamiento y los espacios en los que se desarrolla la hermandad; estos principios o notas distintivas y enfáticas van más dirigidas al individuo, a cada uno de los miembros de la Fraternidad. Esto no significa que no vaya orientado a la generalidad del grupo, todo lo contrario, sino que desde una vivencia personal de estos principios, el grupo se va informando del espíritu y carisma de la Hermandad, de su proyecto y misión dentro de la Iglesia y la sociedad. ¿Cómo se viven estos principios y qué significan? Caridad La Caridad, no es solo que nos dediquemos a las obras de caridad, no. Va más allá y engloba a toda la vida activa de la fraternidad. Los miembros de la Hermandad intentarán vivir en un estado de Caridad, ya que es en este estado como se vive en la Nueva Ley de Cristo. Contra el amor no hay ley, pues el amor es la nueva ley y la esencia misma del Evangelio. Dios es Amor (Caridad) y vivir en el amor, en un estado de caridad es participar de la esencia, la vida y el obrar mismo de Dios. Es por esto que no podemos quedarnos en una mediocridad de la acción, ni reducir la práctica de la caridad a unos actos eventuales. El amor debe ser afectivo y efectivo, misericordia creadora, patente y sin doblez o fingimiento, o sea, com-pasión. Verdad La Verdad se refiere a todo lo que debemos saber y enseñar para el bien y la salvación de todos y cada uno. Vivir en la Verdad no solo significa profesar simplonamente un Credo ortodoxo y bien articulado. Vivir en la Verdad significa ser fiel y consecuente con la realidad de las cosas. No basta con “adecuar la mente a la realidad”, sino que se hace necesario adecuar toda nuestra existencia a una Palabra salvadora, a un mensaje que demanda una actitud, a una Persona: Jesucristo es la Verdad (Jn 14,6). La Verdad es la Luz increada con la que se puede contemplar sin estorbo de sombras la realidad de cada cosa. Es la claridad de la mente de Cristo, que se adquiere por la gracia, en el terreno bien labrado del esfuerzo personal e intelectual. Implica mucho más que el estudio y la investigación; implica recibir humildemente, asumir valientemente, guardar celosamente y transmitir con ardor y prudencia el Misterio Revelado que se hace Palabra salvadora. Mística La Mística vendría a ser el vivir los dos principios anteriores (Caridad y Verdad) en la presencia de Dios, en espíritu contemplativo. No se trata de éxtasis frecuentes y extravagantes, sino en hacer siempre la voluntad de Dios y descansar confiadamente en su divina Providencia. Es vivir con unción, que es lo mismo que vivir habitado por el Espíritu. De ahí que solo los que cultiven una “espiritualidad” tendrán la capacidad de salir ilesos de los embates de este mundo, cada vez más incrédulo y secularizado, solo los verdaderos místicos no naufragarán. Se refiere también a toda la vida en el Espíritu, la dimensión espiritual del individuo. El místico busca y suspira por la unión con Dios y sabe que todo adelanto en la vida del espíritu le viene por gracia. La mística se refiera a la vida de contemplación, no desprendido de este mundo ni desencarnado, sino bien aterrizado, con los pies bien puestos en el suelo, pero habiendo hecho cautivo su propio corazón en el mismo corazón de Dios. Es por esto que, lejos de pensar que vivir la mística cristiana nos lleva a un alejamiento de las demandas de este mundo, podemos decir con toda verdad que el místico ve con los ojos de Dios la realidad de este mundo para obrar en toda ocasión como corresponde. Mientras que por el contrario, el que no es místico, puede hacer muchas cosas y esforzarse en mucha actividad, pero andará como a tientas, en la oscuridad del activismo vacío (vano), pues no atina al verdadero sentido y discernimiento según Dios y no sabrá dar respuestas adecuadas, ni comprender la historia en clave salvadora, ni divisar los signos de los tiempos. “Omnia vincit amor” (todo lo vence el amor), afirma Virgilio, “et nos cedamus amori” (cedamos también nosotros al amor). No sin razón la mayoría de las culturas ven en este sentimiento universal el más sublime de todos. El más puro y supremo de los sentimientos, que en la fe cristiana ha sido identificado con la mismísima esencia de Dios (1), debería ser objeto de nuestra atención al menos por un momento. Comencemos por distinguir un poco qué es el amor.
La Santa Biblia coloca el amor como corona de las demás virtudes y carismas humanos y llega a decir: “Es fuerte como la muerte el amor, es implacable como el Seol la pasión. Son sus saetas como de fuego, llamarada de Yahvé. No pueden los torrentes apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera su patrimonio a cambio del amor, solo hallaría el desprecio.” (Cantares 8, 6-7). El mejor lugar para releer el pasaje paulino más excelente dedicado al amor sería ante una imagen de Jesús Crucificado (2). Abre tu Biblia en el capítulo 13 de la 1ª Carta de san Pablo a los Corintios (1 Cor 13)(3) y lee sin prisas este texto maravilloso. Sumérgete en él, déjate impregnar por su luz. Un eco siempre queda en mí de este pasaje, “el amor nunca acaba”. (4) Deberíamos aprender a tener al amor como un buen aliado en nuestra vida. Deberíamos pegarnos a él como al mejor de los maestros. Dijo san Agustín “ama y haz lo que quieras”, y ha habido muchos, sin embargo, que en nombre del amor han abusado de él libertinamente para terminar negándolo en sus obras. ¿Qué es pues el amor? Es la virtud por excelencia del Cristianismo. El amor es la fuente de nuestro “descanso sereno”, pues el descanso (o abandono en las manos del Providente) solo se da cuando hay confianza y el amor es precisamente la base natural de la confianza. (5) Podemos resumir el proyecto de felicidad que Dios quiere para la humanidad (su Reino) en una sola palabra: AMOR. Y esto es sencillamente -y lo repito- porque el amor es la esencia de Dios. Imaginemos, aunque sea un atrevimiento de la imaginación, la vida íntima de nuestro Dios, la Trinidad Santísima. Toda ella es como una serena danza de íntima relación y donación recíproca. Cada una de las Tres Divinas Personas “comunica” a la otra todo lo que es ella en sí misma sin disolverse, vaciarse o atenuar su intensidad. Esta comunicación en el interior de Dios no admite nada más que amor, y como en Dios no hay mezclas ni compuestos, entonces esta relación íntima en la Divinidad viene a ser la comunión de su propia esencia. Así es, no es una frase meramente romántica el decir que Dios es amor. Si el amor es el idioma de la Trinidad, cómo no aprenderlo y comenzar a “hablarlo” ya. Si echamos un vistazo sincero a nuestras relaciones interpersonales caeremos en la cuenta de que muchos de nuestros problemas han sido causados precisamente por no “hablar” bien el idioma del amor. Existen tres palabras para nombrar lo que se entiende por amor: “eros”, “philia” y “ágape”. Estos tres conceptos son como niveles o aspectos de una misma realidad. El “eros” es el amor propiamente natural, enraizado en la naturaleza del hombre. Está anclado al nivel más sensible y responde a nuestro sustrato biológico y fisiológico. Es por ello que el “eros” es muy sensual (se sirve de los sentidos) y si no está bien orientado por la razón y las virtudes, puede quedarse en el nivel de lo irracional. El “eros” intenta lanzarnos al éxtasis y se deja afectar fácilmente por las pasiones. Ya que tiende a una gratificación propia, el “eros”, aunque tenga su origen en la bondad del Creador, ha sido herido junto con toda la realidad humana por la concupiscencia (6). Puede elevarse a “ágape” mediante un camino de purificación, no ya buscando su propia satisfacción de manera egoísta, sino exaltándose en un acto de libre donación. Cuando hablamos de “philia” entendemos el amor de la amistad. Por ejemplo, cuando en el Evangelio se habla de la amistad entre Jesús y sus discípulos. Finalmente tenemos el “ágape”, el más perfecto de los amores. Es el propio de Dios, que se vuelca y entrega buscando la felicidad y “plenificación” de todas sus criaturas. Encuentra su realización en la constante donación de sí mismo para satisfacción del otro. El “ágape” también tiene éxtasis, no en el mismo sentido que el “eros”, sino en su potencialidad de salir de sí, de romper el frío enclaustramiento del “ego” que se mira al ombligo, para saltar a un éxodo jubiloso. El amor es amigo de la eternidad, de lo definitivo, es por ello que el verdadero amor no muere como cualquier otro sentimiento. Es un arroyo que nunca se seca porque tiene su fuente perenne en Dios. El verdadero “ágape” es un pedazo del cielo que se esconde en el corazón de cada uno de nosotros. Este amor ha sido el móvil de las obras divinas: Por amor Dios nos creó, para manifestar en nosotros la felicidad que habita naturalmente en Sí mismo. Por amor vino Jesús a salvarnos de toda la iniquidad y finalmente hacernos partícipes de su divinidad. Por amor el Espíritu Santo conserva toda la creación, mueve el universo a su fin feliz, custodia la Iglesia y empapa con su consuelo el alma de los creyentes. Como diría san Pablo, “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5, 5). ¿Qué nos queda por hacer con este amor que se nos da libremente y está al alcance de nuestra voluntad? ¿Qué podemos hacer con la más grande de las fuerzas que mueven el universo? -“Et nos cedamus amori”, cedamos nosotros a él. Tu vida puede empezar a llenarse de toda bendición inmediatamente si usas esa virtud-fuerza escondida en el cofre de tu corazón. El amor puede cambiar un paisaje lúgubre por un colorido banquete; amando podrás cambiar tu vieja taza de vinagre con hiel por un fresco manantial de “leche y miel”. ¿Por qué esperar más? De hecho los mandamientos en esto se resumen: en amar (7). Beneficiarse del poder sanador del amor implica una ejercitación de esta virtud teologal (8) . El amor contiene una energía reconciliadora que logra integrar tu vida totalmente: Con Dios. Si siempre amas te reconciliarás primero con Dios. Así destruirás toda obstrucción a la libertad espiritual que necesitas. El Espíritu fluirá en ti dinámicamente reconfigurando la imagen de tu verdadero “yo”. Esta es la base de la “regeneración” pues reconciliarse con Dios es hallarle como PADRE. Contigo mismo. La autoconsciencia de ser configurado con la imagen de Cristo (9), esto es, de ser hijo en el Hijo, necesariamente te llevará a un amor propio no egoísta, pero imprescindible. Quien no sepa amarse a sí mismo nunca podrá amar a nadie. Con los otros. El dinamismo del amor nunca se estanca en la soledad del ego, sino que se expande, se difunde. Mientras más profunda sea la experiencia del amor, más intenso será su estallido hacia el prójimo. Que el círculo de tu reconciliación con los hombres nunca sea cerco que delimite, sino abrazo incluyente. Con el universo. Finalmente todo el “cosmos” con su historia y sucesos, tu contexto de vida, tu historia personal, la naturaleza y la vida, aunque estén laceradas también por la huella del mal y el desorden, esperan por una mirada de misericordia (Romanos 8, 22). Tu ejemplo está en tu Dios, que amando a todos sin discriminación se entregó igualmente por todos para su salvación (Juan 3, 16- 17). El amor es el principio más cierto de la Libertad, comienza desde ya a construir tu liberación. Haz clic aquí para editar. NOTAS 1 “Dios es amor” (1 Juan 4, 8). 2 Juan 15, 13. 3 En muchas traducciones en vez de transcribir la palabra “amor” vierten “caridad”. Significan lo mismo. 4 Vers. 8. 5 El creyente que ama verdaderamente a Dios no puede dejar de confiar en Él. Este “confiar” provoca un relajamiento sereno y saludable (abandono) frente a Su perfecta Providencia. 6 La mala inclinación del hombre causada por el “pecado original”, la primera desobediencia del género humano a la voluntad del Buen Dios. 7 Cf. Mateo 22, 34-40; Juan 13, 34-35. 8 Hay tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor (1 Corintios 13, 13). 9 Cf. Efesios 1, 4-14; Colosenses 1, 20. Esta bandera propuesta para ser enseña de nuestro municipio de Quivicán, Provincia Mayabeque, intenta recoger simbólicamente aspectos esenciales de nuestra tierra. Nuestra bandera está conformada por tres franjas: una azul, una amarilla y otra roja; sobre las que se destaca en una posición central, un blasón o especie de escudo, que explicaremos a continuación. Haciendo una lectura ascendente, primero vemos una franja roja. Es una evocación de nuestro suelo, lo más distintivo de nuestro municipio, su tierra roja. El nombre mismo de Quivicán, según sugieren algunos estudios lingüísticos, puede venir de vocablos aborígenes con la significación de “laja roja” o “tierra roja”. Es por ello conveniente encontrar esta franja roja justo en la base o fundamento de la bandera, así como es la tierra la base de nuestra economía. También, como es clásico, puede verse en este color la sangre derramada por nuestros mártires. Sobre esta franja roja, encontramos una franja amarilla, que es lo mismo que el color dorado en la antigua heráldica. Acá significa la riqueza que brota de nuestra tierra. No solo de las riquezas salidas de nuestros campos, sino también nuestra gente, todos los quivicaneros, la verdadera riqueza. Esta franja es una invitación: de la tierra bien labrada (franja roja) brotará la riqueza (dorada). La franja superior es de color azul y siempre representa nuestro cielo. Puesto en lo más alto de la bandera, quiere recordarnos los valores humanos y cristianos siempre seguidos por los espíritus más altruistas y las mentes más brillantes de nuestra Nación. También habla de nuestra riqueza espiritual y moral, que puesta en lo más alto, ilumina el verdadero sentido de todas las demás riquezas. Las tres franjas tienen una analogía natural: para que lo más valioso brote (franja amarilla) de nuestro suelo (roja) no pueden ser olvidados nuestros valores e ideales. En el centro de la bandera hay un escudo compuesto de dos blasones delimitados diagonalmente. El primer blasón es una referencia directa a nuestra enseña nacional, la Bandera de la estrella solitaria. Así vemos el triángulo rojo (campo de gules) conteniendo la estrella blanca acompañado de dos franjas, una azul y otra blanca. Este blasón está queriendo manifestar nuestra pertenencia y sujeción a la Patria. Donde se iza la bandera del municipio, se iza implícitamente la Nacional. El segundo blasón representa propiamente nuestra identidad cultural y religiosa. Debemos recordar que nuestro poblado nació bajo el amparo de San Pedro Apóstol, cuya fiesta recordamos cada 29 de junio. El blasón no expone la figura del santo propiamente, sino sólo sus atributos. El gallo y las dos llaves. El gallo siempre relacionado con este apóstol por haberle llamado a la conversión y recordarle las palabras del Maestro; sigue llamándonos hoy a la vigilancia y a la diligencia. La imagen del gallo conecta naturalmente con el gallo de nuestras campiñas, siempre convocándonos al trabajo. Las llaves cruzadas hablan de Pedro también. Son aquellas llaves de autoridad que entregase Jesús al rudo pescador de Galilea, convirtiéndolo así en el Príncipe de los Apóstoles. El color amarillo, o dorado, como se representa en la heráldica tradicional, hablan de la importancia de nuestro Patrón. También se debe recordar que casi todas nuestras villas en los tiempos de fundación llevaban en su nombre el de sus santos patronos. Nuestro poblado era nombrado como San Pedro Apóstol del Quivicán. El gallo y las llaves de oro (amarillo) descansan en campo de Sinople (color verde) no solo como evocación de nuestras forestas y campos, sino principalmente por ser el color de la túnica de la talla del Apóstol San Pedro que se venera en nuestra Iglesia Parroquial, patrimonio de nuestro pueblo. En la disposición de los blasones podemos leer que ambos muy unidos quieren remarcar la integración que debe haber entre lo propiamente local y lo nacional, entre los intereses municipales y su armonía con los nacionales. Esta es una propuesta para la enseña del municipio, puede ser mejorada. Se puede hallar en la web desde el año 2010. Cf. https://www.google.com.do/search?q=bandera+quivic%C3%A1n&safe=active&rlz=1C1AVNE_enCL630CL630&espv=2&biw=1215&bih=566&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjxk_e1w5zSAhWHWSYKHTP_DwQQ_AUICCgB También en las bases de Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/File:BanderaQuivic%C3%A1n.png Dos preguntas para comenzar la charla y hacer reflexionar en un inicio: ¿Por qué una misión? ¿Quién y cómo es un misionero? (Hacer una introducción teológica: toda misión viene del Padre, que primero ha enviado a Su Hijo al mundo para salvarlo, y envió luego al Espíritu para guiar y acompañar a la Iglesia. Por esto, todos los que pertenecemos a la Iglesia, todo bautizado, es un misionero en potencia y debe serlo de hecho. Es por ello tan importante el llamado a la misión, pues se trata de la salvación de los hombres, y es a esto a lo que estamos llamados.) Antes que todo debemos tener claro que el misionero, antes que nada, necesita tener un encuentro con Jesucristo. No puede ir a la misión un presunto evangelizador que primero no haya tenido este encuentro personal y transformador con Jesús. Pues el centro y contenido de nuestro mensaje es el mismo corazón de la Buena Nueva: el Kerigma. Este es el primer anuncio de la Buena Nueva que nos salva y sigue salvando eficazmente a los que reciban la palabra, de la cual seremos portadores. Lo necesario en un misionero es que se sienta llamado, no perfecto. Dios se encarga de hacer fructificar los dones que puedan estar escondidos en un misionero si éste se confía a Él. A la misión no vamos de vacaciones, vamos de MISIÓN. Por eso, es bueno ir con toda la buena disposición y sencillez de un apóstol del Señor: ir liviano de equipaje, evitando las cosas superfluas que harán estorbo más que ayuda en la misión. Buscamos misioneros que sean des-complicados para hospedarse. Recuerden que nos hospedaremos en casas que no tienen las mismas características que las nuestras. Eso supone que nos bañaremos en baños ajenos, dormiremos en camas ajenas, etc. ¿Cuáles serían entonces algunas características esenciales de un buen misionero? Ser alegre, entusiasta y optimista (ha de explicarse cada uno de estos términos). El mensaje ha de ser claro, preciso y contagioso. Los misioneros deben ser “todo terreno”: con panza de puerco (para comer cualquier cosa), con pata de perro (para andar y desandar sin cansarse) y con lomo de burro (para estar hábil a la hora de ayudar activamente con la caridad). Tener en cuenta que para aceptar a alguno a la misión hay algunas condiciones físicas (sobre todo de salud) mínimas y necesarias que no podemos que no podemos pasar por alto. Se requiere energía para caminar y hablar (predicar) mucho durante las jornadas de misión. Recuérdese que al menos hay tres días de misión muy intensos, los que anteceden al Triduo Sacro (lunes, martes y miércoles santos). Es necesario que los misioneros cuenten con la madurez necesaria para trabajar en equipo, en grupo. A la misión no vamos para hacer “nuestra misión” personal, sino la misión de la Iglesia. Seremos el rostro de la Iglesia católica en estos sitios. Que no tengan vergüenza para hablar en público. En ocasiones hay algunos que, por no vencer esto, se ven en aprietos a la hora de misionar de casa en casa, en plazas, parques, etc. El respeto a las distintas confesiones religiosas o creencias con que nos encontremos también es requerido. Capacidad de diálogo, comprensión, ecumenismo. El modo de vestir es algo esencial. Las personas a las que vamos a misionas son muy sensibles al modo en que se presentan los que no son del pueblo, de la zona. Es bueno que nuestro testimonio implique también una forma de vestir adecuada, digna, que no deje nada malo que pensar. Esto no significa que ignoremos la sencillez, sino que quienes nos vean puedan reconocer en nosotros verdaderos cristianos, gente de iglesia. Sería bueno recordar las virtudes que san Vicente dejó a sus misioneros: sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo (explicarlas). Y por último dos cosas:
Hoy día es impensable la vida sin los medios de comunicación. Nos hemos apoderado de ellos y ellos de nosotros. No se concibe una sociedad sin los adelantos de las telecomunicaciones. El internet, la gran red de redes, con todos los medios posibles para acceder a él, como celulares, computadoras, tablets, etc., parece ser irrenunciable en la vida del hombre actual. Tenemos la información jamás pensada o imaginada antes, al alcance de nuestra mano, en nuestro bolsillo. El móvil nos conecta simultáneamente a gente que está literalmente del otro lado de orbe. Es posible que una madre pueda tener una video-llamada con dos o tres de sus hijos a la vez, aun cuando éstos se hallen en lugares o países distantes. Y esto no más que una actividad entre otras, que simultáneamente realiza un ordenador, bajo nuestras órdenes.
Cada vez hay menos distancia en este mundo globalizado e interconectado. ¿Quién puede negar que el internet y los medios de comunicación son los mejores inventos de los que casi todos podemos gozar hoy? El que lo niegue, que lo demuestre prescindiendo de ellos un solo día… Sin ellos, ya nada funcionaría con la inmediatez a la que nos hemos acostumbrado: noticias, economía, teletrabajo, el ámbito político y social, los eventos culturales, meteorología, la información de bibliotecas virtuales cuyo contenido físico sólo sería accesible con un boleto para volar miles de kilómetros a otra latitud, son unos pocos ejemplos. En nuestra etapa de formación como seminaristas, toda esta tecnología puede y debe ser ventajosa. Pero desgraciadamente las redes sociales también se han convertido en una trampa para las masas, en una verdadera red adictiva. La red que antes extendimos nosotros a nuestra voluntad, se ha vuelto la red en la que hemos caído, una red de entretenimiento y enajenación. ¿Qué debemos hacer, entonces, como seminaristas, llamados a la misión y evangelización entre los más pobres? Yo soy de los que comparte la opinión de que si San Vicente de Paúl y los primeros misioneros de la CM hubiesen contado con los medios de los que disponemos ahora, nunca los habrían ignorado, antes bien los habrían utilizado poniéndolos al servicio de los pobres, de la misión, de la formación del clero y de la propagación de la fe. Recordemos que San Vicente, según se estima, escribió unas 30 000 cartas, de las que solo nos han llegado 3 000. Nunca podríamos imaginar qué habría hecho el mismo Santo con un ordenador, pero definitivamente su obra habría tenido un alcance mucho mayor. Como hemos visto, los medios son necesarios y sería poco inteligente desaprovecharlos. Pero, ¿son en la vida de los estudiantes un instrumento de crecimiento siempre? No. Está claro que el mismo internet, que a la distancia de un clic, te provee una enciclopedia de Teología, puede igualmente introducirnos en terrenos de diversión insana, nociva, banal, chatarra. No todo lo que está en los medios es verdadero, ni provechoso, ni edificante. Se requiere de un discernimiento y una fuerza de voluntad, propia de cristianos maduros o mínimamente ejercitados en ciertas virtudes, para salir al paso de la banalidad y malignidad que circulan en las redes, y que en tantas ocasiones se hacen virales. Concretamente debemos alcanzar una disciplina que nos garantice una libertad y una saludable indiferencia frente al excesivo uso de estos medios. El ponerse ciertas metas o normas personales en la utilización del internet puede ayudarnos a mantenernos a salvo. Unos amigos me ha compartido algunas de sus medidas para rendir más en los estudios, por ejemplo:
En fin, la creatividad nos puede ayudar a crear sencillos métodos para regular nuestra eventual adicción a los espacios virtuales y seguir siendo dueños o dominadores de los medios, y no viceversa. Los nuevos tiempos siempre colocarán un reto ante nosotros. La actitud madura nunca será evadir los retos, pero para asumirlos y vencerlos se necesita la disciplina de la fortaleza, la templanza y la prudencia. Empecemos desde ya a poner todos los medios posibles al servicio de la misión y de nuestra propia formación. |
AutorRubén de la Trinidad, misionero católico de la Congregación de la Misión (Padres Paúles). Cubano, estudiante de Teología. ArchivosCategorías
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