El Concilio Vaticano II fue el último Concilio Ecuménico que ha visto la Historia. Anunciado por el papa Juan XXIII el 25 de enero de 1959, es innegable que fue uno de los eventos históricos que marcaron el siglo XX. Podemos llamarlo como el gran acontecimiento de la era moderna en el ámbito de la Iglesia. Fue seguido y clausurado por el papa Pablo VI.
Se pretendía que este concilio fuera un “aggiornamento”, o sea, una puesta al día de la doctrina y actuar de la Iglesia en los apremiantes tiempos modernos. Una puesta al día de la Iglesia, haciendo una revisión a fondo de sus elementos propios para renovarlos a la luz del diálogo con el mundo moderno. Ha sido el concilio más representativo de todos, con una asistencia de unos 2 000 padres conciliares de todas las partes del mundo y con una gran diversidad de lenguas y razas. También asistieron miembros de otras confesiones religiosas cristianas. El Concilio constó de cuatro etapas. La primera etapa fue presidida por el mismo papa Juan XXIII en el otoño de 1962, no obstante murió al año siguiente. Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por el papa Pablo VI, hasta que fue clausurado en 1965. Se propuso este Concilio no definir ningún dogma y tratar principalmente la naturaleza de la misma Iglesia, la Revelación, la Liturgia, la Libertad Religiosa, etc. El fin principal de este concilio fue: promover el desarrollo de la fe católica; lograr una renovación moral en la vida de los cristianos; adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo; lograr una relación mejor con las iglesias orientales. Tuvo una etapa previa o preparativa bajo la supervisión de la Curia Romana. Desde febrero de 1959 hasta noviembre de 1962. Durante la celebración de la fiesta de la Conversión de San Pablo, en la Basílica San Pablo Extramuros, el papa Juan XXIII, mediante un pequeño discurso, manifestó su intención de celebrar un Concilio Ecuménico. En este mismo anuncio dejó claro que se trataba de una iniciativa personal.[1] Es muy conocida aquella frase suya con la que daba razón de los motivos de este Concilio: “Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior”. El 15 de agosto de 1959 el papa anunció al Cardenal Tardini que el Concilio se llamaría Vaticano II, no queriendo significar con ello que se tratara de una continuación del Vaticano I que había quedado suspendido. Durante las cuatro sesiones en las que se celebró el concilio, participaron más de 2 450 obispos de la Iglesia Católica. El único grupo que fue excluido fue el del bloque comunista chino, por lo que estuvieron ausentes unos 200 obispos. Esto no sucedió con los de la URSS, pues había un convenio con los soviéticos que les permitía moverse libremente, saliendo o entrando al territorio ruso. Es por ello que hablamos del Concilio más grande de la historia del Cristianismo. Baste comparar que en el Concilio de Calcedonia participaron unos 200 obispos, mientras que en el de Trento unos 950. Este fue además el más universal, pues la primera vez, que participaron de manera sustancial los obispos de todos los continentes, sobre todo los africanos y asiáticos. Como teólogos invitados, aunque sin poder hablar, pero con gran influencia en las comisiones del concilio, estuvieron presentes Yves Congar, Karl Rahner, Henri de Lubac, Hans Küng y Gerard Philips entre otros. Las comisiones tenían como tarea guiar y escribir aquellos decretos ya discutidos en el aula. Hubo también consultores de Iglesias ortodoxas y protestantes, observadores y laicos católicos, periodistas, etc. Documentos Al día de hoy, contamos con 16 documentos del Concilio Vaticano II: Cuatro Constituciones, tres Declaraciones y nueve Decretos. A continuación un pequeño sumario que las incluye. 1. Constituciones: Dei Verbum (Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación)[2] Los estudios bíblicos cobraron impulso decisivo con León XIII, Pío X, Benedicto XV y más tarde Pío XII. Se pasó de un excesivo apegamiento a la palabra material del texto a una penetración más profunda de los hechos y dichos de Dios como portadores de un mensaje de salvación para los hombres. Se propuso una interpretación desde un ángulo contextual y no meramente textual de la palabra escrita. Lumen Gentium (Constitución Dogmática sobre la Iglesia) Nació del deseo del Pueblo de Dios de renovarse a sí mismo. La Iglesia es el Pueblo de Dios en el que todos somos responsables y solidarios. La autoridad es un servicio, el obispo es un pastor querido por Cristo. Habla de la colegialidad y la comunión de toda la Iglesia como institución, y sobre todo, al servicio de la misión. María es presentada como Madre de toda la Iglesia. Sacrosanctum Concilium (Constitución sobre la Sagrada Liturgia) La oración litúrgica y los sacramentos piden la participación activa de todos los fieles. Esta es esencialmente la razón de la reforma litúrgica, ya que la Liturgia es “la fuente primera e indispensable donde los fieles deben obtener un espíritu verdaderamente cristiano”. El Misterio Pascual es el corazón de toda la lirturgia y a la Palabra de Dios hay que darle un lugar primordial. Gaudium et Spes (Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual) En esta Constitución la Iglesia ha querido considerar al mundo en todas sus expresiones: cósmicas, humanas, históricas. Afirma que la Iglesia es solidaria, íntimamente solidaria con el genero humano. Aborda cinco problemas que cree urgente: la familia, la cultura, la vida económico-social, la vida política, el ámbito de las relaciones internacionales. 2. Declaraciones: Gravissimum Educationis (Declaración sobre la Educación Cristiana) Todo hombre tiene derecho a educación. La familia es la primera responsable. Nostra Aetate (Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las Religiones no cristianas) La Iglesia mira con estima las demás religiones, porque contienen una parte de verdad. Rechaza toda discriminación racial o religiosa. Dignitatis Humanae (Declaración sobre la libertad religiosa) La verdad no se impone más que por la fuerza de la verdad. 3. Decretos: Ad Gentes (Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia) La Iglesia debe insertarse en todos los grupos humanos respetando sus condiciones sociales y culturales. Presbyterorum Ordinis (Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros) Los sacerdotes, cooperadores de los obispos, son servidores de Cristo y de sus hermanos para la palabra de Dios, el don de los sacramentos y la constitución de la Iglesia. Apostolicam Actuositatem (Decreto sobre el apostolado de los laicos) Los laicos tienen, por su unión con Cristo, deber y derecho de ser apóstoles. La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también para el apostolado. El deber y el derecho del seglar al apostolado derivan de su misma unión con Cristo Cabeza. Insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidas por la confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado. Las circunstancias actuales piden un apostolado seglar mucho más intenso y más amplio. Optatam Totius (Decreto sobre la formación sacerdotal) A toda la comunidad cristiana incumbe el deber de suscitar vocaciones. Perfectae Caritatis (Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa) El retorno a las fuentes evangélicas y la participación en la vida de la Iglesia son las condiciones de vitalidad de las órdenes religiosas. Christus Dominus (Decreto sobre el ministerio pastoral de los Obispos) Los obispos participan en el cuidado de todas las Iglesias. Unitatis Redintegratio (Decreto sobre el ecumenismo) Promueve la restauración de la unidad entre todos los cristianos. Las primeras iniciativas nacieron de los protestantes. El impulso decisivo por parte católica vino de Juan XXIII, que en 1961 creó el Secretariado para la Unidad de los Cristianos. Frutos del movimiento ecuménico son: la revalorización católica de la lectura de la Escritura, la revisión de la Institución demasiado autoritaria y uniforme y el uso de obras escritas por teólogos protestantes. Orientalium Ecclesiarum (Decreto sobre las Iglesias orientales católicas) La variedad en la Iglesia no daña su unidad, sino que manifiesta su riqueza espiritual. Inter Mirifica (Decreto sobre los Medios de comunicación social) La Iglesia sabe que los medios, si se utilizan rectamente, proporcionan valiosas ayudas al género humano, puesto que contribuyen eficazmente a descansar y cultivar el espíritu y a propagar y fortalecer el Reino de Dios. También sabe que estos medios pueden ser abusados. Los laicos tienen que procurar que los medios de comunicación social, se utilicen eficazmente en las múltiples obras de apostolado, sobre todo en aquellas regiones cuyo progreso moral y religioso exige una atención más diligente.[3] NOTAS: [1] Cf. AAS 51 (1959) I/65-69. El texto original en italiano dice: «Pronunciamo innanzi a voi, certo tremando un poco di commozione, ma insieme con umile risolutezza di proposito, il nome e la proposta della duplice celebrazione: di un Sinodo Diocesano per l'Urbe, e di un Concilio Ecumenico per la Chiesa universale». [2] Cf. Concilio Vaticano II, Años 1962-1965, en Catholic.net [http://es.catholic.net/op/articulos/25245/cat/949/concilio-vaticano-ii-anos-1962-1965.html] [3] Cf. Inter mirifica, 13. [http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19631204_inter-mirifica_sp.html] (Febrero 2017)
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AutorRubén de la Trinidad, misionero paúl (Congregación de la Misión), cubano. Estudiante de Teología. ArchivosCategorías
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