Fueron dos factores principalmente los que hicieron adelantar en la “Teología de la Revelación”: el movimiento humanista del siglo XVI y las necesidades de la controversia protestante. Ante la nueva serie de cuestiones que van surgiendo, los teólogos insertan en sus tratados “De Fide” algunos párrafos en los que intentan definir la Revelación.
Algunas notas marcan este período comprendido entre los siglos XVI y XVIII:
1. Melchor Cano y Domingo Báñez Melchor Cano En Melchor Cano la noción de revelación aparece indirectamente, hablando del análisis de la fe. En su obra De locis theologicis de 1563, hallamos dos elementos fundamentales:
Así toma como ejemplo la profesión de fe del mismo apóstol Pedro, que aun habiendo oído la predicación de Juan el Bautista y haber presenciado milagros y señales de Cristo, solo vino a dar un asentimiento y profesión de fe cuando le fue revelado no por la carne ni la sangre, sino por el Padre que está en los Cielos (Mt 16, 17). Así para Cano, el fundamento último de la fe no descansa en la autoridad de la Iglesia, ni en la Escritura, sino en la autoridad de Dios mismo que revela de manera inmediata, según él cree (inmediate credo), “bajo la moción de un instinto divino especial”[2]. Pero esto no significa que no valga la autoridad de la Iglesia, más bien ella es “causa sine qua non crederemus”[3]. Los antes mencionados elementos exteriores son condiciones para la fe, pero el asentimiento de la misma solo viene por la luz interior infundida por Dios. Melchor Cano llama a la revelación como increada y existente en Dios y también como la iluminación interior de la gracia que inclina a creer. Pero no es la doctrina de la salvación propuesta por la predicación de la Iglesia. Domingo Báñez Siendo discípulo de Cano, concibe la revelación de modo semejante. Revelación es “el efecto que el Dios revelante produce en nosotros, y por el que se nos manifiesta o revela formalmente algo”, que es la luz de la fe o su iluminación. Dios infunde esta luz, y así se nos revelan las verdades del mundo sobrenatural, engendrando un saber nuevo. Tanto Cano como Báñez centran su atención más en la iluminación del sujeto que en el descubrimiento del objeto. 2. Francisco Suárez Suárez insiste en la revelación mediata. Dios no se manifiesta a la muchedumbre inmediatamente, sino que siempre emplea legados. En el AT encontramos los ejemplos de Moisés y los profetas por los que Yahveh habla al pueblo. Lo mismo hallamos en el NT: Juan Bautista, el Verbo encarnado (Dios mediante la humanidad que asume), los apóstoles que son enviados a evangelizar. Esta es la vía ordinaria y suficiente por la que se propone y concibe la fe. Cristo instruye a los fieles también mediante la Iglesia, “cuya definición tiene la virtud de una revelación”, pues quien escucha a la Iglesia oye al mismo Dios hablando. No obstante, aunque no es necesario que Dios proponga inmediatamente la verdad, al menos hay que proponerla y manifestarla como creíble, o sea, como cualificada por el poder divino. La Revelación en sentido estricto Entiende la revelación como “la sola proposición suficiente del objeto revelado”, la crea o no el sujeto al que está dirigida, sin importar si la realiza interiormente Dios por sí solo o por sus ángeles, o sea de modo exterior por la predicación humana.[4] La revelación es la proposición del objeto que se presenta para ser creído bajo la autoridad divina. Hay dos cosas necesarias para el conocimiento de la fe:
En este sentido, el objeto es creíble y suficiente cuando su verdad aparece cubierta por la autoridad y el testimonio de Dios. Históricamente Suárez distingue dos momentos. Primero, cuando tuvo lugar la predicación general mediante Cristo y los apóstoles. En esta etapa era necesario confirmar la fe predicada con los signos y milagros propios del poder divino como testificación. En un segundo momento, al haberse difundido la fe por todas partes, los milagros ya no son necesarios. Pero la intervención divina sigue siendo necesaria, cooperando sobrenaturalmente, ya que el asentimiento de la fe no puede realizarse sin la gracia. Por esto la Escritura llama a veces revelación a la inspiración y a la infusión de la luz interior que engendra la fe. Así la revelación incluye consiguientemente la proposición del objeto, la inspiración y la ayuda para creer. Esta proposición suficiente de la fe no a todos aprovecha, pues a muchos que se revela la fe no creen, aunque nadie cree sin previa revelación. Iluminación o Revelación del objeto y de la potencia La fe viene de Dios tanto por parte del objeto como de la ayuda o virtud sobrenatural dada a la potencia. Ya que tanto la doctrina como la gracia vienen de Dios; así la iluminación se da en ambas partes. Cuando se propone el objeto, se demuestra la verdad, o se presentan las razones para adherirnos a él es iluminación. Como cuando un profesor ilumina a sus alumnos (Cristo Maestro que ilumina a la humanidad). Por otra parte la infusión de la fe es luz, es iluminación también. La diferencia radica en que la iluminación ex parte objecti puede ser mediata (no solo por parte de Dios, sino también de sus ángeles), mientras que la revelación ex parte potentiae siempre es inmediata (producida sólo por Dios). Por esto al hablar de revelación debemos tatar ambos aspectos con rigor diferente. Revelar es quitar el velo que cubre la visión del objeto. El velo puede cubrir:
Dios quita ambos velos, el primero por la por la revelación del objeto, el segundo por la infusión de la fe. Pero la revelación propiamente dicha se percibe con la inteligencia, mientras, mientras que la infusión de a fe, no se percibe con el espíritu, sino que Dios la realiza de modo invisible. Para definir la revelación hay que partir del objeto. Revelación es la proposición suficiente (garantizada por Dios) de los misterios divinos, la verdad divina y la doctrina de la salvación. En sentido amplio la revelación es la iluminación de la gracia de fe. 3. Juan de Lugo La Revelación como Palabra La Escritura afirma que tanto la revelación mediata como la inmediata son palabra de Dios. Para que se realice el concepto de palabra, no basta con presentar el objeto a otra persona, también hay que manifestar nuestra concepción de ese objeto. La palabra se distingue de otra acción que engendra el saber, pues tiende a comunicar al otro el conocimiento del que habla y su voluntad de ser entendido y comprendido. En la revelación inmediata Dios puede servirse de signos sensibles, como la palabra, para manifestar su pensamiento. Aunque también puede engendrar este conocimiento del objeto que quiere comunicar de manera inmediata. Lo mismo sucede con la palabra mediata, debe ser tal “que yo pueda reconocer, como en la voz mediata, que Dios es su autor y que por medio de ella quiere comunicarme su pensamiento. Los protestantes no dan a la revelación mediata todo el valor que merece, pues se enseña que cada fiel tiene la inspiración interior del Espíritu Santo. Dios habla como conviene que hable a los hombres, que perciben los objetos con los sentidos exteriores. Así, acompaña la proposición de los misterios de Dios con los signos, que sirven para cerciorar que esta doctrina viene de Dios. En este caso la certidumbre no es menor que la revelación inmediata, sino que en verdad es palabra y palabra de Dios. El que cree ante la revelación mediata, cree a una palabra autorizada como divina por los signos que la acompañan. Revelación y Habitus o ayuda de fe La revelación es palabra de Dios propiamente dicha, comunicación a los hombres del pensamiento divino. Esta revelación-palabra no debe confundirse con el habitus, que es lo mismo que la ayuda de la gracia de fe. Dios no habla cuando da el habitus de la fe, sino cuando dice la Encarnación o la Trinidad. Y cuando nos da el habitus de la fe nos da la facultad que nos capacita para oír su voz y creer. Pero la palabra propiamente dicha es la producción de verbos con vistas a expresar el pensamiento del que habla. La gracia interior hace asumir la palabra propuesta para que se comprenda mejor la verdad. La revelación es la palabra de Dios que comunica el pensamiento divino. Mediante ella, el hombre conoce la verdad propuesta y como verdadero pensamiento de Dios. Tanto la revelación mediata como inmediata son palabra de Dios. En la revelación mediata, la palabra total se presenta como el conjunto del mensaje oído como palabra de Dios. 4. Los Carmelitas de Salamanca Según el De fide de los teólogos salmantinos, revelación es la acción de Dios que corre el velo que oculta la inteligencia de una cosa. Este velo puede:
Toda acción que corre uno de los velos y que procura la inteligencia, es revelación divina. Podemos distinguir en la revelación un aspecto activo y otro pasivo. Considerada activamente, la revelación es la acción o el hablar de Dios que nos atestigua una verdad mediata o inmediatamente. Considerada pasivamente, la revelación es el conocimiento actual o habitual de lo que Dios ha hablado y atestiguado. El habitus o el acto de fe son el efecto de la revelación activa. La visión del objeto nos da la inteligencia del objeto revelado. El testimonio de Dios, mediato o inmediato, de los misterios de su vida íntima y la iluminación de la gracia de fe, verifican la noción de revelación. BIBLIOGRAFÍA: LATOURELLE, René: Teología de la revelación, Sígueme. Salamanca 1993, 8va Ed. 583 pp. NOTAS: [1] RENÉ LATOURELLE: Teología de la revelación. Salamanca 1993, p. 205. [2] MELCHOR CANO: De locis teologicis, 1. 2, c. 8, ad 4. [3] Ibídem. [4] FRANCISCO SUÁREZ: De Trinitate, 1. I, c. 12, n. 4-5: I, 571.
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El Concilio Vaticano II fue el último Concilio Ecuménico que ha visto la Historia. Anunciado por el papa Juan XXIII el 25 de enero de 1959, es innegable que fue uno de los eventos históricos que marcaron el siglo XX. Podemos llamarlo como el gran acontecimiento de la era moderna en el ámbito de la Iglesia. Fue seguido y clausurado por el papa Pablo VI.
Se pretendía que este concilio fuera un “aggiornamento”, o sea, una puesta al día de la doctrina y actuar de la Iglesia en los apremiantes tiempos modernos. Una puesta al día de la Iglesia, haciendo una revisión a fondo de sus elementos propios para renovarlos a la luz del diálogo con el mundo moderno. Ha sido el concilio más representativo de todos, con una asistencia de unos 2 000 padres conciliares de todas las partes del mundo y con una gran diversidad de lenguas y razas. También asistieron miembros de otras confesiones religiosas cristianas. El Concilio constó de cuatro etapas. La primera etapa fue presidida por el mismo papa Juan XXIII en el otoño de 1962, no obstante murió al año siguiente. Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por el papa Pablo VI, hasta que fue clausurado en 1965. Se propuso este Concilio no definir ningún dogma y tratar principalmente la naturaleza de la misma Iglesia, la Revelación, la Liturgia, la Libertad Religiosa, etc. El fin principal de este concilio fue: promover el desarrollo de la fe católica; lograr una renovación moral en la vida de los cristianos; adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo; lograr una relación mejor con las iglesias orientales. Tuvo una etapa previa o preparativa bajo la supervisión de la Curia Romana. Desde febrero de 1959 hasta noviembre de 1962. Durante la celebración de la fiesta de la Conversión de San Pablo, en la Basílica San Pablo Extramuros, el papa Juan XXIII, mediante un pequeño discurso, manifestó su intención de celebrar un Concilio Ecuménico. En este mismo anuncio dejó claro que se trataba de una iniciativa personal.[1] Es muy conocida aquella frase suya con la que daba razón de los motivos de este Concilio: “Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior”. El 15 de agosto de 1959 el papa anunció al Cardenal Tardini que el Concilio se llamaría Vaticano II, no queriendo significar con ello que se tratara de una continuación del Vaticano I que había quedado suspendido. Durante las cuatro sesiones en las que se celebró el concilio, participaron más de 2 450 obispos de la Iglesia Católica. El único grupo que fue excluido fue el del bloque comunista chino, por lo que estuvieron ausentes unos 200 obispos. Esto no sucedió con los de la URSS, pues había un convenio con los soviéticos que les permitía moverse libremente, saliendo o entrando al territorio ruso. Es por ello que hablamos del Concilio más grande de la historia del Cristianismo. Baste comparar que en el Concilio de Calcedonia participaron unos 200 obispos, mientras que en el de Trento unos 950. Este fue además el más universal, pues la primera vez, que participaron de manera sustancial los obispos de todos los continentes, sobre todo los africanos y asiáticos. Como teólogos invitados, aunque sin poder hablar, pero con gran influencia en las comisiones del concilio, estuvieron presentes Yves Congar, Karl Rahner, Henri de Lubac, Hans Küng y Gerard Philips entre otros. Las comisiones tenían como tarea guiar y escribir aquellos decretos ya discutidos en el aula. Hubo también consultores de Iglesias ortodoxas y protestantes, observadores y laicos católicos, periodistas, etc. Documentos Al día de hoy, contamos con 16 documentos del Concilio Vaticano II: Cuatro Constituciones, tres Declaraciones y nueve Decretos. A continuación un pequeño sumario que las incluye. 1. Constituciones: Dei Verbum (Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación)[2] Los estudios bíblicos cobraron impulso decisivo con León XIII, Pío X, Benedicto XV y más tarde Pío XII. Se pasó de un excesivo apegamiento a la palabra material del texto a una penetración más profunda de los hechos y dichos de Dios como portadores de un mensaje de salvación para los hombres. Se propuso una interpretación desde un ángulo contextual y no meramente textual de la palabra escrita. Lumen Gentium (Constitución Dogmática sobre la Iglesia) Nació del deseo del Pueblo de Dios de renovarse a sí mismo. La Iglesia es el Pueblo de Dios en el que todos somos responsables y solidarios. La autoridad es un servicio, el obispo es un pastor querido por Cristo. Habla de la colegialidad y la comunión de toda la Iglesia como institución, y sobre todo, al servicio de la misión. María es presentada como Madre de toda la Iglesia. Sacrosanctum Concilium (Constitución sobre la Sagrada Liturgia) La oración litúrgica y los sacramentos piden la participación activa de todos los fieles. Esta es esencialmente la razón de la reforma litúrgica, ya que la Liturgia es “la fuente primera e indispensable donde los fieles deben obtener un espíritu verdaderamente cristiano”. El Misterio Pascual es el corazón de toda la lirturgia y a la Palabra de Dios hay que darle un lugar primordial. Gaudium et Spes (Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual) En esta Constitución la Iglesia ha querido considerar al mundo en todas sus expresiones: cósmicas, humanas, históricas. Afirma que la Iglesia es solidaria, íntimamente solidaria con el genero humano. Aborda cinco problemas que cree urgente: la familia, la cultura, la vida económico-social, la vida política, el ámbito de las relaciones internacionales. 2. Declaraciones: Gravissimum Educationis (Declaración sobre la Educación Cristiana) Todo hombre tiene derecho a educación. La familia es la primera responsable. Nostra Aetate (Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las Religiones no cristianas) La Iglesia mira con estima las demás religiones, porque contienen una parte de verdad. Rechaza toda discriminación racial o religiosa. Dignitatis Humanae (Declaración sobre la libertad religiosa) La verdad no se impone más que por la fuerza de la verdad. 3. Decretos: Ad Gentes (Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia) La Iglesia debe insertarse en todos los grupos humanos respetando sus condiciones sociales y culturales. Presbyterorum Ordinis (Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros) Los sacerdotes, cooperadores de los obispos, son servidores de Cristo y de sus hermanos para la palabra de Dios, el don de los sacramentos y la constitución de la Iglesia. Apostolicam Actuositatem (Decreto sobre el apostolado de los laicos) Los laicos tienen, por su unión con Cristo, deber y derecho de ser apóstoles. La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también para el apostolado. El deber y el derecho del seglar al apostolado derivan de su misma unión con Cristo Cabeza. Insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidas por la confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado. Las circunstancias actuales piden un apostolado seglar mucho más intenso y más amplio. Optatam Totius (Decreto sobre la formación sacerdotal) A toda la comunidad cristiana incumbe el deber de suscitar vocaciones. Perfectae Caritatis (Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa) El retorno a las fuentes evangélicas y la participación en la vida de la Iglesia son las condiciones de vitalidad de las órdenes religiosas. Christus Dominus (Decreto sobre el ministerio pastoral de los Obispos) Los obispos participan en el cuidado de todas las Iglesias. Unitatis Redintegratio (Decreto sobre el ecumenismo) Promueve la restauración de la unidad entre todos los cristianos. Las primeras iniciativas nacieron de los protestantes. El impulso decisivo por parte católica vino de Juan XXIII, que en 1961 creó el Secretariado para la Unidad de los Cristianos. Frutos del movimiento ecuménico son: la revalorización católica de la lectura de la Escritura, la revisión de la Institución demasiado autoritaria y uniforme y el uso de obras escritas por teólogos protestantes. Orientalium Ecclesiarum (Decreto sobre las Iglesias orientales católicas) La variedad en la Iglesia no daña su unidad, sino que manifiesta su riqueza espiritual. Inter Mirifica (Decreto sobre los Medios de comunicación social) La Iglesia sabe que los medios, si se utilizan rectamente, proporcionan valiosas ayudas al género humano, puesto que contribuyen eficazmente a descansar y cultivar el espíritu y a propagar y fortalecer el Reino de Dios. También sabe que estos medios pueden ser abusados. Los laicos tienen que procurar que los medios de comunicación social, se utilicen eficazmente en las múltiples obras de apostolado, sobre todo en aquellas regiones cuyo progreso moral y religioso exige una atención más diligente.[3] NOTAS: [1] Cf. AAS 51 (1959) I/65-69. El texto original en italiano dice: «Pronunciamo innanzi a voi, certo tremando un poco di commozione, ma insieme con umile risolutezza di proposito, il nome e la proposta della duplice celebrazione: di un Sinodo Diocesano per l'Urbe, e di un Concilio Ecumenico per la Chiesa universale». [2] Cf. Concilio Vaticano II, Años 1962-1965, en Catholic.net [http://es.catholic.net/op/articulos/25245/cat/949/concilio-vaticano-ii-anos-1962-1965.html] [3] Cf. Inter mirifica, 13. [http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19631204_inter-mirifica_sp.html] (Febrero 2017) |
AutorRubén de la Trinidad, misionero paúl (Congregación de la Misión), cubano. Estudiante de Teología. ArchivosCategorías
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