Érase una vez un globo azul, tocado por la chispa de la vida, encendido en el sueño apasionado de todo un Dios que se derrama. Fue el remate de su “donación” el hombre entero. Ni el buen salvaje de Rousseau atisbarlo pudo, en su feliz alumbramiento. Vinieron luego la caída, el desengaño y un germen caótico a envenenar aquel sueño. La historia que sigue es nuestra historia: el clamor por un castigo, la fuga de nuestro cielo.
En esta pequeña cuartilla no perderé palabras exponiendo soluciones a problemas tan gastados como un chicle-cliché viejo y desabrido, pero mil veces mascado. Sin dudas, estas palabras pesan más de lo que puede soportar esta hoja suelta. A saber: casa común, porque la contaminación cada día enrarece más nuestros parques y pulmones; y misericordia, porque hace directa alusión a la miseria, y de ella estamos hartos. Aunque a veces prefiramos esconderla, la pobreza late en los barrios apestados, en la chusma segregada, en las calles donde atracan a la gente y en las plazas donde niños harapientos, llenas de mocos sus caras, heridos de hambre, indigentes, limpian tus botas. Pero también late esta déspota señora (la pobreza) en las almas carcomidas y en los corazones férreos, “ostrificados”[1], herméticos. Sí, muchos somos los que andamos “paticojos” por la historia, a bordo de estos dos tercios de La Española, donde la legua de Cervantes se sazona con los ritmos del merengue y la bachata. Y cuando digo paticojos, entiéndanse los sufridos, incompletos de poder en sus bolsillos, incapaces redentores de su casta devaluada, porque casi son inválidos el sudor de los obreros y la lucha sub-mundana. La ciudad se nos hunde por las periferias, donde no quieren ir los turistas… Este es, solo en parte, el panorama. Pero, más allá de esta urbe, toda la tierra clama con gemidos indecibles. Si el hombre es la cumbre de la Creación, ¿por qué no pensar que el corazón del cosmos es este globo azul? Sí, bien vale hacer notar el centro de nuestro universo, y situar en él nuestro problema. La casa común se nos marchita, el corazón del cosmos se nos muere, porque está enfermo de “hombre”: ese parásito que olvidó y equivocó su misión en este mundo. Helo aquí: sanguijuela inteligente, garrapata tecnológica, lobo de sí mismo. La mano de los pobres se levanta y con su índice fiscal le señala y delata la ambición de su mercado, la tecnocracia del consumo y su dinero. No hay soluciones hechas, no hay esperanzas gratuitas. Hay una muchedumbre de pobres que no salen de su cieno. Y un grupo menos ocupado que reflexiona sobre ellos. ¡Basta! NOTAS: [1] Ostrificados: Cerrados como las ostras. (Fecha: 2016)
0 Comentarios
Desde el instante en que somos bautizados, una profunda transformación tiene lugar en nuestra humanidad: empezamos a participar de la naturaleza divina. Sí, como lo estás leyendo, tu espíritu comienza a tener una comunicación con Dios que debe ir “empujándote” a una divinización y elevación de tu alma. La Trinidad Bienaventurada ha hecho su morada dentro de ti. Si tienes “espabilados” los sentidos interiores, irás reconociendo paulatinamente su obra santificante, que hace vibrar cada una de tus fibras, irradiando el esplendor de Cristo, ¡la gloria de todo un Dios “en acción”!
Así pues, te encuentras en condiciones de comenzar a tener actitudes distintas frente a la vida, el mundo que te rodea y, sobre todo, frente a las relaciones interpersonales (la interacción con tu prójimo). Si revisamos el modo que tenemos de relacionarnos con los demás, descubriremos que muchas veces actuamos desde una “pobreza de libertad”. Sí, a veces, obramos a merced de las emociones, las pasiones, la ira, el impulso irracional, o la inercia social, que coartan la libre determinación que debemos tener sobre nuestro propio comportamiento. ¿Por qué no hacer un alto y empezar a pensar antes de actuar? Sucede que nos desenvolvemos en una dinámica de “acción-reacción” y nunca nos da tiempo hacer un alto antes de actuar. O cuando hacemos un stop ya es demasiado tarde. Si me ofenden, ofendo; si me saludan, saludo; si me ayudan, ayudo; pero si me ignoran, ignoro; “a una, otra”. “Ojo por ojo y diente por diente” y ensuciamos la vida con cálculos bajos. Hemos automatizado la venganza inmediata o a largo plazo en nuestro sistema de relaciones. ¿Cuál es el resultado? Nos hallamos actuando constantemente bajo la acción del otro. Nos volvemos efecto de los demás y nunca causa de nosotros mismos. Perdemos la autonomía emocional. Nuestra mirada no alcanza más allá del horizonte de los “irracionales” y nos sometemos a su nivel, sin caer en la cuenta de que estamos actuando como títeres del “oponente”. Al final, nos sentimos vacíos y utilizados, sin saciar nunca del todo nuestra rabia vengativa. Y bajo la bandera de “el que me la hace me la paga”, convierto mi vida, que está llamada a la plenitud y a la felicidad, en un campo de batalla. La solución está en aprender a percibir con una “intuición divina”. Tenemos que aprender a ver las cosas como las ve Dios. Hemos de incorporar lo antes posible en nuestra vida “la mirada de Dios”. ¿Te suena un poco iluso o presuntuoso eso de ver como ve Dios? En seguida te explico. Los seres humanos estamos enfermos de una cierta “negatividad”. Es muy fácil para cualquiera pensar siempre mal del otro. Es común que hagamos prejuicios infundados y tildemos con cien oprobios a cualquiera que nos defraude. Es más fácil para nosotros criticar que alabar. Mas esta dinámica es tóxica. El prejuicio nos hace vivir en una constante desconfianza y pesimismo que se posicionan como torturadores psicológicos de nuestra cotidianidad. Además, por el hecho de ser seres limitados, aunque libres, nos sofocamos constantemente bajo dos velos: el tiempo y el espacio (1). Es por esto que solo podemos contar con el “aquí” (espacio) y el “ahora” (tiempo). Nunca podremos hacer un juicio perfecto sobre la otra persona, pues todos vivimos bajo la limitación de estos dos velos. Para Dios, sin embargo, nada de esto es un problema. Dios no es “sofocado” por ninguno de estos velos. De Él dice la Biblia que es el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, eterno presente.2 Frente a su mirada, el pasado, el presente y el futuro se hallan a la vez. Cada partícula o rincón de este universo están presentes a su mirada y conocimiento de forma perfecta y al unísono. Sin dudas, Dios mira “a lo Dios”, de manera total y completa. La mirada del hombre, en cambio, es parcial, limitada, imperfecta. Dios nunca hace prejuicios porque siempre tiene ante Sí la totalidad de los datos. El hombre falla muy a menudo y mucho más cuando juzga invadido por las emociones, pasiones o con el “automático reactivo” encendido. Pero el resultado final de ambas miradas es lo más importante en este momento: la mirada de Dios siempre lleva a la integración armónica, la mirada del hombre conduce a una dinámica reactiva y tóxica. Estamos enfermos de “la vista”(3). Entonces, ¿cómo es que podemos apropiarnos de la mirada de Dios si somos meros mortales? Pues bien, no se trata de robarle la omnisciencia a Dios, ni su omnipresencia, no. Se trata de una actitud de vida. Mejor aún, de una actitud de “relación”. Intentemos explicarlo. ¿Te has imaginado alguna vez cómo es que nos ve Dios desde el cielo? ¿Has pensado que cada ser humano representa una ínfima partícula en todo el universo? No obstante, Dios es capaz de ver tus motivaciones y sentimientos más ocultos y hasta desconocidos por ti. La idea de cómo conoce y ve Dios genera mucha serenidad, pues Él nunca se desespera por conocer. Entonces, ¿se rebajaría al nivel de las simples criaturas a la hora de relacionarse con ellas? Por supuesto que no, Dios siempre actuará como Dios, lo contrario sería desnaturalizarse. Te pongo un ejemplo: Vas por la calle muy contento y de repente te ladra insistente e impertinentemente un perro. Continúas tu camino, pero el animal sigue fastidiándote. ¿En algún momento se te ocurriría agacharte y ponerte a ladrarle al perro? Claro que no, sería desnaturalizarte. Sería como hacer un cambio sustancial en tu persona por una errada percepción, o sea, por una manera equivocada de mirar las cosas. Si vieras al perro como si fuera verdaderamente un “enemigo” y te enfadaras con él, terminarías no solo ladrándole, sino hasta mordiéndolo con tal de defender tu dignidad. Sin embargo, nunca ha pasado por la “mente” del perro ofenderte o lastimar tu dignidad. De hecho, el animal no conoce ninguno de estos conceptos. Por el contrario, la actitud normal para cuando un perro te ladra es seguir de largo y no hacerle mucho caso, a no ser que intente morderte. Es a esta actitud a la que me refiero cuando te hablo de la mirada de Dios. Él no padece de ira porque alguno de nosotros le ofenda, o mejor dicho, le intente ofender. Ama a todos lo hombres en general, sabiendo que hay buenos y no tan buenos, santos y no tan santos. La mirada de Dios sobre nosotros es siempre de misericordia, pues conoce de qué estamos hechos, que somos limitados y testarudos. Pero siempre en su mirada hay ternura. Como si hiciese llover sobre justos y pecadores una mezcla de compasión y tolerancia para empapar nuestra “reactividad irracional”. Como si un padre abrazara a dos de sus chiquillos que se pelean a puñetazos. Así es como te mira Dios cuando, “inmerso” en tu reactividad, no atinas a ver más que aliados contra enemigos, puros contra pecadores, buenos contra malos. El secreto está en responder desde una actitud “proactiva” (4), o sea, inteligente y equilibrada. Comienza a ejercitar la mirada de Dios y atrévete a repetir de corazón las palabras del divino Maestro: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Mt 23,34). La mirada de Dios es una herramienta que espera ser asumida por ti para regalarte una nueva concepción del universo. Cuando te traten con dureza, ira, violencia, burla, u otro tipo de agresión, recuerda que la primera víctima no eres tú, que pudieras sentirte agredido, sino el agresor que sufre de cierto estado de “irracionalidad” y es esclavo de un profundo tormento subjetivo. El agresor solo da de lo que abunda en su interior. Si su comportamiento es tormentoso y tóxico es porque está transparentando la tormenta y toxicidad que lo habita. Estos son dignos de lástima. Por eso debes contemplarlos con misericordia, paciencia y una sincera intención de redimirlos de ese estado tan lamentable. Tienes que mirar como mira Jesús (5). Pregúntate: ¿cómo lo vería Dios?, ¿cómo lo contemplaría desde su altura? Y aunque no alcances a conocer perfectamente como le es propio a Dios, caerás en la cuenta de que Él conoce el final de la historia y su Providencia siempre actúa convenientemente. Asume esta actitud divina, te llevará a una serenidad de vida. Pacificará tus relaciones con el bálsamo de la tolerancia y la compasión. En el bautismo has sido regenerado y elevado a una participación con la esencia divina.6 Otros no pueden amar “a lo Dios”, pero tú sí. Otros no pueden perdonar “a lo Dios”, pero tú sí. Otros no pueden contemplar las cosas, las personas y los acontecimientos como los contempla Dios, pero tú sí. Pues has conocido que por tu unión con Cristo no eres tú quien hace las cosas. Es Dios quien ama en ti, quien perdona en ti, quien contempla en ti. ¡Qué descanso tan placentero y seguro en la Providencia divina! Se trata de reconocer la altura de tu dignidad de hijo de Dios, sin sucumbir a la tentación de reaccionar como si no lo fueras. Recuerda, cuando vuelvan a “ladrarte” o agredirte, no te desnaturalices ni te resbales al nivel reactivo. Esas almas “agresivas” están clamando por que alguien las abrace con misericordia; por que tú las pacifiques con tu perdón gratuito e incondicional. El mundo se ve mucho más bonito cuando lo miras con los lentes de Dios. Inténtalo. NOTAS: 1 Cuando queremos que se apure el tiempo es cuando más parece retarnos; si queremos saber lo que sucederá mañana, no podemos. A veces cargamos con el pasado como con un bloque insoportable y condenatorio que nos limita y nos impide levantar la frente. Por otro lado, nunca podemos estar en más de un sitio a la vez, aún cuando navegamos en la red. Estamos obligados a esperar un “tiempo” para llegar de un sitio a otro. Se hace casi insoportable cuando esperamos que llegue el bus y nunca llega, o cuando nos quedamos atascados en un embotellamiento. 2 Cf. Isaías 41, 4; 44, 6; Apocalipsis 1, 8. 17; 2, 8. 3 Cf. Mateo 6, 22-23. 4 Entiéndase lo contrario de “reactiva”, que es automática e irracional. 5 Cf. Lucas 10, 33; 15, 20. 6 Cf. 2 Pedro 1, 4. (Fecha: marzo de 2015) |
AutorRubén de la Trinidad, misionero católico de la Congregación de la Misión (Padres Paúles). Cubano, estudiante de Teología. ArchivosCategorías
Todos
|