(SIGUIENDO EL MANUAL DE HISTORIA DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN, CAPÍTULO XI) Los años oscuros La segunda mitad del siglo XVII fue para Polonia una época terrible. A principios del siglo el estado polaco estaba en un apogeo territorial. Luego, perdió a Livonia en 1629, pero en las paces con Rusia, fue compensada agrandando su territorio, llegando a una superficie de 999.000 km2 (casi tres veces más extenso que su territorio actual). La población era de 10 millones de habitantes. El 23% vivía en las ciudades mientras que el 77% vivía en el campo. La mayoría de la población era católica, pero existían minorías ortodoxas y protestantes que se sentía perseguidas por un catolicismo vigoroso. Para esta época, la religión era intensamente sentida por el pueblo y favorecida por la aristocracia, a diferencia de los tiempos de Segismundo II Augusto, el rey que favoreció la reforma y el paso de muchos nobles al protestantismo. Fruto de esta religiosidad es el grito de “Jesús y María” con el que cargaban contra los turcos los escuadrones de caballería, así como la consagración del Reino a María en 1655. Entró con pujanza la reforma católica y por todas partes surgieron iglesias y monasterios. La iglesia polaca emprendía el camino de las decisiones tridentinas. Sin embargo, Polonia era un verdadero gigante con pies de barro, a diferencia de las potencias europeas que se fortalecían con el absolutismo, los polacos no habían sabido acompañar las conquistas militares con una adecuada estructura civil y social. Desde 1660 hasta 1686, año en el que perdieron a Ucrania, Polonia vivió en una secuencia de conflictos bélicos. Los misioneros en Polonia entre 1660 y 1685 En este marco trágico y sublime se encuadra el trabajo evangelizador de la CM, Polonia era un país ideal para la presencia vicenciana. Los paúles habían llegado en tiempos de San Vicente, llamados por la reina Luisa María de Gonzaga. El hecho de que llegaran en el séquito de una reina francesa ha sido interpretado políticamente como con la intención de reforzar la influencia francesa y contrapesar la preponderancia jesuítica en la corte. Sin embargo esta interpretación desconoce a todas luces el verdadero carácter de San Vicente, quien entendió aquel hecho como un verdadero “envío a misión”. Misión difícil por los azotes de la guerra, la peste y el hambre. Vicente tenía en mente la formación del clero y las misiones populares. La primera casa se alzó en Varsovia, a la sombra del palacio real. Al comienzo los ministerios se hacían en francés, pero muy pronto los misioneros estaban capacitados para asumir la Parroquia de la Santa Cruz. Tras la renuncia del párroco, el obispo de Poznam dio a los superiores de la Misión el derecho de patronato. La reina dotó a la casa de múltiples bienes. Los siete primeros superiores fueron franceses, desde 1651 hasta 1679. En 1667 el Padre Desadames asistió a la reina en su última enfermedad. Tenía miedo de la muerte y se confesaba todas las noches. A su muerte su marido decidió abdicar e irse a Francia. En los años siguientes la situación de los misioneros no empeoró. Se habían adaptado bien. En febrero de 1674 escribía Jolly: “nuestros misioneros de Polonia han comenzado a dar misiones con un éxito extraordinario”. No obstante temía no poder continuar por la falta de personal ante el inminente peligro turco. En una maniobra inesperada Sobieski con la mítica caballería polaca cruzó la línea de los turcos y dio muerte al serbal turco atravesándole con su propio sable. Sobieski estaba casado con la cuñada del embajador francés. Era indiscutible la influencia francesa. En este tiempo también prosperó la Congregación, pero no era por la influencia que pudiesen tener los franceses. En Varsovia, además de la parroquia se inauguró el seminario externo para la diócesis de Poznam y un año después el seminario interno o noviciado. Los obispos se mostraban favorables, entre ellos Juan Molochowski estableció a la Compañía en sus dos diócesis. Durante una de las periódicas pestes que asolaban, el párroco de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores la abandonó para respirar aire más puro, lo mismo hicieron varias comunidades religiosas, los misioneros se quedaron sirviendo a los apestados con un admirable valor. Pasada la peste, el párroco se presentó, pero la gente lo rechazó y la parroquia fue entregada a los misioneros. Al ser trasladado a Cracovia, el mismo obispo llamó a los misioneros para atender el seminario del castillo de Wawel (1682). El clero que poco a poco se fue acercando a los misioneros los fue conociendo y teniendo en estima, al punto de visitar la casa para ejercicios y confesiones, se reafirmaba así nuestra tradición de hacer de nuestras casas las “casas del clero”. La buana fama da la CM no se manchó con el estallido del caso de Eveillard, un excelente misionero, que desde que era seminarista fue enviado a Polonia a aprender el polaco, luego regresó a su país donde estuvo de superior de Bons Enfans, luego regresó a Polonia. La ambición y el querer estar entre la gente más importante lo fueron cegando. Jolly lo mandó regresar de Polonia, y este movió cielo y tierra para no regresar, allí tenía numerosos protectores. Finalmente faltando a la obediencia se salió de la Congregación, llevándose consigo libros, vestidos, ropa interior y dinero. Jolly comentó lacónicamente: “es mejor perder todas las casas que la obediencia a los superiores”. Tampoco faltaron conflictos con los religiosos. Sucedió como cuando el obispo Malachowski, los llamó a Stradom, un suburbio cerca de Wawel, para una segunda fundación, se produjo una sublevación general. Dominicos, franciscanos, profesores de la universidad, canónigos de la catedral, todos se opusieron a la fundación y utilizaron para destruir la empresa todas las influencias posibles. Jolly envió para ejecutar tal misión a Monteils por su firmeza, quien para esta ocasión empleó el estilo del santo fundador para estos momentos. La casa no había sido procurada por los misioneros, sino donada. Por lo tanto, esta obra debía ser defendida como don propio de Dios. Los misioneros entre 1685 y 1697 En esta época se empieza a consolidar la Congregación en Polonia, aunque había aun poco personal, la mayoría francesa que en un principio hubo fue dando paso a una generación de misioneros polacos que estaban bien penetrados de la vida eclesial y los problemas propios de la gente en ese país. Jolly no se equivocó al escoger para provincial al hombre exacto: Bartolomé Miguel Tarlo, misionero muy preparado y con un curriculum loable en la CM. Otros nombres que debemos recordar en esta senda abierta por Lamberto aux Couteaux, distinguido en el servicio a los apestados de Varsovia, son: Antonio Fabri, de la diócesis de Veroli, fue formador y luego visitador. John O´Fogerty, irlandés de rasgos casi místicos, era verdadero hijo de San Vicente tanto como predicador como confesor. Pasaba largas horas en adoración frente al Santísmo para volcarse luego al servicio de los pobres y enfermos. Pablo Godquin, parendió rápidamente el polaco, se iba a las monatñas a predicarles a los bandidos y estos le escuchaban. La vida cotidiana El cuadro general era muy parecido al de Francia e Italia. A las 4 am se levantaban. A continuación oración vocal, Misa, meditación, lectura de la Sagrada Escritura. El resto de la mañana se dedicaba a los ministerios. A las 11 examen, comida y recreo. A las 6 pm oración, examen, cena y recreo. Todo terminaba a las 8:15pm cuando se hacían las oraciones de la noche antes de dormir. Se hacían dos comidas y ambas con lecturas. Los recreos que duraban una hora, se acortaban los viernes y durante la cuaresma. De los ingresos a la CM, casi dos tercios fueron admitidos a los votos, el 64,17% del total. Los candidatos para hermano fueron pocos y solo 4 de 8 fueron admitidos a los votos. En cuanto al origen social, pocos procedían de las clases rurales por la dificultad de hacerles estudiar. Algunos pertenecían a la burguesía y otros hasta a la nobleza, como el caso de Tarlo. La mayoría polacos, pero no faltaban quienes vinieran de nacionalidades vecinas. Los estudios no era distintos a los que se recibían en cualquier parte de la Europa católica, y por otra parte la uniformidad era algo distinguía siempre a los hijos de San Vicente. Aunque en Polonia ya habían hecho muchas misiones los jesuitas, franciscanos y dominicos, la CM se dedicó a hacer misiones estratégicas, al norte, en la parte central y en el sur. Las tres casas conservan los libros de misiones. Se calculan que en la Santa Cruz hasta el año 1772 se predicaron unas 3 000 misiones, el estilo era el mismo que en Francia e Italia. En cuatro lugares se desenvolvían en actividades parroquiales, y hasta en trabajos con las cofradías como en el caso de Santa Cruz, que existía la Cofradía de San Roque, que entraba frecuentemente en colisión con la Cofradía del Santo Rosario establecida en la vecina iglesia de los dominicos. Tarlo convirtió la cofradía de san Roque en la cofradía de la Pasión y compuso en 1707 un texto muy expresivo que todavía hoy se canta en todas las iglesias de Polonia durante la Cuaresma, se llama Gorzkie Quale y su contenido es principalmente una meditación de la Pasión del Señor. Además, en las casas polacas, se desarrollaron trabajos en los hospitales que eran varios. Igualmente se trabajaba en unión con las Hijas de la Caridad. Igualmente los misioneros se distinguieron también en la enseñanza. En suma, en Polonia-Lituania, la CM se encontraba en situación floreciente, pronta a jugar un papel de primer plano en el siglo siguiente. (Año 2016)
0 Comentarios
SOLAMENTE SE TRATAN LOS CAPÍTULOS XI Y XII Capítulo XI: Posible actualización de la doctrina vicenciana de las virtudes. Vicente supo desde un principio que el mundo de los pobres era bien doloroso y quiso suprimir esta realidad en la medida de lo posible. Pero este cambio lo haría mediante la caridad. En este capítulo se intentará ver si la virtud es adecuada para las personas y la sociedad. Y si es positivo, entonces ver cómo redimensionar la virtud para que sea vigente. Los criterios unificadores de la virtud vicenciana son:
Una moral personalista centrada en las virtudes El Catecismos de la Iglesia Católica se expone en un esquema de moral de mandamientos. Esta manera de presentar la moral tiene varias ventajas:
Este esquema, sin embargo tienen las siguientes desventajas:
Moral del deber o de la responsabilidad Por la influencia del kantismo muchos autores optaron por la moral del deber. Ella parece más pura por no ser teleológica. Sus ventajas son:
Los aspectos negativos que encontramos en ella son:
Moral de virtudes Según Aristóteles, cuando el hombre actúa de acuerdo con la justa razón, obre lo que es bueno para su naturaleza. La virtud está en el justo medio. Se debe querer mediante una elección reflexiva. Las virtudes son hábitos, por lo tanto solo es virtuoso el que las posea de manera arraigada. La escuela teológica que más se destacó en el tratamiento de las virtudes fue el tomismo, como una moral de la voluntad deliberada y de los hábitos correspondientes. Entre sus fortalezas encontramos:
Por otra parte contó con las siguientes desventajas, que vienen más bien del modo en que este pensamiento tomista se enseñó posteriormente:
Una moral centrada en las virtudes repensada desde el personalismo cristiano. Las objeciones de arriba no invalidan el personalismo cristiano. El personalismo puede salvar la moral de virtudes renovándola. El personalismo es una reacción frente a los sistemas totalitarios, de los cuales el siglo XX fue pródigo. Tiene la pretensión de ser escuela y converge en la dignidad de la persona. Entiende que lo central de la filosofía es la meditación del hombre sobre el hombre. Trata que el hombre se encuentre consigo mismo sin rodeos. Dentro de esta escuela se aprecian una gran variedad de vertientes dentro del mismo personalismo. Por ejemplo encontramos un personalismo ateo y uno creyente. Dentro del creyente igualmente encontramos una variedad de corrientes. Pero por encima de todas las diferencias que puedan encontrarse en los distintos personalismos, encontramos una afirmación: la primacía y la defensa del hombre. El personalismo valora:
El personalismo es una filosofía de la acción. La acción suprema es el proyecto ético de superarse a sí mismo. Esto es un movimiento ascensional que se lo denomina “valores”. Así el personalismo cristiano ve que los valores residen en Dios. Mounier refiere cuatro dimensiones en la acción:
En nuestro caso apostamos por una moral construida desde el personalismo cristiano. El cristianismo ha tenido que ver mucho con la génesis y el desarrollo mismo de la noción de persona. Y la doctrina de la semejanza cristiana continúa siendo el núcleo fundamental de la antropología cristiana. Este personalismo lo podemos expresar desde Latinoamérica como conciencia de dignidad personal y de fraternidad solidaria (DP, 454). El puente para unir el personalismo con la virtud es el concepto de valor. Y de la mano del valor esta lo “importante”. Nada puede ser querido si no se presenta bajo un aspecto de importante. En esta línea, el valor deja de ser un abstracto y se lo busca como un bien a adquirir o mantener. El valor encarna una lo verdadero y lo válido. Ocupa un lugar en el orden de las nociones fundamentales. El valor aparece como un medio para ser mejor y como un fin en sí mismo. Resumiendo, cuando la persona se adhiere a lo que percibe como un bien, se deja despertar por su contacto. Es propio de los valores comprometer el intelecto. Y también la afectividad. Los hombres se mueven más por los valores que por las teorías. El cristianismo es una relación de amor, que se recibe gratuitamente y se devuelve espontáneamente. El seguimiento de Cristo se suscita al contemplar su valor, que es amor hecho forma. Entendeos que así repensada, la moral centrada en la virtud es capaz de confirmar y completar las intuiciones del personalismo moderno, con los siguientes beneficios:
Marciano Vidal propone cambiar el concepto de “valor” por el de opción fundamental. Y aunque tiene sus razones, sin negar la utilidad de los conceptos, no vemos que exista razón para hacer que el concepto de virtud entre en conflicto con el de opción fundamental. Además, la utilización de las virtudes para abordar el mejoramiento de la vida, aun lo social, es empleada incluso por autores que no están vinculados al pensamiento clásico. No es que la virtud sea la única categoría de la ética teológica. Pero si se presenta así enriquecida, la ética de virtudes puede dar una satisfactoria respuesta a quien busca vivir los valores del reino en el mundo actual. Capítulo XII: Relectura de las virtudes vicencianas: El personalismo virtuoso. Hemos mostrado la viabilidad de una moral de virtudes repensada desde un personalismo. Ahora intentaremos hacer una relectura de la ética vicenciana de las virtudes desde esta perspectiva. El aporte más perenne vicenciano es asumir desde la caridad e clamor de los pobres. Para san Vicente, en esto consistió la eficacia del Evangelio. Desde las Escrituras pudo ver que Cristo no solo atendió a las necesidades espirituales de la gente, sino que también cuidó de lo material. Según Vicente “nuestra herencia son los pobres”. La Iglesia no puede olvidar que el encuentro con el marginado tiene para ella un valor de justificación o de condena, pues servir a los pobres es servir a Dios. La propuesta de san Vicente debemos ahondarla en los siguientes elementos:
La caridad El amor caritativo, al tener un origen divino, es participación del mismo amor de Dios (Rm 5,5). Según san Agustín, la más breve y mejor definición dela mor es el orden del amor (ordo amoris), pues ella es la que jerarquiza y da sentido a todo obrar virtuoso. La cuestión es cómo vivirla hoy. Por eso debemos intensificar algunos aspectos:
La fe y la esperanza En tiempos de san Vicente la fe debía remontar muchos obstáculos: guerras de religiones, crisis eclesiales, ignorancia, grupos fanáticos y rigoristas, etc. En este siglo XXI también tenemos nuestras crisis, como a toda época. Tenemos numerosos desaciertos de la institución eclesial, ataque y ridiculización de la Iglesia por muchos medios de comunicación, persecución velada, multiplicación de sectas, indiferentismo, etc. Notamos que en gran parte de occidente la fe no tiene arraigo. Esto debe llamarnos a una fe más adulta, evangélica, más reconciliada con lo humano. La fe sigue conservando su valor en este siglo. Ella satisface las aspiraciones antropológicas básicas y los interrogantes más profundos del hombre. La historia ha demostrado como la separación entre fe y razón realmente empobreció a una y otra, cuando realmente estas están llamadas a desarrollarse en una profunda unidad. Hoy debemos estudiar más, las diversas ciencias han crecido inmensamente en comparación con el siglo XVII. Para ser fieles al hombre contemporáneo se pide formación permanente. Evitar esto es alejarse de la verdad y brindar un servicio deplorable a los pobres. Y para esto debemos desnudarnos de todo lo que pueda impedir el correcto aprendizaje de todas las cosas. Para alcanzar el conocimiento de la verdad, tenemos que despojarnos de todo lo que enturbia nuestra mirada y amar la realidad que es la única verdad. Necesitamos una fe que se manifiesta más inmediatamente cristológica; que se nutra de la lectura vital de las Escrituras. El cristianismo volverá a ser creíble cuando hagamos nuestra la vocación del Hijo de Dios: evangelizar a los pobres. De hecho cuando la Iglesia opta por el pobre, los templos se llenan. Esta pobreza que el mundo no sabe cómo manejar debe ser para nosotros lugar privilegiado para la acción. A la luz del Vaticano II, la actitud misionera ha asumido muchos cambios. Se debe evitar:
Mas, la tolerancia religiosa es necesaria para una convivencia entre distintos. La fe mueve a un nuevo impulso misionero, tanto a nivel interno como externo. La tradición vicenciana nos invita a vivir en una esperanza activa que lleva a confiar en la Providencia de Dios. La esperanza busca la realización del proyecto de Dios en este mundo. La esperanza teologal ayuda a no desesperar de la propia debilidad e imperfección. Quien hace la voluntad de Dios esperando en Él, se hace semejante a Cristo. La humildad San Vicente entendió que la humildad era necesaria para la verdadera construcción de la caridad. El ser humano es propenso a vanagloriarse en sus talentos, hasta llegar a lastimar la caridad y la justicia. Sigue siendo válida una continua llamada a la humildad. La humildad nunca debe ser devaluación de la persona, al contrario, ella robustece a la misma en cuanto que le lleva a la aceptación sencilla y gozosa de lo que es. El humilde es orante, agradecido y disponible. Toda perfección es gracia de Dios y quienes son humildes están en disposición de recibir grandes dones. Con respecto al trato con los hombres, la humildad implica:
La justicia En el siglo XVII san Vicente logró que las clases sociales se ayudaran. Sensibilizó a los altos burgueses y nobles, recordándoles que debían hacerse cargo del dolor de los pobres. Todavía hoy sufrimos igualmente calamidades económicas. Actualmente tenemos muy mal reparto de las riquezas. Tristemente, esto aumenta el índice de delincuencia y hoy las cárceles son con frecuencia escuelas para aprender a delinquir. También es cierto que en muchos aspectos la humanidad es hoy mucho más justa que en el siglo XVII, se defiende con más intensidad los derechos humanos. La mejor manera de defender a la persona humana es aplicando la Doctrina social de la Iglesia. Asimismo, se debe asumir lo mejor de la teología de la liberación. La ética vicenciana invita a mejorar la sociedad desde la caridad y la justicia. La justicia debe ejercerse:
La sencillez Hoy como ayer, la sencillez sigue siendo necesaria, para que la relación siga siendo caritativa y verdadera. La sencillez fomenta tanto la verdad como la veracidad. Así el sencillo se goza en la verdad, porque vive en la realidad y lo expresa con la mayor transparencia. Tiene conformidad entre lo que dice y lo que efectivamente piensa. La sencillez y la sinceridad son el primer requisito e toda actitud discipular. Estar en la verdad en relación con los hombres implica evaluar la propia actuación en los diversos estadios en donde nos movemos. El sencillo al saberse limitado, se abre a los demás, para mantenerse en continuo crecimiento. Ser sencillo es no tener segundas intenciones, ni hacer una cosa para obtener otra. La prudencia caritativa ayuda a discernir. Así que, si el callar perjudica la caridad se deberá hablar. La mortificación La teología del siglo XVII vivió un dolorismo extremo, el sufrimiento parecía como el signo más distintivo del seguidor de Cristo. Ahora la teología ha hecho un serio intento por reconciliarse con lo humano. La moral vicenciana nos invita a actualizar el sentido oblativo del amor de Cristo. El Nuevo Testamento insiste en ser fiel al amor aunque esto implique llegar a la cruz. Pero el centro del razonamiento no es la cruz, sino la persona de Jesús. La mortificación tiene una dimensión directamente religiosa que nos conduce a la vida orante. Se la puede llamar también ascesis. Nadie asume la sabiduría cristiana si no sabe morir a sí mismo. Le espiritualidad de la cruz enseña que amar implica una cuota de olvido de sí. La mortificación a veces puede tornarse un poco narcisista que debe ser evitada. Pero si esa autodisciplina implica estar más sano para servir mejor, si es dominio de sí; si se sabe darle una dimensión cristológica, entonces está en buen camino. La mansedumbre Parece que esta virtud es cada vez más necesaria. Nuestro mundo está saturado de violencia. Hagamos una breve enumeración:
La mansedumbre se debe ejercer diariamente siendo promotores del diálogo. La mansedumbre lleva, por un lado al diálogo tolerante, pero se opone a dos vicios opuestos: el fanatismo y la permisividad. No importa cuántos años tengamos, siempre se puede crecer un poco más en la mansedumbre. La mansedumbre encuentra modos de expresar adecuadamente la indignación que produce el ver la explotación de los excluidos. Una de las grandes enseñanzas de la ética vicenciana es saber combinar amabilidad y firmeza a la hora de decidir cómo construir un mundo más justo. Necesitamos unir contrarios para potenciar el reinado de la caridad. Hay que ser firmes sin ser duros en nuestra actuación y evitar una amabilidad sosa que no sirve para nada. El celo misionero Para entender esta virtud debemos entender necesariamente la palabra “celo”. Por celo entendemos el ardor, la diligencia y el entusiasmo; y por apostólico precisamos la dirección de dicho esfuerzo: establecer la obra de la evangelización. El celo apostólico es vivir creativamente la consigna paulina: “En cuanto a mí, me gastaré y me desgastaré por vosotros” (2Cor 21, 15). Maloney dice que el celo es “amor fiel y perseverante”. Es necesario que nos envuelva la brisa fresca del celo misionero. El papa Pablo VI exhortaba a: “¿Creen lo que predican, viven lo que creen, predican lo que viven?”. El celo misionero es fundamentalmente una expresión de la vida teologal, sobre todo de la virtud de la caridad. El celo misionero acompaña este movimiento caritativo remarcando su celeridad y creatividad. Es vehículo de caridad que constantemente nos hace ver al otro como semejante y como regalo del amor de Dios. También es necesario aprender a trabajar cada vez más organizadamente, pero también más descentralizadamente para que los esfuerzos evangélicos den más fruto. La virtud del celo nos ayuda a la autocrítica de ver cómo se ejerce la actividad evangelizadora. La caridad apostólica debe llevar a pasar de una pastoral de mantenimiento a una pastoral de misión. Otro paso necesario es abrirse a la acción misionera “ad gentes”, a la universalidad. El propio dinamismo de la fe invita a que una vez aprendida se busque comunicarla. De este modo, la dimensión misionera será fuente de espiritualidad y vida para la parroquia. Los medios para llevar a cabo esta pastoral misionera son:
Intentamos actualizar las virtudes vicencianas de acuerdo con el personalismo cristiano. Y a la vez, intentamos armonizar las demandas de las personas con las de la sociedad. La persona no se plenifica si no se hace don para los demás. Una moral personalista se centra y estructura desde la caridad, ya que afirma que la ética es el arte de amar bien. Hemos concluido este estudio acerca de la moral de virtudes en los escritos de san Vicente de Paúl. Tenemos la convicción que una ética centrada en las virtudes desde el carisma vicenciano, repensada desde el personalismo puede ser un sugestivo camino de humanización. Finalmente esta obra tiene la pretensión de brindar elementos para que avancemos por la senda de la necesaria conversión, que asume quien acepta el desafío de combatir la miseria. (Junio 2016) Bajo este título se nos llama a reflexionar y plasmar nuestra propia opinión. Comenzaré haciendo unas pequeñas especificaciones necesarias para abordar el tema en general, sin faltar a la justicia.
[1] Me he querido servir de este concepto (ámbito vital) para nombrar aquellas esferas de la vida del hombre que, para un análisis antropológico, podríamos distinguir saludablemente sin reducir estos espacios a estancos vitales. Ámbitos vitales podrían ser los lugares de comportamiento en los que el hombre se mueve: relación matrimonial, filial, vida profesional, práctica religiosa-ritual, hechos celebrativos, alimentación, ocio, recreación, creación-participación artística, etc. 2016 Introducción La vida religiosa hoy día afronta problemáticas diversas como en todas las épocas. Se le presentan nuevos retos, desafíos, crisis, oportunidades para superarse y crecer. Solo una renovación, reformación y actualización de su vida, de su actuar y pensar (aspecto teológico) podrá hacer que una vez más, este estilo de vida, sobreviva y flote sobre el áspero oleaje que le amenaza y marea. En este sencillo trabajo no he querido repetir más de lo mismo. No he querido volver a exponer la vida religiosa en sus teorías, tantas veces enunciadas y enseñadas ya. Más bien, busco exponer una propuesta que, a mi entender, podría ser una de las claves para esta necesaria renovación y “redención” de la vida consagrada actual. Desarrollo Usualmente encontramos reflexiones en torno a la vida religiosa, cuya postura principal radica en la necesidad de profundizar en la naturaleza y actualidad de los votos religiosos. Hallamos una buena fundamentación teológica sobre los consejos evangélicos, empezando por lo que nos presentan sobre ellos los evangelios y la enseñanza contenida en las Cartas paulinas. Luego, se sigue con la enseñanza tradicional del Magisterio. No sé hasta qué punto sea saludable el volver una y otra vez sobre la temática de los votos en cuanto tales. La realidad es que, aunque esto pueda ser de provecho para los religiosos con un camino andado por estas rutas de la vida consagrada, puede a su vez se un poco repelente a los sentidos de los jóvenes que se cuestionan una futurible vida religiosa. Muy a los comienzos de este estilo de vida que llamamos “religiosa” podemos percibir casi una ausencia de los votos expresamente “profesados” de manera simple o solemne. Este es el caso, por ejemplo, de la vida de los primeros monjes reunidos en torno a los Padres del desierto, ya sea Antonio o Pacomio.[1] No se han hallado en sus escritos vestigios de esta práctica de manera explícita. Era la frescura-libertad cristiana que vivían aquellos primeros que se apartaban del mundo (fuga mundi) la que cautivaba a tantos cristianos. El entusiasmo creado por la libertad de espíritu y la novedad de una vida transfigurada posible, en medio de un mundo adormecido en sus ritmos mediocres y comodidades. El testimonio de vida de los consagrados siempre ha sido, por así decir, la mejor pastoral vocacional. Cuando un joven con ilusiones de buscar la santidad y la perfección evangélica se acerca a algún padre espiritual, lo hace movido por la “fascinación” de las cosas sagradas. El sentido de lo apartado del mundo suscita en él un deseo de seguir una vida bienaventurada, feliz, escondida muchas veces al mundo. Pero esta misma búsqueda no puede nacer si primeo no ha sido puesta la semilla de la vocación en su interior. Esta semilla solo puede nacer de un habitual encuentro con el Que es fuente de alegría y sentido total: Dios. Por ello es imposible la vocación sin oración; sin ella es imposible escuchar nítidamente el llamado. La crisis “epistemológica” de la vida religiosa Distintamente de lo que se piensa, en la actualidad no hay una crisis de vocaciones a la vida religiosa. En la actualidad hay una incoherencia radical con la actitud profética de la vida consagrada, una disonancia entre lo que se pretende tener por base de vida y costumbre y lo que realmente se vive en las comunidades de consagrados. El hecho de que en todos los tiempos haya habido mayor o menor “infidelidad” a los votos o los distintos carismas por parte de los religiosos, no es una justificación para pensar que hoy todo no es más que un devenir natural histórico de la vida consagrada. Hoy más que nunca se hace necesaria una aclaración de la cuestión vida consagrada. Pues antes se sabía a ciencias cuándo había o no problemas o infidelidades en la vida religiosa. Hoy, por el contrario, no muchas veces se tiene clara conciencia de esto, y es por ellos que la raíz del asunto está en la “epistemología misma de la vida consagrada”, si es que no es mucho atrevimiento hablar en estos términos. Cuando digo “epistemología de la vida consagrada” quiero expresar todas las fuentes del conocimiento cierto sobre lo que debe ser esta vida; y la manera que tenemos de abordar estas fuentes, el modo de interpretarlas y el grado de seriedad que le conferimos a las mismas. La crisis de hoy[2], como hemos descubierto desde que emergió el pensamiento removedor de Immanuel Kant, no es más que el problema crítico. Se trata del cómo conocemos y qué grado de certeza llega a tener objetivamente cada concepto logrado por el ejercicio de nuestro “conocer”.[3] Aún más, podemos decir que estamos en una era de “autonomía epistemológica” o “gnoseológica”. Cada cual se crea su propia regla de hermenéutica para digerir lo fenoménico en cuestiones de costumbres de vida consagrada. Si para Kant, nunca podíamos llegar al mero noúmeno, por la incapacidad facultativa de nuestros sentidos, hoy día el noúmeno de lo que es vida religiosa en sí, se nos hace más escondido y misterioso que el noúmeno mismo. No es un juego de palabras, es la subjetividad reinante del mundo posmoderno que nos ha alcanzado con un lazo dulce e hipnótico. La crisis de la vida religiosa hoy está dormitando como una “kundalini”[4] en sus raíces, en la fuente misma del consagrado. Por eso creo que la única salida feliz, esta vez, será volver a las fuentes originarias, a la génesis de la vocación a la vida religiosa. En el presente trabajo, intentaré presentar tres principios elementales, a mi entender, que podrían cambiarnos la perspectiva a la hora de abordar el tema que nos ocupa. Pueden ser tomados como valores o como pilares. Lo más importante no será cómo lo cataloguemos, sino cómo nos dejemos iluminar por ellos. Estos principios, valores o pilares fundamentales para la vida consagrada de hoy los he querido llamar: caridad, verdad y espíritu. Caridad, Verdad y Espíritu ¿Por qué he elegido estos tres principios y no otros? La respuesta es sencilla. Me ha parecido que estos son la clave para una actualización del lenguaje a la hora de presentar la misma vida religiosa y serán pautas certeras para lograr una renovación de la misma ad intra. La Caridad Más que renovar la vida religiosa, vista como un “universal” no concreto, hay que renovar al religioso mismo, en su propia individualidad. Empiezo por la Caridad, como es lógico por la preeminencia que tiene esta virtud en la fe cristiana. Ya lo dirá san Pablo en su magistral y clásico himno a la Caridad. Aunque el religioso gozase de todas las virtudes y valores capaces de contener un ser humano, si tan siquiera le faltase el amor (caridad) nada sería, pues la mayor de todas las virtudes es la misma Caridad (cf. 1Co 13, 1-13). De más está decirlo, detenerme mucho en este valor del amor[5] sería redundante. El amor es preeminente, es la esencia de Dios, pues Dios es amor (1Jn 4, 8); porque el amor es la Ley nueva del Cristianismo, en ella se resumen los mandamientos y son la causa misma de la Bienaventuranza. Lo que medularmente distingue a un cristiano es su medida de amor. Ya sabemos la tan abusada frase del santo Obispo de Hipona, “ama y haz lo que quieras...” El doble mandamiento del amor será la regla distintiva de todos los que quieran abrazar la salvación lograda por Cristo. Amar a Dios, amar al prójimo, y por si no bastase, amar al mismo enemigo, quien te persiga y ofenda, quien te odie y te crucifique. Contra el amor no hay ley, dirá el Apóstol, porque es el amor mismo el Paradigma de toda la moral puramente cristiana. Seguir a Jesús es seguir un camino nuevo, sacrificial y martirial, desconocido por este “siglo”, y solo puede sustentar este camino la asunción consciente del amor y sus consecuencias. Solo el que ame verdaderamente podrá dar testimonio feliz de Dios, pues “quien no ama no ha conocido a Dios” y nadie da lo que no tiene. Esta es la misión del consagrado hoy: manifestar la vida de Dios, aún mejor, manifestar al Dios de la vida y del amor. La Verdad Si mucho pudiéramos decir del amor, mucho podríamos decir también de la Verdad. Estamos en un mundo roto, líquido, fragmentado, vacío y herido en sus conceptos más fundamentales. Zarandeado en sus valores vitales. Es un mundo posmoderno y confuso, adicto de inmediatez, saturado de superficialidad e incapaz de esperar.[6] Cada vez se hace más difícil para el hombre actual vivir con un fundamento que no conozca modas o mudanzas. Aunque la noche sea muy bella y una voz llegase a gritarle desde el cielo, el “antropostmoderno” no levanta su mirada del Whatsapp, Facebook, Instagram… para contemplar admirado las estrellas. Se ha hecho insensible a la admiración más natural, y por tanto ha sido inhabilitado para el ejercicio del filosofar. Es un hombre de pensamiento cojo.[7] Ésta es una era relativa y casi absurda. El pluralismo, la globalización de todo el universo del saber, la facilidad de alcance de cualquier información ha hecho de este tiempo la era del relativismo más maleable jamás visto antes. Estamos en un mundo de materias sin formas claras y nítidas, tan necesarias antaño. Es un nuevo “confusionismo” epistemológico que invalida cualquier criterio fundado en pretendidas bases de verdad, cualquier razonamiento lógico o movimiento racional. Estamos neutralizados por la relatividad. Muchos han adoptado la postura más cómoda: dejarse llevar por la corriente, unirse a la aldea global absorbente, buscarse amistades y sociedades cibernéticas, para de vez en cuando, volver a posar sus pies en el mundo real. No obstante, en este mundo de titulares permanentes y compulsivamente ruidoso, se deja escuchar un leve silbido aún, que hace vibrar nuestras fibras y genes más recónditos. Es el “murmullo de Dios”, la Verdad inmutable capaz de dar estabilidad a todas las cosas y que sostiene al mismo universo más que el “Bosón de Higgs”[8]. Una verdad que se deja hallar también en lo bello y lo más perfecto. Una verdad que apunta a lo consumado y definitivo. El mundo de hoy está ávido de esta verdad, tiene sed de consistencia, y padece esta sed de manera tácita, en un sollozo y gemir mudo. El mismo mundo que se sacude las coyundas del “dogma”, luego se hunde en dependencias cenagosas para ahogar su apatía existencial[9]. Este es el siglo que espera profetas ilustrados por la Verdad, esperan una Noticia Feliz. El Espíritu No me refiero acá a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, sino al sentido de lo sagrado y principio de la necesaria “sacralización” frente a la negativa “secularización”. En toda esta amalgama compleja del panorama actual también se deja ver una carencia de mística cierta, de espiritualidad verdadera. No hablo de la mitología ecléctica de la New Age ni al propagado misticismo cuasi mágico de las nuevas corrientes orientales en Occidente. No. Estas son precisamente las soluciones que ha buscado el hombre posmoderno de esta mitad del orbe, por haberse alejado de las fuentes “perennes” de la cultura occidental. El racionalismo moderno abrió paso al secularismo, y éste a su vez abrió las puertas a una ola de aridez espiritual. A esto se suma que los grupos e instituciones religiosas no supieron dar una respuesta adecuada a este proceso de “desencantamiento” o desacralización de la sociedad. Si no murió Dios con la pretensiosa frase nietzscheana, sí murió gran parte del hombre tradicionalmente religioso.[10] La necesidad de integrar esta espiritualidad fundamental en la vida religiosa es una cuestión de vida o muerte. Cuando hablo de “espíritu” me refiero a los valores, en gran manera olvidados, que antiguamente alimentaron la fe y la devoción de varias generaciones. El necesario “aggiornamento” pretendido por el Vaticano II, no fue bien comprendido por un número alto de eclesiásticos. En la euforia del posconcilio muchos confundieron actualizar el lenguaje y las categorías para trasmitir el contenido de la fe con una disolución indiscriminada de gran parte de nuestra herencia litúrgica y espiritual, por poner un ejemplo.[11] Relación de los tres consejos evangélicos con las tres debilidades del hombre Cuando leemos el pasaje evangélico de las tentaciones de Jesús en el desierto identificamos tres “debilidades” o propensiones de todo mortal. Y curiosamente estas pueden ser conectadas de alguna manera con los llamados consejos evangélicos. La clave para vencer estas vulnerabilidades está en seguir el ejemplo de Jesús hombre verdadero. Ahí está la clave para el vencimiento del hombre viejo y la ascesis del religioso. Estas coincidencias pueden hacerse también con los tres principios anteriormente expuestos. Las tentaciones son tres. Siguiendo el orden presentado por Lucas (4, 1-13) hallamos que:
Estas vulnerabilidades son:
Relación de la triple analogía anterior con los principios de caridad, espíritu y verdad. De este mismo modo podemos hacer la analogía entre los consejos evangélicos y los principios de caridad, verdad y espíritu. 1. La Caridad, por ser la mayor manifestación del amar, desear y querer humanos. Está unida a la Castidad, pues necesariamente solo se vive en castidad si se vive el amor en su pureza. Si el deseo y el placer buscan alimentar sensualmente las necesidades inmediatas de nuestra naturaleza animal (carne), la caridad nos hace tender a lo eterno, con una mirada “teleológica” y serena, nunca desesperada y lujuriosa. 2. El Espíritu, por ser el principio de la verdadera y eterna vida, nos pone en una sana “tensión” (intensión) a las realidades eternas, inmateriales, más que a las perecederas necesidades. No significa que debamos volvernos espiritualistas. Sino que la materialidad adquiere su verdadero sentido, y nunca se vuelve un fin en sí mismo. La Pobreza solo puede entenderse desde una actitud espiritual. Pobreza que debe ser entendida como hacer uso adecuado de los bienes y toda la creación. La pobreza de espíritu, sin duda mortificará nuestra avaricia y nos regalará la verdadera bienaventuranza prometida en el Sermón del Monte (Mt 5, 3). El hombre “pneumático” será siempre un hombre generoso y libre. 3. La Verdad, que no puede dejar de reconocer lo que es correcto, a pesar de que pueda significar la negación del propio parecer o criterio. Vivir en la verdad es ser sencillo. La sencillez nos hace dóciles, nunca complejos. El sencillo nunca teme a la obediencia porque vive en la verdad, sin tapujos ni agendas ocultas. El buen religioso tendrá que vivir en el compromiso de obedecer siempre a la verdad manifestada. La verdad siempre será la verdad, no podemos discutir o dudar ante su dictado. Y más, la verdad nos hace reconocer, que la vulnerabilidad nuestra por la gloria y el respeto del mundo son pura vanidad, o sea, falsedad. “¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre con toda la fatiga con que se afana bajo el sol?” (Qo 1, 2-3). La verdad nos hará vivir para Dios y ante Dios sin tantos afanes, la misma vida que antes vivíamos para el mundo y ante el mundo, con el objeto de ser aprobados y honrados por él. Relación del tríptico o trilogía anterior con las Tres Divinas Personas Me ha parecido de una necesidad teológica, poner también de manifiesto la relación más cercana existente entre estos tres principios con las tres divinas Personas respectivamente. Es una manera de distinguir una huella más de la Trinidad en la cosntitución humana y, más propiamente del consagrado. En una relación personal y habitual con el Dios Trino y Uno, podemos ver cómo estos valores cobran una nueva significación si contemplamos su origen en Dios mismo. Esta misa analogía sería provechosa si la hiciésemos con las tres virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad. Lo mismo para la triple práctica común que encontramos en las comunidades incipientes de la Iglesia de los Hechos de los Apóstoles, que perseveraban en la liturgia, la enseñanza y el ágape (parafraseando un poco el mensaje de los Hechos (2, 44-46; 4, 32-37).[12] Sería más ilustrativo si usáramos una tabla. Relación de los principios con distintas trilogías, partiendo de la Trinidad Principios propiamente dichos Caridad Verdad Espíritu Tres Personas Divinas Padre Hijo Espíritu Santo Consejos evangélicos o votos Castidad Obediencia Pobreza Virtudes teologales Caridad-amor Fe Esperanza Prácticas de las primeras comunidades cristianas Comunidad, fraternidad, ágape. Palabra, predicación, enseñanza, catequesis. Oración, fracción del pan-eucaristía, liturgia. Debilidades o malas propensiones humanas a las que se opone cada principio Querer, desear, placer. Poder, gloria, reconocimiento. Tener, poseer, disponer. Esta tabla nos ayuda a tener una “graficar” mentalmente cada principio propuesto y situarle en una jerarquía de ordinal, no de importancia. Hemos puesto a la fraternidad junto a la castidad, por la necesaria orientación que debe darse en los afectos humanos para una saludable convivencia. El éxito de la vida comunitaria tendrá como fundamento la afectividad bien orientada. Donde el querer y desear del religioso están en total sintonía con el deseo y amor del Padre. Este principio le es más propio al Padre, pues es el origen mismo de la Trinidad coeterna y consustancial. En tanto que el Padre es el origen de la “generación eterna del Hijo” y la “procesión eterna del Espíritu”. La comunidad religiosa deberá ser signo de la Bienaventurada Trinidad. Al Hijo que es la Verdad eterna revelada en la encarnación, el Dios verdadero y la Vida eterna (1Jn 5, 20), le es más propia la obediencia. En su “kenosis” se anonadó por obedecer al proyecto eterno de salvación, hasta la muerte de cruz. Esta fue la mejor escuela de la humildad, la renuncia voluntaria a toda la gloria y el poder que tenía en su categoría de Dios, por obedecer a la voluntad amorosa del Padre, cuyo don es todo amor. “De tal manera amó Dios al mundo…” (Jn 3, 16). El cántico de Filipenses (2, 5-11) es el mejor comentario a esta idea; y la mejor respuesta a la propuesta tentadora de Satán en el desierto: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo…” El vaciamiento del Hijo de Dios va por otros caminos, es hacerse humilde por el sendero del ocultamiento más que del aplauso y la aclamación de las masas. Así se entenderá siempre que hasta la misma rodilla doblada ante Jesús y la lengua que le proclama Señor, será remitida por Él mismo a la Gloria de Su Padre. Esta es la clave de una obediencia feliz, una obediencia por amor. Y esta catequesis cristológica de la kenosis nos enseña que hay más poder catequético en el testimonio de vida que en las muchas palabras sin respaldo moral. El carácter docente del religioso será auténtico cuando parta de su ejemplo. Esto vale para toda comunidad. Al Espíritu le corresponde admirablemente la virtud de la esperanza. En esperanza hemos sido salvados, pero esperar cristianamente es caminar entusiasmado. En este camino hacia el Reino, en esta espera por el retorno del Maestro nos alienta constantemente el aliento del Señor. Es el Espíritu quien infla las velas de la barca de Pedro para conducirla al puerto seguro de la salvación final. El que acompaña al cristiano, mucho más al consagrado. Habíamos hablado del hombre “pneumático”; ahora debemos recordarlo. Este hombre o mujer espiritual es el que espera solo en Yahvé, el bienaventurado pobre de espíritu. No amarrado a posesiones ni dependencias ni ídolos. Es el totalmente libre, como el mismo Espíritu, que sopla donde quiere con libertad en su rumbo (Jn 3, 8). Solo el religioso guiado por el Espíritu será verdaderamente carismático y profético, porque beberá de la fuente no contaminada, de la “sabia trinitaria”. La liturgia así no se hace algo pesado o aparatoso, sino que goza de la espontaneidad y la frescura del vino nuevo, de la alegría y el gozo de Jesús, que pleno del Espíritu, Ungido (Christus) por el Padre, no puede hacer más que alabarle (Jn 7, 37-38; Mt 11, 25-30). Es imposible que una comunidad religiosa haga verdadera liturgia si no ha comprendido esta clave. El Espíritu es el que clama desde nuestras entrañas, el que ora con una alabanza, una súplica, una intercesión por el mundo. Es él el autor mismo de nuestra liturgia de las horas. Sin una espiritualidad madura y consciente, estaremos haciendo un hermoso teatro sagrado, pero nunca una verdadera liturgia. El consagrado dócil al Espíritu, en su oración personal y eclesial, se une a la liturgia del cosmos. Las criaturas todas pueden reconocer la moción de este Espíritu vivificante que les hace gozarse en una alabanza al Creador. Pero solo los hombres místicos podrán percibir esta energía escondida, que se oculta a los sentidos embotados. Conclusiones Estos tres principios de caridad, verdad y espíritu pueden, sin duda, renovar la perspectiva y percepción de lo que es la vida religiosa. Aún más, el consagrado al concebir su estilo de vida animado por estos valores, reconoce y redescubre riquezas que por la “rutina del lenguaje” y la cotidianidad había olvidado. Y vuelve a la fuente de los votos con otros ojos, con otros anhelos de buscar vida interior. Es una oportunidad para volver al origen carismático de la vocación y espabilar el “primer amor”. Bibliografía JOSÉ C. R. GARCÍA PAREDES, CMF: Teología de la vida religiosa. 1ra Ed. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2002. 585 págs. ARMANDO BANDERA, OP: Teología de la vida religiosa. La renovación doctrinal del posconcilio. 1ra Ed. Sociedad de Educación Atenas. Madrid, 1985. 285 págs. 39 SEMANA DE ESTUDIOS VICENCIANOS: Vicencianismo y vida consagrada. Evangelizare/56. Editorial CEME. Salamanca, 2015. 533 págs. MIGUEL PÉREZ FLORES, CM: Revestirse del Espíritu de Cristo. Expresión de la identidad vicenciana. 1ra Ed. Editorial CEME. Salamanca, 1996. 441 págs. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. Librería Editrice Vaticana, 1992. GARCÍA M. COLUMBÁS, OSB y IÑAKI ARANGUREN, O. Cist: La Regla de san Benito. 3ra Ed. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2000. 512 págs. BIBLIA DE JERUSALÉN. Nueva edición totalmente revisada y aumentada. Desclée de Brouwer. Bilbao, 1975. 1836 págs. [1] Cf. http://www.mercaba.org/Rialp/R/religiosos_ii_evolucion_historica.htm (Diciembre 2016). [2] Cf. http://servicioskoinonia.org/relat/354.htm (Diciembre 2016). [3] Cf. http://www.eumed.net/libros-gratis/2007a/257/1zc.htm (Diciembre 2016). [4] La kundalini (en sánscrito कुण्डलिनी , transcripto como kuṇḍalinī). En el marco del hinduismo, la kundalini o kuṇḍalinī es una energía invisible e inmedible representada simbólica y alegóricamente por una serpiente, que duerme enroscada en el mūlādhāra (el primero de los chakras ―los siete círculos energéticos―, que está ubicado en la zona del perineo). Se dice que al despertar esta serpiente, el yogui controla la vida y la muerte. [Tomado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Kundalini (Diciembre 2016)]. [5] Usaremos indistintamente los términos “caridad” y “amor”. [6] “El mundo humano ha sido siempre un hervidero de ideas y movimientos, un laboratorio en ebullición. Pero su velocidad de procesamiento se ha multiplicado ahora exponencialmente: la intercomunicación mundial, que alcanza ya a muchas partes del globo, en lapsos de tiempo mínimos o incluso simultáneos, más la aplicación de las técnicas informáticas y telemáticas al tratamiento de la información, hacen que el cúmulo de conocimientos se duplique en un lapso de tiempo mucho menor que anteriormente, y la evolución del pensamiento hace viejas las ideas de ayer mismo.” (José María Vigil: Desafíos más hondos a la vida religiosa: http://servicioskoinonia.org/relat/354.htm Diciembre 2016). [7] Cf. http://html.rincondelvago.com/crisis-metafisica-y-moral-del-hombre-actual.html (Diciembre 2016). [8] Cf. https://www.i-cpan.es/detallePregunta.php?id=1 (Diciembre de 2016). [9] “Y de repente me hallo frente a mí, en un inconmensurable angustia de ver una simple y llana humanidad; una presencia desnuda que se ve frente al espejo del ser que camina sin retraso hacia la muerte. No sé quién soy sin tener cerca aquel aparato que da una identidad, que me hace sentir parte de un grupo selecto (aunque sé que la realidad me indica que ya casi todos pueden tenerlo). No sé quién soy ante un silencio inquietante que me grita mi soledad. No sé quién soy sin el ruido de las risas, de la fiesta, del alcohol, del sexo o simplemente del trabajo. Sencillamente, me siento vacío”. Eduardo Flores Herrera http://www.edgardoflores.com.mx/2011_11_01_archive.html (Diciembre 2016). [10] Cf. http://www.mercaba.org/FICHAS/Religion/sacralidad_secularizacion_02.htm (Diciembre 2016). [11] Pablo VI es el primero en denunciar estos abusos: «La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de auto-demolición. Es como una inversión aguda y compleja que nadie se habría esperado después del Concilio. La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma» (Disc. al Seminario Lombardo, Roma 7-XII-1968). Parece que «por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios». Se ven en el mundo signos oscuros, pero «también en la Iglesia reina este estado de incertidumbre. Se creyó que después del Concilio vendría una jornada de sol para la historia de la Iglesia. Ha llegado, sin embargo, una jornada de nubes, de tempestad, de oscuridad» (30-IV-1972). Cf. http://www.mscperu.org/biblioteca/1discernimiento/infidel/infidelidades-2.htm (Diciembre 2016). [12] Entiéndase que la fracción del pan y la oración son vistas como Liturgia en general. Diciembre 2016 CONTENIDO
INTRODUCCIÓN. DESARROLLO. Santa Luisa de Marillac. Comentarios a cada una de las cartas tratadas en este trabajo. CONCLUSIONES. BIBLIOGRAFÍA. INTRODUCCIÓN Se nos pide para nuestro tiempo de formación en la etapa de Seminario Interno que hagamos una investigación sobre la correspondencia se San Vicente de Paúl. La intención es que busquemos la vigencia de la actividad caritativa y de asistencia social en nuestros días, según el pensamiento y el obrar de san Vicente de Paúl. La temática del trabajo, como se ha de suponer, es bastante amplia si se quiere abrazar cada dato arrojado por las cartas de san Vicente. Pero en el presente no podríamos abarcar todas las cartas porque es bien difícil, si no, una tarea casi imposible, para un tiempo limitado de menos de un año. Más aun teniendo en cuenta que el Tomo que me ha tocado investigar es el número VI de las Obras Completas, el cual contiene un total de 393 cartas. Desde la número 2177, dirigida a Juan Martín (7 de julio de 1656) hasta la número 2570 dirigida santa Luisa de Marillac, con fecha de noviembre o diciembre de 1657. Según he ido viendo desde que comencé la lectura de este tomo, me han atraído muchas temáticas distintas sobre las cuales pudiera tratar el presente trabajo. Mas, se nos ha orientado ser específicos, es esto lo que intento hacer en mi presente investigación, por lo que he querido elegir el tema de la correspondencia entre san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac. Me sumergiré en este tomo en busca del pensamiento y de la acción de san Vicente con respecto a sus amadas Hijas de la Caridad, siempre encabezadas por la señorita Le Gras. Algo debe haber sobre sus desvelos por la pequeña Compañía. Cómo la concibe, cómo la orienta o cómo aconseja que ésta sea. Es éste el tema que elijo como centro y corazón de todo mi trabajo. DESARROLLO Este tomo de San Vicente abarca solamente un año y medio, a diferencia de otros tomos que abarcan varios años o al menos tres años. En este corto tiempo se conservan 393 cartas, casi tantas como en los tomos anteriores. Esto se debió quizás a que tenía más tiempo para escribir en su reclutamiento de San Lázaro. Las fuerzas físicas del señor Vicente habían disminuido y podía dedicarse mejor a la asistencia epistolar de las casas más alejadas. Sobre todo las casas de Turín, Génova y Roma fueron a las que más les envió cartas. Aunque tampoco olvida las casas de Marsella, los consulados de Argel y Túnez, Polonia, Madagascar, Irlanda, Escocia, etc. Tampoco deja de escribir san Vicente a sus muy queridas Hijas de la Caridad y sus fundaciones, así como las Damas y sus obras. No faltan en las correspondencias intercambios con obispos, autoridades civiles, o personas de a pie que pedían cualquier tipo de consejo. La candidez y el buen tino que se respira siempre en san Vicente hacen entender por qué tantos acudían a él para pedir consejos, orientación, a veces, intervenciones directas a algún ámbito. En estos años, hay varios acontecimientos que estremecen a san Vicente. En 1656 hay nueve fundaciones nuevas de Hijas de la Caridad. En 1657 muchos misioneros mueren, unos por la peste, otros perdidos en lejanos lugares. Es en este año el del Hospital General de París con el que el santo no quiere colaborar por falta de libertad para los pobres y por las desventajas que tenía para los pobres del campo y los refugiados. En este tomo VI de las obras completas de san Vicente, los misioneros que más cartas reciben, dentro del tiempo que transcurre de julio del 1656 hasta diciembre de 1657, fueron: Juan Martín, superior de Turín, 35 cartas; Fermín Get, superior de Marsella, 47 cartas; Carlos Ozenne, superior de Polonia, 24 cartas; Y Edmundo Jolly, superior de Roma, 35 cartas. Pero además escribe a: Esteban Blatirón, superior de Génova, 12 cartas; Al padre Duperroy, 2 cartas; Al padre Desdames, 4 cartas; Cartas varias a distintitos sacerdotes de la Misión, 17; Al hermano Juan Parre, 20 cartas; A Donato Cruoly, superior de Le Mans, 13 cartas; A Guillermo Delville, misionero en Arras, 13 cartas; Cartas varias a muchos misioneros, 29 cartas; Luisa de Marillac, 22 cartas; A otras Hijas de la Caridad, 8 cartas. Finalmente otras cartas de ambos años: Del año 1656, 16 cartas; Del 1657, 19 cartas. Santa Luisa de MarillacDe todas estas cartas me ha parecido conveniente tratar las correspondencias entre Vicente y Luisa de Marillac. Son en total 22 cartas. 5 han sido escritas por Vicente, las otras 17 han sido de santa Luisa. La correspondencia entre Vicente y Luisa en este volumen la podemos encontrar en las siguientes cartas:
Las cartas de Vicente en este caso son pocas y muy sobrias. En la última se extiende un poco. Por su parte las de Luisa son bien tímidas, como no queriendo contrariar el poco tiempo del señor Vicente. Luisa necesita pedirle aprobación a Vicente para cada cosa que hace. Siempre con la humildad que le caracteriza, termina siempre firmando “su muy humilde hija y obediente servidora” o “su obligada servidora”. Me ha parecido bien tratar estas cartas por la vigencia que tienen, sobre todo por el trato que nos enseña a tener a nosotros, misioneros paúles, con nuestras hermanas las Hijas de la Caridad. San Vicente fue siempre un maestro. Santa Luisa consulta a san Vicente para hacer cualquier cosa, ya sea para informar sobre la renovación de los votos de varias hermanas o para hablar sobre el cambio de destino de ellas. Vicente dirige también desde esta correspondencia el destino de muchas hermanas. Orienta a Luisa, manda, dirige. Luisa llega hasta pedirle al señor Vicente que le permita continuar con su dieta de Cuaresma, porque le parece que es recomendable para mejorar sus problemas de tensión arterial. En ocasiones también le pide a Vicente tiempo para poder confesarse bien. Él en alguna ocasión también le dice que no puede por las ocupaciones y el corto tiempo, y hasta termina recomendándola con el padre Alméras (2378, 2379); pues es que con santa Luisa se requiere mucho tiempo para poder atenderla satisfactoriamente, ella misma dice en una ocasión que lleva mucho tiempo esperando para que le dedique una hora para dirección espiritual (2212). En una de sus cartas hasta encontramos una especie de catecismo con preguntas y respuestas, santa Luisa le envía la misiva con las preguntas y justo debajo de cada una san Vicente responde y la reenvía de regreso a Luisa, es algo muy curioso, se detalla minuciosamente cada necesidad con respecto a unas hermanas que serán alojadas en la casa de las Hijas (2492). Este estilo de cartas no es único de este tomo, ya lo encontramos con anterioridad, como por ejemplo en la carta número 1745 escrita en octubre de 1653 (tomo V). Pero no siempre las cartas de san Vicente son tan secas y carentes de afecto, en una que firma con fecha de 1 de diciembre de 1656 el señor Vicente le agradece muy afectuosamente a san Luisa su preocupación y le da explicaciones de cómo sigue mejorando poco a poco su estado de salud. La señorita Le Gras siempre estuvo muy ocupada en saber noticias de Vicente y esa característica preocupación femenina en ocasiones venían a aliviar los rigores que el santo se imponía con naturalidad. Aunque nos sabría decir que pesaba más en la balanza de esta correspondencia, si el ánimo que ella infundía a Vicente o la compasión que provocaba al reconocerse machaconamente como indigna, descuidada, pecadora, mala, etc. Sólo un alma de pastor como el de Vicente podía sostener con ánimo y sin dejarse perturba este coloquio escrito y no solo con ella, sino con muchísima gente que le aborda con mil asuntos a la vez. Este es el estilo de misionero que necesitamos para nuestros días. Claro, que en el caso de la “genialidad” de Vicente siempre nos veremos superados, pero es sin duda un modelo más que actual a seguir. Siempre me pregunto cómo hubiera sido el alcance de nuestro santo si hubiese contado con las tecnologías de la información con las que contamos hoy día. La última carta de este tomo (2570) es precisamente una dirigida a santa Luisa. En ella el santo felicita a la señorita Le Gras por haber recibido a una joven, pero a la vez confiesa su incapacidad para dar testimonio de una persona a costa de otra, mucho más cuando se trata de alguien que no es bien conocido por él. “No tengo el honor de conocer a esa persona” dirá, después de haber expresado “me cuesta mucho tener que dar testimonio de una persona a costa de otra”, y referirá que en más de una ocasión le han pedido esto y finalmente siempre ha hecho lo posible de excusarse. La carta termina con una recomendación del santo: para el adviento debe leer una obra del padre jesuita Souffrand, y manda a que se lea en el refectorio de las hermanas el tratado correspondiente a este tiempo litúrgico. En cuanto a las penitencias dice a Luisa: “por lo que a usted se refiere, soporte sus achaques como si fueran su penitencia, por amor de Dios, y no piense en hacer nada más”. Comentarios a cada una de las cartas tratadas en este trabajo
En esta carta santa Luisa trata asuntos puntuales: la madre del señor Marillac, el consejero del parlamento. Sobre la señora de Herse que espera la visita de Vicente a una de las caridades de París, etc. Pero la esencia de esta carta radica en un pensamiento de Luisa: “Nuestro Señor querrá siempre más confianza que prudencia para mantener la compañía, y que esa misma confianza hará brotar la prudencia en las necesidades, sin que nos demos cuenta”. En ésta Luisa se acusa varias veces de pereza y de pocas luces. Opinión un tanto exagerada de sí misma. ¡Cuánto ayudaría hoy el que este pensamiento calara nuevamente en las autoridades de la CM y las HC! El estar constantemente atados a una falsa prudencia nos tira sin cuento a una desconfianza tóxica que enajena el espíritu libre que debe tener la misión para ser bien realizada.
En ésta, Vicente es todo ternura para con Luisa, le agradece su preocupación y escribe sin la sobriedad, prisa y objetividad que le caracteriza en la mayoría de sus cartas. Se abaja ante la insistencia de santa Luisa, quien quizás en más de una ocasión le ha enviado mensajes o recados para que se cuide más la salud. Ella tampoco está muy bien de salud, lo deja ver el santo cuando pide también a Dios por la salud de ella. Él va mejorando de un constipado y refiere que el hermano Alejandro le prepara un “julepe”, especia de brebaje o jarabe a base de plantas emolientes o quién sabe qué otra cosa. La realidad es que el tono de la primera parte de la carta no es cosa común. Luego, movido por la practicidad que le caracteriza, vuelve a la carga con asuntos que le urgen. Está preocupado por los fondos del hospital, si ese asunto no se resuelve, las hermanas deberán dejar el trabajo en ese lugar. Termina viendo cómo se las ingenian ante la demanda de hermanas y el insuficiente número del que disponen para tantas obras. Hoy nos sucede lo mismo, lo diferente es que en aquel tiempo la compañía estaba en movimiento expansivo, hoy nos encontramos en recesión y encogimiento. Las razones son múltiples, pero las actuaciones de quienes ayudaron a crecer a la compañía nos debe decir algo. Nuestros fallos y malas estrategias, quizás nuestras faltas de fidelidad al espíritu original deben ser revertidos en una sana imitación a los santos fundadores.
Solo al final, y después de haber firmado, Luisa se acuerda de sus necesidades, y deja una pequeña súplica como posdata: que el señor Vicente haga el favor de recibirla antes de cuaresma. Me llama mucho la atención esta carta por su actualidad. Nunca tan vigente la cruda realidad de los desposeídos y desalojados. Miles son expropiados de sus más elementales necesidades, muchos en las calles sin trabajo, muchos que tuvieron sus pequeños negocios no han podido sobrevivir ante la arrolladora ola de los monopolios y ahora piden en las calles o trabajan en condiciones inhumanas. Otros por necesidad han tenido que vender su virtud al diablo.
De inmediato pasa a otro tema, quiere seguir la señorita Le Gras con las dieta de cuaresma: huevos y agua de cebada. En el fondo está cuidándose por su mala tensión arterial. Ella misma se acusa de apego al cuidado de su salud. Se acusa de miserable, por no anteponer al propio cuidado el querer observar los preceptos que le impone Vicente. Como siempre, esta carta está impregnada por la sencillez. Solo me viene a la mente una pregunta para ser meditada: ¿Aún creemos en el valor de la mortificación?
Se sabe que la petición fue respondida positivamente. La situación de aquel lugar era verdaderamente precaria, tanto corporal como espiritualmente. Luisa misma juzgó las disposiciones de la señorita como “muy considerables para la gloria de Dios”. Luisa no solo actúa. Tiene una mirada espiritual muy profunda, es capaz de percibir como se va manifestando la mano de Dios que pide actuar mediante la mano extendida de los pobres. Hay que hacer las cosas en el momento oportuno. Sin lugar a dudas, no hubiera existido un san Vicente de Paúl como lo conocemos hoy, sin una santa Luisa de Marillac. Ella era capaz de ver donde Vicente no podía, y viceversa. Termina sus letras para preguntar a su caridad (Vicente) si puede permitirle a la señora duquesa de Ventadour “que dé de comer asado a nuestras hermanas el día de Pascua.” La pregunta puede parecer risible, pero a ese nivel llegaba la obediencia íntegra de la señorita Le Gras. Hoy nuestra obediencia nos deja cada vez más en libertad. Nuestras agendas y planes pastorales le han quitado el rigor del abandono que antaño vivieron los consagrados. Ahora nos puede ayudar nuestra manera de entender la obediencia, pero igualmente nos hace sedentarizarnos, hacemos fuerza al cambio, al soplo del Espíritu. Nuestra obediencia se va volviendo como una coordinación empresarial bien lograda en el mejor de los casos.
La hermana mayor quiere decirle alguna cosa personalmente, pero no pudiendo ver a Vicente en persona, pide permiso para poder hacerlo al menos por escrito. Luisa hace todo un elogio de esta hermana: “es admirable su sumisión a la voluntad de Dios, pues me ha dicho que nunca se había sentido en una disposición semejante de facilidad y de apertura de corazón para su confesión, pero que sin embargo se quedará en paz”. Luisa es una excelente superiora, sabe reconocer en las demás hermanas las virtudes reales y no tiene reparos en ver en ellas mayor santidad que en sí misma: “creo que hay una gran perfección en esa alma y admirables disposiciones para las obras a que Dios quiera dedicarla. Hay necesidad de reunirse para ver las necesidades más apremiantes de la compañía y también del espíritu de Luisa que “está muy enredado por culpa de su debilidad”.
La segunda cuestión es sobre el traslado de dos hermanas: Juana Lepeintre y Magdalena. La primera es la misma que estuvo anteriormente involucrada en el asunto de los señores de Chauteaudun en la carta número 2364. Deja ver que esta determinación les causaría a todas satisfacción. Aunque no lo diga el texto, puede percibirse el ambiente enrarecido por algún disturbio comunitario, del cual quiere salir Luisa tomando la decisión más conveniente para ambas. También en la actualidad se hace común el cambio de destino con el objeto de solucionar algún conflicto de vida comunitaria. Las premisas que anteceden para tomar esta decisión nunca deben ser basadas en el capricho o la falta de madurez, sino en el reconocimiento de que a todos los implicados hará bien dicho cambio.
La segunda parte trata de tres hermanas que harán la renovación de sus votos. Las tres son buenas hermanas, dice Luisa, “mientras que yo soy muy mala” y así arremete de nuevo contra sí misma.
Enviará 600 libras para que Luisa haga una compra de mantas al precio de 9 francos. Necesita comprar 60 mantas. Uno de los hermanos no ha sabido hacer buena gestión en la compra y tampoco ha regateado. Vicente prefiere comprarlas 50 céntimos más caras por el hecho de saber que son de mejor calidad, se trata de unas que le han propuesto a la señorita Le Gras. La carta se resume a esta indicación del santo. No hay siquiera una despedida. Ambos trabajan en equipo por los mismos fines. Vicente sabe escribir sin que esto implique una molestia para sí, tanto a reyes y obispos sobre temas eclesiales y dirección en asuntos políticos y civiles, como también a una consagrada sobre la compra de 60 mantas que necesita. Vicente es el hombre más santo y a la vez más “aterrizado” de la Francia de su tiempo.
Esta carta no es más que una súplica de Luisa para que Vicente acuda a visitarla. Algún asunto espiritual como los que ya estamos acostumbrados a ver en ella será. Algún escrúpulo o “enredo del espíritu” que le aflige y que solo el santo sabe y puede aliviar. Luisa le ruega que por amor de Dios “le haga el favor de concederle la limosna de una pequeña visita” que necesita mucho y de la cual no puede señalarle motivos. Es algo que le impide hacer muchas cosas y que la obliga a importunarle. Luisa es una santa mendicante del espíritu que sabe insistir: “¿Podría su caridad atenderme hoy mismo?” Hoy contamos con muchas ventajas en cuanto que tenemos psicólogos y acompañamiento espiritual con sacerdotes muy bien preparados. La salvedad que debemos hacer al sentirnos quizás orgullosos de lo adelantado que estamos con respecto a ese tiempo, es que a diferencia de muchos directores y psicólogos que tenemos hoy, a Vicente le sobra la santidad y el testimonio de vida. Esta es la principal característica que debería tener hoy un director de almas, la santidad, el querer realmente lo que Dios quiere, antes que sus deducciones académicas. De nada nos ayudaría una psicología desconectada de Dios.
Mi muy venerado padre: Le suplico muy humildemente a su caridad que haga que sus hijas se mantengan siempre en el estado de obediencia de los niños, sin contradecir en nada a las órdenes de su muy venerado padre y sin que se les ocurra nunca pensar que pueden a veces dispensarse de ellas. Según esto, recibiremos a las personas de las que nos habla su caridad y sobre las cuales me tomo la libertad de presentarle estas cuestiones, a saber: P. ¿Podemos hacer que tomen la comida en sus cuartos, debido a que, por lo que a mí se refiere, mis achaques me impiden acompañarlas, y para la comunidad ese hábito de religiosas sería llamativo? No obstante, si a usted le parece bien, se les podría poner una mesa aparte. R. Comerán en sus habitaciones. P. ¿Piensan hacer los ejercicios? R. No. P. ¿Irán a misa? ¿Y dónde? R. Vendrán aquí, o a donde les guste. P. ¿Habrá que hacerles compañía de vez en cuando? R. Un poco por la mañana, y otro rato después de comer P. ¿Vendrán a trabajar con nuestras hermanas? R. Como les guste. P. Si piden alguna hermana para que les acompañe a la ciudad, ¿se lo concederemos? R. Que vaya con ellas una joven. P. Si les visita alguna persona conocida, ¿podemos dejar que hablen con ellas? R. Pueden hacerlo. P. Si quieren ir a la capilla con nuestras hermanas, ¿las dejaremos? R. Convendrá dejarlas. Cuando sepamos todo esto, las trataremos lo mejor que podamos. Estarán aquí solamente tres o cuatro días. P. Permítame, mi venerado padre, que le haga una humilde súplica esperando que me la conceda, o sea, que tome un poco de té al menos durante su retiro, si es que puede hacerlo sin molestia. Hace poco que nos han traído uno muy bueno y muy barato. Si no hace usted esta pequeña cosa por su salud, me quejaré a Dios. Podrá tomarlo por la tarde, a eso de las cuatro. Creo que le vendrá bien. No sé si sería conveniente enviarle al señor abad de Vaux la carta de sor Cecilia, que demuestra tener muchas prisas por volver a París. Si su caridad quisiera molestarse mañana en escribirle sobre este asunto al señor obispo de Angers, haríamos adelantar la cosa, no sea que el retraso dé motivo a los señores administradores de Angers para que obliguen a la hermana a volver precipitadamente. R. Lo haré. Me tomo la libertad, mi venerado padre, de suplicarle que piense delante de Dios en mis necesidades, tanto por mi salvación como por el servicio que debo al prójimo; haga el favor de indicarme también si puedo hacer una nueva prueba con la hermana que le llevó hoy una nota a la reunión, enviándola a Saint-Jacques-du-Haut-Pas, en donde ya estuvo y en donde dejó muy contenta a la difunta señorita de Montigny. Le pido finalmente sus frecuentes bendiciones, por amor de Dios, sobre todas sus pobres hijas, y especialmente sobre su muy humilde y obligada hija y servidora. L. DE MARILLAC Dirección: Al padre Vicente. Nueva dirección: A la señorita Le Gras.
Vicente comienza bendiciendo a Dios efusivamente porque Luisa ha recibido a una joven en la compañía. Acto seguido confiesa que no le es fácil dar testimonio de alguien cuando esto va en detrimento de otra persona. De hecho, en varias ocasiones se ha visto en esta embarazosa situación, habiendo sido impelido por el consejo de Su Eminencia y él buscaba siempre excusarse para no sentir ese peso en su conciencia. Esto se lo dice a Luisa por el hecho de que lo mismo parece habérsele pedido. Él contestará: “no tengo el honor de conocerla (a esa persona)”. Se debe seguir por el camino recto, se debe pedir recomendaciones y opiniones a sus superiores. Termina tratando sobre cómo vivir mejor el tiempo de adviento que se avecina. Debe leer el libro del padre Juan Souffrand y que se lea en el refectorio el tratado que corresponde a ese tiempo litúrgico. También debe seguirse con las hermanas las oraciones y prácticas de piedad que el libro recomienda, pue son muy convenientes. Ella pueden hacer alguna penitencia adicionales, si es que se lo piden a Luisa. Mas a Luisa con los achaques que ya tiene no le hacen falta más penitencias y añade: “por amor de Dios, y no piense hacer nada más”. Habrá una reunión para el día siguiente, será a las tres de la tarde en Santa María de la ciudad. Termina la carta con una saludo de buenas noches para las señorita Le Gras. Esta carta y la 2265, son las que mejor muestran la real personalidad de Vicente y el trato cariñoso y respetuoso que siempre le caracterizó. En ellas se traslucen estas notas del santo por una razón suficiente, no está apurado y puede escribir con más naturalidad. En las cartas en las que apenas escribe unas pocas letras no podemos dejar de imaginarnos a un Vicente apremiado por la caridad y los afanes en favor de los pobres y sus fundaciones que le absorben y extenúan. Este es el Vicente, en todos sus ámbitos, que debe imitar el buen misionero. Nunca enfadado, pero siempre firme en sus propósitos. Los pobres deben ser evangelizados y salvados, los pobres son su preocupación permanente. CONCLUSIONES Como es lógico, las cartas de este tomo no se refieren solamente a la correspondencia con santa Luisa. Pero querer abarcar todos los temas y personajes es una tarea que no tendría fin. El inventario de personajes expuesto al comienzo del desarrollo de este trabajo, con los que Vicente guardaba correspondencia puede dar una idea de lo inmensa que sería una obra de tal envergadura. Eso lo podríamos dejar para estudios mas especializados. Aunque Vicente siempre es el mismo, con cada personaje tiene un trato particular. No se atormenta por sostener cartas con decenas de personas a la vez. Y a cada una les va dando el consejo requerido y la óptima palabra, no hay una sola línea que sobre. Las palabras del santo están preñadas no solo de la sabiduría de un sacerdote que ha sabido teorizar bien sobre cada asunto de vida eclesial, sino además de la práctica constatada con el éxito de las obras concretas. Es la experiencia unida a la santidad de Vicente la que permite que tantas obras y fundaciones arraiguen en las realidades sangrantes de la sociedad, de una verdad a veces escondida de las miradas de los hombres de Iglesia y sus instituciones: la pobreza que arde en la vida del pobre pueblo que se condena. Esto es el motor que nuca pudo apagarse dentro de san Vicente. Estas han sido las cartas que he querido tratar en mi trabajo. La correspondencia con quien fue la cofundadora de la mayor congregación femenina de la Iglesia es sin duda un tema crucial, de importancia y vigencia. En estas cartas podemos observar varias cosas que nos ayudan a tener una mejor comprensión de como concebía Vicente a las Hijas de la Caridad y cómo ellas debían hacer sus labor apostólica. Algunos detalles que deben hacerse notar son: Vicente no es el que más escribe. Es Luisa la que por la necesidad de ver a al santo recurrirá a la carta como medio para mover el corazón de Vicente y pedirle consejos para cada cosa que va haciendo. Vicente prefiere impregnar el espíritu que deben tener las Hijas mediante las reuniones y las conferencias dadas a ellas, más que por las cartas que pudiera enviar a Luisa. Es evidente que la finalidad de las cartas no era esa. Las Hijas necesitan de la asistencia constante de los padres de la Misión, pero deberían ganar en mayor independencia. Quizás sea esta necesidad la que ha movido a muchas Hijas de la Caridad a superarse tanto académica, humana como espiritualmente en las últimas generaciones. El mejor camino para apacentar a la compañía de las Hijas es el que nos mostró Vicente. El de la escucha atenta, la misericordia y la paciencia. Confiando siempre en que la gracia suplirá lo demás. La sobriedad de las cartas y las palabras para las mujeres, en ocasiones vienen bien. Esto nos lo demuestra Vicente. Somos una familia misionera cuyo objetivo único y primordial es la evangelización, en especial de los más pobres. Cómo hemos visto en las cartas de Vicente y Luisa, no debe haber entre ambas compañías (CM y HC) una distinción de finalidad, más bien sí de modalidad en el hacer las cosas. Yo creo que nuestro éxito delante de Dios radica en conservar estas cosas. No hay por parte de Vicente una incapacidad o inutilidad para actuar de las estructuras e instituciones que él ha fundado. Todo se ha hecho con este fin: que nada sea óbice para una buena misión, que nada impida que el Reino llegue a los más pobres. He acá la novedad de estos dos santos. Se han aliado para hacer el bien a los pobres con una organización magnífica, pero sobre todas cosas con una unión de espíritus impresionante. Las exigencias que se nos impone hoy para con las Hijas de la Caridad, son las mismas de ayer, pero con nuevos retos porque estamos en nuevos tiempos. Vicente nos ha dejado un camino insuperable, pero no podemos decir que no está marcada la ruta. De nosotros depende ser fieles o no. Yo podría enmarcar las directrices de trabajo para con las HC, según veo en las cartas del santo, en el siguiente orden:
BIBLIOGRAFÍA SAN VICENTE DE PAÚL: Obras Completas, Tomo VI. Ediciones Sígueme. Salamanca 1977. SAN VICENTE DE PAÚL: Obras Completas, Tomo II. Ediciones Sígueme. Salamanca 1973. SAN VICENTE DE PAÚL: Obras Completas, Tomo V. Ediciones Sígueme. Salamanca 1977. VICENTE DE DIOS C.M.: Cartas a las Cartas del Señor Vicente. Ediciones Familia Vicentina. México 2007. Fecha: 2016 Debido al poco espacio del que dispongo y la condición de no basarme en las fuentes de la Revelación cristiana, trataré de exponer con mi propia razón una breve demostración de la existencia de Dios.
Toda mi fundamentación se basa en el principio de causa y efecto, y en esta se resume toda. Pero antes de partir de este punto, debemos conocer el presupuesto de que nosotros somos entes reales y que formamos parte de una realidad a la cual no estamos ajenos; ciertamente existimos y no por nosotros mismos, sino que hemos recibidos de otros el ser, así como todo lo que hoy podemos percibir con nuestros sentidos ha venido a existir como resultado de la contingencia de todo lo precedente. Es una ley lógica incuestionable que todo lo que comienza a existir tiene una causa que le dé la existencia, o simplemente como canta la voz popular “nada sale de la nada”, y esto es evidente; lo que antes no existía y luego llegó a existir, no pudiendo darse el ser a sí mismo, necesita a la vez de algo o alguien que le de la existencia. A este ser en sí mismo, único capaz de dar existencia a entes distintos de él y por tanto, no eternos, es al que llamo Dios. Pero, inmediatamente podría surgir un nuevo cuestionamiento válido: “Ya que se demuestra que todo cuanto existe tiene su origen en otro que le dio el ser, ¿cómo puede sostenerse que ese Ser -que se supone sea el principio de todo otro ser- no sea a la vez causado por otro en vez de ser –como se dice- causa incausada?” Esta cuestión puede ser igualmente resuelta con el ejercicio de la razón. Si siguiéramos una cadena ilimitada de causas que a la vez son causadas por otras causas, comprobamos que esta proposición nos lleva a una secuencia infinita regresiva de causa y efecto, lo cual es absurdo, pues habría que admitir que esta sucesión causa-efecto viene desde lo eterno; solución que no resuelve el problema y además es insostenible ya que ninguna causa causada puede ser eterna porque empieza a existir desde que es efecto de una causa anterior, y así cae sin resolver cualquier teoría que intente demostrar una regresión eterna de causa-efecto. Por tanto, se hace necesario un Ser que sea causa sin ser efecto a la vez. Solo esta puede ser la solución que satisface y explica lógica y coherentemente la cuestión del origen de toda existencia sin recurrir a una absurda sucesión eterna de causa y efecto. A este primer principio, Causa no causada y evidente por necesidad lógica es a lo que llamo Dios. Así, mirando a nuestro alrededor, partiendo de cualquier ente, podríamos llegar con la luz de la razón a deducir y explicar eficazmente la causa de todo cuanto existe y el ser mismo de Dios. Escrito el 4 de junio de 2009. “Vosotros escudriñáis las Escrituras, ya que creéis tener en ellas “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: Presentación:
Por más que observemos y tratemos de comprender a plenitud el misterio de Cristo, siempre resultará inagotable e insondable. Cristo siempre nos sorprende y maravilla en cada acto. Sus signos siempre aparecen frescos y llenos de vida cual recientes. Jesús se nos presenta como el esperado, el deseado, el Mesías que instaurará el Reino de Paz y Justicia. Jesús se presenta ofreciéndonos la verdadera felicidad y la plenitud de la vida. Pero esta oferta de Jesús nos hace chocar con una disyuntiva. Su mensaje provoca seguidores u opositores. Ante el Evangelio radical de Jesús nunca hay término medio: o lo aceptamos o no. O lo arriesgamos todo e invertimos toda nuestra vida con él, o simplemente, lo rechazamos privándonos de su salvación y la ciudadanía de su Reino para quedarnos finalmente fuera de su Banquete Feliz. Sin embargo, nuestra elección ha de ser inteligente. Nuestra razón debe reconocerle con un asentimiento sólido. Pero el ejercicio de nuestra razón necesita vías por las cuales llegar al convencimiento de la Realidad de Cristo. ¿Quién es Cristo? ¿Es lo que dijo ser, o, por lo contrario, fue un embaucador o tal vez un loco? Ciertamente por muchas vías podemos lanzarnos a la búsqueda de la verdadera identidad de Jesús y cerciorarnos si él era quien decía ser. Pero hablar de todas las vías sería nunca acabar. No obstante hay una que el mismo Jesús expuso como una evidencia a favor de su credibilidad, y no solo él, sino todos los apóstoles y sus primeros seguidores. Se trata de las profecías del Cristo o Mesías contenidas en las Escrituras del Antiguo Testamento. Gracias al estudio de estas muchos llegaron al convencimiento de que Jesús es el Mesías y todo lo que él decía ser. ¿Qué dicen las profecías veterotestamentarias acerca del Mesías? ¿Son estas aplicables a la persona de Jesús de Nazareth? “«Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.» Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas.»” Lucas 24, 44-48. Desarrollo: Cuando nos adentramos en el estudio de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento nos sorprende la cantidad admirable de estas y su cumplimiento exacto en la persona de Jesús. Ante la evidencia histórica del cumplimiento de las profecías mesiánicas en Jesús de Nazareth no tenemos otra alternativa que reconocer la mano de Dios, Señor de la Historia, detrás de cada uno de estos acontecimientos, guiando con su providencia cada suceso. Los varios vaticinios del Mesías nos dan un retrato exacto de él con todos sus rasgos, y estos solo se realizaron plenamente en la persona de Jesús. La idea fundamental que predomina en cada uno de los dos Testamentos (Antiguo y Nuevo) y que constituye la médula de la esperanza de los libros inspirados es la idea inquebrantable de que el Mesías vendría. Basta leer con sensibilidad el Antiguo Testamento y se notará que la esperanza mesiánica viene a ser como un hilo que ensarta a cada uno de sus libros. En el Antiguo se promete su venida y en el Nuevo se cumple la promesa. 1. Primeramente el Mesías fue anunciado en el Edén en el mismo acto en que Dios dicta la sentencia del castigo por la primera trasgresión del hombre. Yahvéh dirigiéndose a la serpiente (Satán) le dice: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañal” (Gn 3, 15). Dios hace la primera promesa mesiánica, el primer anuncio esperanzador de la futura redención del género humano caído por el pecado. De la simiente o linaje de la Mujer nacerá el redentor de la humanidad. Adán entre tanto oye y entiende en lo que puede la promesa para transmitirla a sus descendientes. Nos preguntamos por qué la profecía se refiere a la simiente o linaje de la Mujer. Parece absurdo, ¿acaso no es el varón quien tiene simiente (semen según la Vulgata)? Pero no en vano Dios usa este término ya que solo en María Virgen pudo tener la profecía el cumplimiento exacto. Si se excluye toda participación del varón, entonces solo de una mujer sin contacto con ningún varón podría nacer el Redentor para ser verdaderamente linaje de la Mujer. Tal como Jesús fue el Postrer Adán, así también María vino a ser la Nueva Eva y verdadera “Madre de los vivientes”, o sea, de los salvados. Más tarde San Pablo se referirá al cumplimiento de esta profecía en su Epístola a los Gálatas: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gál 4, 4). 2. Más tarde el Señor promete a Abrahán numerosa descendencia. Todas las gentes serán benditas y salvadas por un hijo que nacerá de él. Dios pone a prueba a Abrahán y después de haberle dado un hijo contra toda esperanza en los años de su ancianidad (Isaac, primogénito de Abrahán) le pide que se lo entregue en sacrificio. Abrahán confundido pero asintiendo con la fe obedece en la esperanza de que Yahvéh proveerá. Y justo cuando Abrahán alza su mano con el cuchillo para sacrificarle su único hijo, Dios lo detiene entonces y le hace la promesa mirando el rostro de su Hijo Unigénito, y provee un cordero para que fuese sacrificado en lugar de Isaac: “Por mí mismo juro, oráculo de Yahveh, que por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tu único, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz.” (Gn 22, 16-18). Luego Yahvéh repite la misma promesa a Isaac: “…mantendré el juramento que hice a tu padre Abraham. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras. Y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de que Abraham me obedeció…” (Gn 26, 3-5; Cf. Gn 21, 12). Y más tarde la vuelve a reiterar a Jacob hijo de Isaac (Gn 28, 14; 35, 10; Cf. Nm 24, 17). 3. Luego Dios especifica en cual de las tribus nacerá el Mesías y el tiempo en que vendrá. Jacob (Israel), de quien nacería Aquel en quien serían benditas todas las gentes, tiene doce hijos, cabezas de doce tribus futuras, en el lecho de muerte, Dios le advierte que la promesa debe quedar vinculada específicamente en Judá, el cuartogénito de los doce. Jacob, obediente al Señor, va bendiciendo a sus hijos uno por uno, pero al llegar a Judá le dice: “No será quitado el cetro de la casa de Judá, ni faltará jefe de su estirpe, hasta que venga el que ha de ser enviado, este será el esperado de las naciones” (Gn 49, 10). El Mesías nacerá de la tribu de Judá justamente en la época en que sea despojada de su cetro de poder. Así vemos que las especificaciones acerca de la ascendencia del Mesías son precisas en gran manera al reducirse a un muy estrecho margen de posibilidades. El Mesías tenía que ser descendiente de Abrahán, Isaac, Jacob y de la tribu de Judá. Luego los evangelistas harán notar esta sucesión en la genealogía de Cristo: “Jesús… hijo de Judá, hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham…” (Lc 3, 33-34). Mateo lo expone de manera descendente: “Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos…” (Mt 1, 1-2). 4. Moisés cierra el período de los patriarcas y abre el de la Ley escrita. Como caudillo promulga en nombre de Dios un código de leyes por el cual ha de ser gobernado el pueblo escogido, pero entre los artículos fundamentales de ese código pone el de reconocer y someterse a otro legislador mucho más grande aún que el mismo Moisés. Legislador que Dios hará surgir de en medio de su pueblo. Moisés profetiza: “Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis… Yahveh me dijo a mí: … Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de ello.” (Dt 18, 15-19). De esta manera consta que las leyes hebreas eran temporales y transitorias, y debían cesar cuando viniera el Mesías legislador que fundaría una Nueva Alianza, consumando y perfeccionando la legislación anterior. En atención a esto Jesús les dijo a los judíos de su tiempo: “Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida… No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?” (Jn 5, 39-40. 45-47; Cf. Mt 5, 17). 5. Posteriormente Dios le revela a David, descendiente de la tribu de Judá, hijo de Jesé; que el Mesías nacerá de su descendencia: “Cuando se cumplan tus días para ir con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidaré su reino. El me edificará un Casa y yo afirmaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo, y no apartaré de él mi amor, como le aparté de aquel que fue antes de ti (habla de Saúl). Yo le estableceré en mi Casa y en mi reino para siempre, y su trono estará firme eternamente” (1 Cró 17, 11-14; 2 Sm7, 12-16). Yahvéh le anuncia a David por medio del profeta Natán que el Cristo nacido de su descendencia tendría un Reino eterno (anunciado también por el ángel Gabriel a María Virgen: Lc 1, 32-33). En la profecía queda claro que no se cumplirá en su hijo Salomón ya que el mismo David entiende la profecía como “promesas a mi descendencia para el futuro lejano” (1 Cró 17, 17; 2 Sm 7, 19), esto es el Mesías que vendrá cuando se cumpla la plenitud de los tiempos. David ve las ignominias y la gloria del Mesías y la profetiza en sus Salmos. Si echamos un vistazo a los Salmos, en seguida se perciben los resplandores de Cristo, tanto su gloria como su humillación en su pasión y muerte que se describen con tantos detalles. El rey profeta ve la gloria del Mesías en los Salmos 2, 45, 72, 110; y los dolores e ignominias, que muchas veces las pone en boca del mismo Cristo, en los Salmos 22, 35, 40, 41, 69… 5.1. Salmo 2, 1-9: “¿Por qué se agitan las naciones, y los pueblos mascullan planes vanos? Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados contra Yahveh y contra su Ungido: «¡Rompamos sus coyundas, sacudámonos su yugo!» El que se sienta en los cielos se sonríe, Yahveh se burla de ellos. Luego en su cólera les habla, en su furor los aterra: «Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión mi monte santo.» Voy a anunciar el decreto de Yahveh: El me ha dicho: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. Con cetro de hierro, los quebrantarás, los quebrarás como vaso de alfarero.»” Una profecía que identifica al Mesías con carácter escatológico revestido de su gloria. Luego en el Bautismo del Señor, la voz del Padre nos recordará el verso 7 de este Salmo: “Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.»” Mt 3,17; al igual que en su Transfiguración (Lc 9, 35). 5.2. Salmo 16, 9-11: “Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; pues no has de abandonar mi alma al seol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás el caminó de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre.” Junto con el Salmo 30, 2-4: “Yo te ensalzo, Yahveh, porque me has levantado; no dejaste reírse de mí a mis enemigos. Yahveh, Dios mío, clamé a ti y me sanaste. Tú has sacado, Yahveh, mi alma del seol, me has recobrado de entre los que bajan a la fosa.” Cf. Os 6, 2. La resurrección del Mesías ya es anunciada tempranamente en estos salmos. El apóstol San Pedro en su discurso el día de Pentecostés dijo: “…a éste (a Jesús), pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: “… «Por eso se ha alegrado mi corazón… de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción.»… Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos.” (Hch 2, 24-32; Cf. Hch 13, 32-37; Lc 24, 46). 5.3. Salmo 22, 1-22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¡Lejos de mi salvación la voz de mis rugidos! Dios mío, de día clamo, y no respondes, también de noche, no hay silencio para mí. ¡Mas Tú eres el Santo, que moras en las laudes de Israel!... Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo, todos los que me ven de mí se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza: «Se confió a Yahveh, ¡pues que Él le libre, que le salve, puesto que le ama!» Sí, tú del vientre me sacaste, me diste confianza a los pechos de mi madre… Novillos innumerables me rodean, acósanme los toros de Basán; ávidos abren contra mí sus fauces; leones que desgarran y rugen. Como el agua me derramo, todos mis huesos se dislocan, mi corazón se vuelve como cera, se me derrite entre mis entrañas. Está seco mi paladar como una teja y mi lengua pegada a mi garganta; tú me sumes en el polvo de la muerte. Perros innumerables me rodean, una banda de malvados me acorrala, han taladrado mis manos y mis pies. Puedo contar todos mis huesos; ellos me observan y me miran, repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica...” Este Salmo es una narración exacta del suplicio de Jesús en la Cruz tal como lo narran los mismos evangelistas (Mt 27, 35-50; Mc 15, 22-37; Lc 23, 33-46, Jn 19, 16-30). Basta leer este Salmo con la narración del Evangelio y fácilmente se perciben numerosos detalles coincidentes: las burlas de los enemigos, las palabras de indiferencias “Si eres el Hijo de Dios baja de la cruz”. También se describe en el salmo el corazón que se derrite en sus entrañas, cómo al contemplarlo podían hasta contar sus huesos, el hecho de que se repartieran sus vestiduras y echaran suertes sobre su túnica, la lejanía que siente en ese momento del Padre, sus manos y sus pies taladrados, etc. ¡Cuántos detalles cumplidos en el Cordero Inmolado! El mismo Señor Jesús se apropió este Salmo estando crucificado al clamar con las mismas palabras: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” Esta indiferencia de los judíos contra el Justo Mesías también estaba profetizado en el libro de la Sabiduría 2, 12-20: “Tendamos lazos al justo, que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo de obrar, nos echa en cara faltas contra la Ley y nos culpa de faltas contra nuestra educación. Se gloría de tener el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor…. se aparta de nuestros caminos como de impurezas; proclama dichosa la suerte final de los justos y se ufana de tener a Dios por padre. Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que pasará en su tránsito. Pues si el justo es hijo de Dios, Él le asistirá y le librará de las manos de sus enemigos. Sometámosle al ultraje y al tormento para conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará.” 5.4. Salmo 31, 4-5. 9-13: “Sácame de la red que me han tendido, que tú eres mi refugio; en tus manos mi espíritu encomiendo, tú, Yahveh, me rescatas… Tenme piedad, Yahveh, que en angustias estoy. De tedio se corroen mis ojos, mi alma, mis entrañas. Pues mi vida se consume en aflicción, y en suspiros mis años; sucumbe mi vigor a la miseria, mis huesos se corroen. De todos mis opresores me he hecho el oprobio; asco soy de mis vecinos, espanto de mis familiares. Los que me ven en la calle huyen lejos de mí; dejado estoy de la memoria como un muerto, como un objeto de desecho. Escucho las calumnias de la turba, terror por todos lados, mientras se aúnan contra mí en conjura, tratando de quitarme la vida.” Este Salmo predice el grito con el que Jesús se encomienda al Padre en el último de la cruz (Lc 23, 46). 5.5. Salmo 34, 19-20: “Muchas son las desgracias del justo, pero de todas le libera Yahveh; todos sus huesos guarda, no será quebrantado ni uno solo.” Huesos sin quebrantar. Curioso detalle que nos hará notar el evangelio como una profecía cumplida en Jesús: “Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza… Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno.” Jn 19, 32-36. 5.6. Salmo 35, 11. 15-16: “Testigos falsos se levantan, sobre lo que ignoro me interrogan… Ellos se ríen de mi caída, se reúnen, sí, se reúnen contra mí; extranjeros, que yo no conozco, desgarran sin descanso; si caigo, me rodean rechinando sus dientes contra mí.” El Señor sería acusado por falsos testigos tal como lo muestra el Evangelio: “Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando un falso testimonio contra Jesús con ánimo de darle muerte, y no lo encontraron, a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos. Al fin se presentaron dos…” (Mt 26, 59-60). 5.7. Salmo 38, 10-14. 19-20: “Me traquetea el corazón, las fuerzas me abandonan, y la luz misma de mis ojos me falta. Mis amigos y compañeros se partan de mi llaga, mis allegados a distancia se quedan; y tienden lazos los que buscan mi alma, los que traman mi mal hablan de ruina, y todo el día andan urdiendo fraudes. Mas yo como un sordo soy, no oigo, como un mudo que no abre la boca; sí, soy como un hombre que no oye, ni tiene réplica en sus labios... Aumentan mis enemigos sin razón, muchos son los que sin causa me odian, los que me devuelven mal por bien y me acusan cuando yo el bien busco.” Cf. Sal 31, 12. El alejamiento de sus amigos, también se cumple fielmente (Lc 23, 49; Mc 15, 4-5; Mt 27, 55-56). 5.8. Salmo 41, 9; junto con el Salmo 55, 13-15: “Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que mi pan comía, levanta contra mí su calcañal.” “Si todavía un enemigo me ultrajara, podría soportarlo; si el que me odia se alzara contra mí, me escondería de él. ¡Pero tú, un hombre de mi rango, mi compañero, mi íntimo, con quien me unía una dulce intimidad, en la Casa de Dios!” También se profetiza la traición al Señor por uno de sus amigos, justamente uno de sus doce apóstoles, Judas Iscariote: “Todavía estaba hablando, cuando se presentó un grupo; el llamado Judas, uno de los Doce, iba el primero, y se acercó a Jesús para darle un beso. Jesús le dijo: «¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!»” (Lc 22, 47-48). Es presiso notar las palabras “el que mi pan comía”. Recordemos que en la última Cena Jesús había dicho: “«En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando.» El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?» Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.» Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto.»” (Jn 13, 21-27). 5.9. Salmo 68, 18: “Tú has subido a la altura, conduciendo cautivos, has recibido tributo de hombres, hasta los rebeldes para que Yahveh Dios tuviera una morada.” Cf. Is 52, 13. Este breve versículo anuncia la ascensión del Señor (Mc 16, 19 Cf. Lc24, 51; Hch 1, 9). San Pablo, aplicando a Jesús esta profecía comenta: “Por eso dice: «Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres.» ¿Qué quiere decir «subió» sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo.” (Ef 4, 8-10). 5.10. Salmo 69, 4. 9. 20-21: “Son más que los cabellos de mi cabeza los que sin causa me odian; más duros que mis huesos los que me hostigan sin razón. ¿Lo que yo no he robado tengo que devolver?… pues me devora el celo de tu casa, y caen sobre mí los insultos de los que te insultan… El oprobio me ha roto el corazón y desfallezco. Espero compasión, y no la hay, consoladores, y no encuentro ninguno. Veneno me han dado por comida, en mi sed me han abrevado con vinagre.” Éste, al igual que el Salmo 35, 19, nos anuncia que será aborrecido por su pueblo sin causa. Jesús recordó estas profecías como cumplidas en su persona: “El que me odia, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho (Yo) entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mí y a mi Padre. Pero es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: «Me han odiado sin motivo»” (Jn 15, 23-25). En el versículo 9 de este salmo se predice el celo que consumirá al Cristo por la Casa de Dios. El Señor cumple esta profecía cuando entra en el templo para purificarlo: “Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.» Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: «El celo por tu Casa me devorará.» (Jn 2, 14-17). Esta entrada del señor en el Templo también había sido profetizada por el profeta Malaquías: “He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahveh Sebaot. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca? Porque es él como fuego de fundidor y como lejía de lavandero.” (Mal 3, 1-2). Un detalle de la Pasión también es predicho en este salmo, versículo 21 (Cf. Sal 22, 15), la sed que sentiría en su suplicio y el vinagre con hiel que se la ofrecería. Así se cumplió literalmente: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.» Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu.” (Jn 19, 28-30. Cf. Mt 27, 34). 5.11. Salmo 72, 10-11: “Los reyes de Tarsis y las islas traerán tributo. Los reyes de Sabá y de Seba pagarán impuestos; todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones.” Todo este salmo nos habla del futuro reinado del Mesías, pero precisamente estos versículos nos anuncian un detalle que se cumplirá no solo en su reinado glorioso, sino que se cumplió inmediatamente después de nacer de María; vendrían reyes de otros pueblos a ofrecerle presentes al Mesías, salvador no solo de los judíos, sino también de los gentiles. Isaías también profetizó: “Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada. Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti… Tú entonces al verlo te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón, porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas a Yahveh.” (Is 60, 3-6). Luego el evangelista San Mateo plasmará el cumplimiento de esta profecía: “Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: « ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.»… Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.” (Mt 2, 1-2.10-11). 5.12. Salmo 78, 1-2: “Escucha mi ley, pueblo mío, tiende tu oído a las palabras de mi boca; voy a abrir mi boca en parábolas, a evocar los misterios del pasado.” El Cristo hablaría usando parábolas. En el Evangelio vemos el cumplimiento: “Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: «Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.»” (Mt 13, 34-35). 5.13. Salmo 109, 22-25: “Porque soy pobre y desdichado, y tengo dentro herido el corazón; cual sombra que declina me voy yendo, me han sacudido igual que a la langosta. Por tanto ayuno se doblan mis rodillas, falta de aceite mi carne ha enflaquecido; me he hecho el insulto de ellos, me ven y menean su cabeza.” Pensando en los momentos más duros de la pasión, estos versos nos recuerdan los gestos de indiferente soberbia de los judíos al menear la cabeza al contemplar a Jesús: “Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»” (Mt 27, 39-40. Cf. Mc 15, 29-30). 5.14. Salmo 110, 1-4: “Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies. El cetro de tu poder lo extenderá Yahveh desde Sión: ¡domina en medio de tus enemigos! Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud. Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse: «Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec.»” Este Salmo no tiene sentido si no lo aplicamos a Jesús que, después de la lucha del calvario, asciende hasta la presencia del Padre para sentarse a su derecha. Jesús se aplicó esta profecía a sí mismo en una polémica con algunos saduceos y maestros de la Ley y resaltó el título de Señor: “(Jesús) les preguntó: « ¿Cómo dicen que el Cristo es hijo de David? Porque David mismo dice en el libro de los Salmos: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies.” David, pues, le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?»” (Lc 20, 41-44). Más adelante san Pedro también aplicó este Salmo a Jesús en su discurso de Pentecostés: “Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies.»” (Hch 2, 34-35). Y luego san Pablo en la Carta a los Hebreos anota: “Y ¿a qué ángel dijo alguna vez: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies?»” (Hb 1, 13). Más adelante, en el verso 4 del Salmo se dice que el Mesías será Sacerdote Eterno según el orden de Melquisedec. También San Pablo lo aplica a Cristo en la misma Carta a los Hebreos (5, 5-6): “De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: «Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy.» Como también dice en otro lugar: «Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec.»” 5.15. Salmo118, 22. 26-27: “La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido… ¡Bendito el que viene en el nombre de Yahveh! Desde la Casa de Yahveh os bendecimos… ¡Cerrad la procesión, ramos en mano, hasta los cuernos del altar!” Esta profecía también fue anunciada por Isaías (28, 16): “Por eso, así dice el Señor Yahveh: «He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará.” Cf. 8, 14-15. Los apóstoles la ven cumplida en Jesús, Piedra de tropiezo para los que no lo aceptan, y Piedra angular y fundamental para los que creen en él: “Pues está en la Escritura: «He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido.» Para vosotros, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, «la piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido, en piedra de tropiezo y roca de escándalo.» Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra” (1 Ped 2, 6-8 Cf. Rm 9, 32-33). Jesús mismo se aplicó este Salmo a sí: Mt 21, 42. Los versículos 26 y 27 del Salmo nos recordarán la entrada de Jesús en Jerusalén y las aclamaciones del pueblo: Mt 21, 8-9. Así terminamos con las profecías mesiánicas contenidas en los Salmos de David. Para no perder de vista la línea genealógica del Mesías, hemos visto que esta descendería del Patriarca Abrahán y sus descendientes Isaac, Jacob, Judá, Jesé y David. Recordemos las palabras de Jesús en el Apocalipsis (22, 16): “Yo soy el Retoño y el descendiente de David, el Lucero radiante del alba.” 6. Los profetas después de David vienen a completar el retrato del Mesías. Especialmente Isaías, el más grande de ellos, llamado el evangelista del Antiguo Testamento, narra con gran lujo de detalles precisión y claridad la vida de Cristo. Empieza anunciando que nacerá de una Virgen o Doncella y que será llamado Emmanuel, nombre que significa “Dios con nosotros”: “Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.” (Is 7, 14). Mateo en su evangelio hablándonos de la genealogía y la concepción virginal de Jesús constata el cumplimiento de la profecía: Mt 1, 22-23. Es curioso ver como ya el profeta Isaías también percibe la naturaleza Divina del Mesías al llamarlo Emmanuel, luego también anunciará al Mesías con otros títulos que expresan su identidad: “Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz»” (Is 9, 5). Aunque los primeros seis versículos del capítulo 9 de Isaías tienen un alto matiz mesiánico, esta profecía no se ha cumplido plenamente ya que mira a la consumación del Reino universal de Cristo, sin embargo, comenzó a cumplirse desde el mismo nacimiento de Jesús en Belén. El ángel se lo recuerda a María: Lc 1, 32-33 y los pastores de la región también reciben el mismo anuncio de los ángeles: Lc 2, 10-14. Más tarde el profeta nos dice que el ungido será un “retoño” que brotará del tronco de Jesé (el padre de David. Cf. Rut 4, 22). El Mesías recibirá la unción del Espíritu de Yahveh y la plenitud de los dones del Espíritu. Se levantará como una bandera para las naciones a la que todos acudirán: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh. No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. ... Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar. Aquel día la raíz de Jesé que estará enhiesta para estandarte de pueblos, las gentes la buscarán, y su morada será gloriosa.” (Is 11, 1-10). Respecto a esta profecía cabe decir lo mismo de la anterior ya que se habla de la concreción del Reino de paz y justicia del Cristo. San Pablo la aplica a Cristo en Romanos (15, 12) y San Juan Bautista testificó de Cristo al reconocer al Espíritu Santo sobre él: Jn 1, 32-34. Luego, en el mismo libro de Isaías se nos presenta al Mesías como el Siervo de Yahveh Ungido por el Espíritu: “He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi Espíritu sobre él: dictará ley a las naciones. No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará. Lealmente hará justicia; no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho, y su instrucción atenderán las islas.” (Is 42, 1-4). Cumpliéndose en Mt 12, 17-21. Y también presenta al Ungido asociado a la Buena Nueva (Evangelio) que traería: “El Espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido…” (Is 61, 1-3). El Señor afirmó que estas profecías se cumplían en él: “Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva… » Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó…. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy.»” (Lc 4, 16-22). Isaías también anuncia el ministerio lleno de milagros del Mesías: “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo”( Is 35, 5-6. Cf. Is 29, 18-19; 42, 7). En el Evangelio, Jesús, para confirmar a San Juan Bautista en la convicción de que él era el Cristo, le presentó su ministerio de milagros y de Buena Nueva: Lc 7, 20-23. Según Isaías el Mesías será una Luz para los gentiles: “Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.” (Is 49, 6; 60, 1-4; 42, 6). Y en el Nuevo Testamento conocemos su cumplimiento por boca del piadoso Simeón: Lc 2, 25-32. Luego Jesús dirá: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn 8, 12; 9, 5; 12, 46). También el ministerio público de Jesús en Galilea fue predicho por el profeta (Is 9, 1-2). Mateo nos informa de su cumplimiento: Mt 4, 13-16. Y por último las profecías del Siervo sufriente nos presentan los padecimientos y humillaciones del Mesías, como un cordero que sin protestar es llevado al matadero: “Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Pues que Yahveh habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado.” (Is 50, 6-7). En este texto contemplamos las burlas, azotes y hasta los esputos en su rostro tal como lo narra el Evangelio: Mt 27, 28-31. En el capítulo 53 muchos detalles de la pasión de Cristo se manifiestan: cómo enmudece ante sus detractores, herido, molido, escupido, ejecutado entre pecadores (ver Lc 22, 37), cargando sobre sí el pecado de los inicuos, intercediendo por sus enemigos, rechazado por su propio pueblo y por último sepultado como un rico: “He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así como se asombraron de él muchos (pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana) otro tanto se admirarán muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó verán, y lo que nunca oyeron reconocerán. ¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló? Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes.” (Is 52, 13-53, 12). Este poema del Siervo de Yahvéh es cumplido plenamente en Cristo. Basta leer los pasajes de los Evangelios referentes a la Pasión del Señor: Mt 27, 24-61; Mc 15, 16-47; Lc 23, 18-56; Jn 1-42. 7. Jeremías ratifica que Cristo nacerá de la casa y estirpe real de David y lo identifica con el nombre de “Yahvéh nuestra Justicia” o “Yahvéh Nuestro Justo”: “Mirad que días vienen -oráculo de Yahveh- en que suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días estará a salvo Judá, e Israel vivirá en seguro. Y este es el nombre con que te llamarán: «Yahveh, justicia nuestra.»” (Jr 23, 5-6). También predice la matanza de los inocentes que ocurrirá en Belén ante el nacimiento del Mesías: “Así dice Yahveh: En Ramá se escuchan ayes, lloro amarguísimo. Raquel que llora por sus hijos, que rehúsa consolarse - por sus hijos - porque no existen.” (Jr 31, 15). Encontramos su cumplimiento en Mt 2, 16-18. Además predice la Nueva Alianza de Cristo con sus principales caracteres en oposición a la Antigua: “He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos - oráculo de Yahveh -. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días - oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande - oráculo de Yahveh - cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme.” (Jr 31, 31-34). Más tarde Jesús dirá: “Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.” (Lc 22, 20). Alianza que será sellada con la Sangre de su sacrificio en la cruz. San Pablo nos muestra este anuncio cumplido en Jesucristo: “Mas ahora ha obtenido él un ministerio tanto mejor cuanto es Mediador de una mejor Alianza, como fundada en promesas mejores. Pues si aquella primera fuera irreprochable, no habría lugar para una segunda. Porque les dice en tono de reproche: «He aquí que días vienen, dice el Señor, y concertaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva Alianza…» Al decir «nueva», declaró anticuada la primera; y lo anticuado y viejo está a punto de cesar.” (Hb 8, 6-13). 8. Daniel fija el tiempo de la venida del Ungido Redentor y anuncia los acontecimientos que le acompañarán: “Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para poner fin a la rebeldía, para sellar los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para sellar visión y profecía, para ungir el santo de los santos. «Entiende y comprende: Desde el instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías, siete semanas y sesenta y dos semanas, plaza y foso serán reconstruidos, pero en la angustia de los tiempos. Y después de las sesenta y dos semanas un Mesías será suprimido, y no habrá para él... y destruirá la ciudad y el santuario el pueblo de un príncipe que vendrá. Su fin será en un cataclismo y, hasta el final, la guerra y los desastres decretados. El concertará con muchos una firme alianza una semana; y en media semana hará cesar el sacrificio y la oblación, y en el ala del Templo estará la abominación de la desolación, hasta que la ruina decretada se derrame sobre el desolador.»” (Dn 9, 24-27). Para la interpretación de la profecía de las 70 semanas se admite generalmente que las semanas de Daniel son semanas de años y forman un total de 490 años (70 x 7 = 490) repartidos en tres series: 1º) 7 semanas de años desde la orden de reedificar Jerusalén hasta un caudillo ungido. 2º) 62 semanas de años en las cuales serán reedificadas plaza y foso en tiempos angustiosos, y después de las 62 semanas será muerto el Ungido inocente que es Cristo y la ciudad y el santuario serán destruidos por la invasión de los romanos con el general Tito a la cabeza. 3º) Luego nos quedaría una semana que sería el tiempo restante del cumplimiento de la profecía después de la crucifixión del Mesías. Acerca de las fechas a fijar en esta profecía no hay unanimidad entre los biblistas ni sobre el punto de partida ni sobre el punto de término. De todos modos hay que reconocer que este pasaje de Daniel tiene un alcance mesiánico. En el verso 24 se habla de poner fin al pecado y la prevaricación, de expiar la iniquidad y de traer una justicia eterna, lo cual solo tendría cumplimiento en el Reino del Cristo. No se puede dejar de notar el versículo 26 en el que se habla de la ejecución del Ungido inocente. Tampoco se puede negar el cumplimiento de los acontecimientos históricos que sucedieron a la ejecución del Mesías como la toma de Jerusalén por los romanos. Aunque esta profecía tuvo un primer cumplimiento en los tiempos de los Macabeos también tiene su cumplimiento definitivo en nuestra era. Jesús se refirió a ella como cumpliéndose en su tiempo: Mt 24, 15. 9. Miqueas señala con toda exactitud el lugar del nacimiento del Salvador: “Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño.” (Miq 5, 1). Cumpliéndose plenamente: Mt 2, 1. Esta profecía era conocida y esperada con expectación por los sacerdotes y escribas de pueblo judío: Mt 2, 3-6. 10. Como un detalle curioso, el profeta Zacarías predice el precio de la traición de Judas Iscariote al Salvador, 30 piezas de plata: “Yo les dije: «Si os parece bien, dadme mi jornal; sino, dejadlo.» Ellos pesaron mi jornal: treinta siclos de plata.” (Zac 11, 12). Su cumplimiento en Mt 27, 3-10. Luego Zacarías profetiza la lanzada del costado de Cristo en la cruz: “…y mirarán hacia mí. En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito.” (Zac 12, 10). El Evangelio lo narrará: “Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura… «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 33-37). 11. Para terminar, Malaquías, con el que se cierran los profetas del Antiguo Testamento predijo la visita de Cristo al templo, para purificarlo. Anuncia además al Precursor (el Bautista) enviado para preparar el camino al Señor: “He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahveh Sebaot. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca? Porque es él como fuego de fundidor y como lejía de lavandero. Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata; y serán para Yahveh los que presentan la oblación en justicia.” (Mal 3, 1-3). En el Evangelio vemos el cumplimiento de esta profecía, El precursor: Mt 11, 10. Y la purificación del Templo por Jesús: Jn 2, 13-16. “Yo (Yahvéh) anuncié desde hace tiempo las cosas pasadas, salieron de mi boca y las di a conocer; de pronto, las hice y se cumplieron. Yo sabía que tú eres obstinado, que es tu cerviz una barra de hierro y tu frente de bronce. Por eso te anuncié las cosas hace tiempo y antes que ocurrieran te las di a conocer… Tú has oído todo esto, ¿no vas a admitirlo?” Isaías 48, 3-6. Conclusiones: Después de haber conocido las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento y ver su cumplimiento en el Nuevo, en la Persona de Jesús, no podemos hacer otra cosa que dar gloria a Dios y convencernos de que la Providencia Divina es capaz de hacer todo esto y aún más. Tal vez muchos, ante el cumplimiento evidente de las profecías, decidan aferrarse y encerrarse más en su escepticismo para no dar fe a ellas, pero tendrán que luchar más contra su propia conciencia que contra el mismo Dios. Tantas profecías no pueden cumplirse tan exactamente en una persona por mera casualidad. Muchos hasta dirán que Jesús, conocedor de las Escrituras, provocó que estas profecías se cumplieran en él. Esto es un absurdo infantil. Jesús, si hubiera sido un mero hombre engañador, tal vez hubiera podido provocar que lo crucificaran pero nunca hubiera podido elegir el lugar de su nacimiento, ni el tiempo, ni la descendencia davídica, ni su nacimiento virginal, ni que le traspasaran el costado después de muerto, ni que echaran suertes sobre su túnica, ni que le pagaran al traidor treinta piezas de plata, ni que le escupiera y golpearan, que lo hubieran crucificado entre ladrones, y otros tantos detalles. Además de que toda la fe cristiana descansa en la resurrección, la más ciertamente cumplida de todas las profecías. Ante todas las evidencias de las profecías cumplidas acerca de Jesús el Cristo solo podemos asentir con San Pablo que al llegar la plenitud de los tiempos prefijados por Dios, el Padre envió a su Hijo para salvarnos conforme a su Buena Noticia, el Evangelio que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro (Cf. Gál 4, 4; Rm 1, 1-4). A Él la Gloria. Bibliografía: 1. Biblia de Jerusalén. 1976. 2. Sagrada Biblia. Nácar-Colunga. Biblioteca de Autores Cristianos. 1969. 3. La Biblia Latinoamericana. Edición revisada 1995. 4. Compendio de Apología del Cristianismo: Dogma y Razón. Mons. José Ballerini. 1922. 5. ¿Conoces a Cristo? Rafael Gómez Pérez S.J. Buena Prensa A.C. 1984. 6. Evidencia que exige un Veredicto. Josh McDowell. Editorial Vida 1999. Escrito el martes 20 de febrero de 2009. |
AutorRubén de la Trinidad, misionero paúl (Congregación de la Misión), cubano. Estudiante de Teología. ArchivosCategorías
Todos
|